Columna vertebral de Felipe Avello: Terremotos

Para el terremoto del 60 mi abuela dijo que en Lota se había abierto el firmamento, así lo decía, hablaba de firmamento, se refería al cielo. Decía que ese día había llegado un perro negro a la casa.

Esto lo contaba en 1986 y se refería a “Negro”, el perro negro que siempre la acompañaba. Era imposible que el perro hubiera llegado en esa fecha, habría tenido más de 25 años y estaría muy viejo o derechamente muerto.

El perro siguió vivo muchos años más, mi abuela murió y el perro siguió vivo. El día de su funeral el perro no apareció. Cuando volvimos a casa tras el entierro lo pillamos frotando su miembro contra el puf de cuero de vaca que teníamos en el living.

Para el terremoto del 85  yo estaba en Parral, haciendo sobremesa en el restaurant de Colonia Dignidad junto a mis padres y hermanos.

Siempre íbamos a almorzar los domingos “donde los alemanes”, como decía mi papá. Nos gustaba la comida y la atención. Se dan cuenta lo ordenados que son, decía, y mi mamá admiraba la prestancia de los mozos, todos muy rubios, de buen porte y serios. Como no iban a estar serios, ya sabemos lo que les hacían. Pero eso, nosotros, en el año 1985, no lo sabíamos. Bueno, el asunto es que el terremoto del 85 lo pasamos allí y apenas lo sentimos.

Para el terremoto de Tocopilla en el 2007 estaba en Buenos Aires, junto a mi polola de aquella época, una estúpida con la que peleaba todo el día, una mujer dañina, inmadura y egocéntrica, pero de grandes senos, lo que compensaba sus otros defectos. Recuerdo que ni supe de ese terremoto, y eso que tengo unas tías que viven en Tocopilla.

Para el terremoto del 2010 estaba en Viña en un hotel. Yo era panelista del “SQP” y había estado toda la semana comentando el Festival. Compartía la pieza con el Dj del programa, un tipo que además de Dj, era borracho. Llegaba casi todos los días ebrio, muy tarde, pero eso no me molesta. Lo que sí me incomodaba era dormir al lado de sus tornamesas, parlantes, cables y discos, decenas de discos. Por suerte el día del terremoto no estaba, aunque sí todas sus pertenencias. La pieza estaba en el sexto piso, debajo de la piscina del hotel. Cuando se puso a temblar, el sonido que se escuchó, provocado por el movimiento del agua de la piscina, era gutural, de ultratumba. En ese momento tuve la certeza de que el edificio se desplomaría y que yo moriría aplastado por los discos del borracho. En medio del movimiento, me vestí con rapidez y tomé mi carné de identidad, para facilitar a mis familiares la posterior identificación del cadáver.

Esa misma tarde me fui de ahí y partí a ver a mis padres que se encontraban en Concepción y de los que no sabía nada.

Tras 16 horas de viaje en el auto con mi hermano, preocupados, llamando a mis papás por teléfono a cada rato, sin resultado, esquivando grietas, escombros y casas derrumbadas, al fin, llegamos a Concepción.

A la casa no le había pasado casi nada, se había roto un par de figuritas que mi mamá tenía de adorno, elefantes y platos colgados en la pared (eran feos, mejor que se rompieran), pero ellos estaban bien.

Además estaban compartiendo con los vecinos el agua y se habían organizado en cuadrillas para resguardarse de los posibles saqueadores.

Estamos muy bien hijo, dijo mi mamá mientras me abrazaba, además llegó un perro, que está cuidando el pasaje. Salí a la calle a mirar, el perro era de color negro, y se estaba frotando contra la pierna de un niño. Hoy en pleno 2014 el perro sigue viviendo con mis papás.

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