Columna del sacerdote Hugo Tagle: "¡Paz, Paz, Paz!"

Lo primero que le dicen los ángeles a los pastores en Belén es “Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”. Y escribo esto por lo de la paz, que es lo que eché de menos en los ajetreados días previos a Navidad y sigo extrañando en los posteriores.

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La verdad, esto de las compras navideñas – y todas las compras, hay que decirlo – es un tema que nos ahoga, asfixia. Hay algo de adolescente en la forma en que muchos chilenos abordan el tema “compras”: sin mayor medida, casi en forma irresponsable. Y luego vienen las quejas. Cuando es demasiado tarde y tenemos el agua al cuello. Debemos ordenar este ítem, darle un cauce razonable, ajustarlo a medidas más realistas y sanas. Una tarea más que pendiente.

Pero hay otro aspecto en esto de la paz. El primer regalo de Jesús en Belén, es la paz. Y pensaba ¿somos personas de paz? Según las estadísticas, no. La violencia intrafamiliar se mantiene peligrosamente estable, pintando para colores oscuros, dependiendo de la temporada del año. Aumentan las denuncias en invierno, disminuyen en verano. Podríamos decir que se nos avecina la buena temporada, pero durará tanto como los meses estivales. Basta que comiencen los fríos, que la gente se repliegue en sus casas y comienzan los problemas. Una cierta cuota de responsabilidad en los altos índices de violencia intrafamiliar lo tienen lo hacinados que viven muchos chilenos. Existe una pobreza encubierta, casas donde deberían vivir solo 4 o 5 personas, llegan a vivir 10 o más. No faltan los allegados, familiares, amigos que, en situaciones precarias, engrosan el número de habitantes por metro cuadrado hasta límites vergonzosos. Pero esto no es la única causa de violencia. Tendemos al “mal trato”. Nos cuestan las buenas maneras, la cordialidad, el reposo. Somos de trato huraño, gesto brusco, palabra hiriente. Y de ahí, hay solo un paso para la violencia física.

Nos cuesta el reposo, la calma, la tranquilidad. Llenamos los espacios pocos espacios de intimidad de que disponemos, de ruido. Le tenemos pavor al silencio. Encendemos la tele solo para tener algo que escuchar. Y ni hablar de la radio que es “compañía” todo el día en miles de hogares chilenos. Nada de malo en ello. El problema es cuando está ahí solo para llenar mi vacio, no reconocer mi soledad, dar la apariencia de compañía.

Aunque suene relamido, llenemos la atmósfera que respiramos de paz, de alegría, de serenidad. Es uno de los mejores servicios que podemos prestar en nuestros barrios, casas, lugares de oficina. A ver si atinamos y mejoramos éste sencillo índice de calidad de vida. Todos ganamos.

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