Hay libros que dejan sin aliento, cuyas últimas cien páginas no puedes parar de leer, conmovida por las palabras y por las ideas que va generando. Eso me sucedió con El insólito peregrinaje de Harold Fry. En general, me gusta aproximarme a una novela sin saber mucho de ella. El título ciertamente da algunas ideas: la historia del peregrinaje de un personaje llamado Harold Fry, un periplo diferente, inusual. Y ya lo creo que es inusual, tanto como salir de casa un día a echar una carta al buzón y terminar emprendiendo una caminata de mil kilómetros, cruzando Inglaterra de sur a norte; un trayecto que en auto resultaría breve, se transforma en un asunto de semanas y semanas. Porque lo importante no es tanto llegar, sino el viaje mismo. Peregrinar no se trata solo de llegar a un destino, sino que el trayecto significa algo para el peregrino: se experimentan cosas, se traen recuerdos a la superficie, se conoce a gente, y cuando finalmente se llega al final, se es otra persona; algo ha cambiado o algo se ha comprendido y he ahí la importancia de la peregrinación.
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El peregrinaje de Harold Fry no es religioso. Ha recibido noticias de una mujer de la que no había sabido nada en veinte años; ella está muriendo de cáncer y él decide ir a verla, caminando. Pero por cada persona que parte, otras se quedan, en este caso su esposa Maureen. Cómo no pensar en Ulises y Penélope. Esta Penélope necesitaba un remezón y la caminata de su esposo ya jubilado opera también algo en ella. Cuando Harold sale de casa, son casi unos extraños que apenas se toleran: “[…] ambos llevaban años instalados en un lugar en que el lenguaje carecía de significado” (86). La narración nos embarca en dos experiencias: a veces caminamos junto a Harold, sentimos sus ampollas en los pies, vibramos cuando un desconocido le presta ayuda y rabiamos cuando tratan de convertir su peregrinación en un evento pop. Pero también estamos junto a Maureen, atreviéndonos a salir de casa, volviendo al dormitorio principal, plantando un huerto y descolgando los visillos de las ventanas. Sus actos parecen triviales, pero es porque no conocemos toda la historia de esta pareja, es través del viaje –físico y psíquico- que vamos comprendiendo hasta que cada pieza cae en su lugar.
Así como para Harold la importancia está en el viaje, en descubrir que nadie es como parece, como lectores también realizamos un periplo en que la importancia está en la lectura, en dejarse llevar por ella; no es tan difícil, es un libro muy bien escrito, conmovedor y divertido; un texto que nos interpela, pero que no juzga. La última parte deja sin aliento, efectivamente, porque no se sabe con certeza a dónde nos llevará esa caminata. Ahí una se da cuenta de que no basta llegar al destino, sino que hay que saber cómo llegar y qué hacer una vez se arriba.
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Joyce, Rachel. El insólito peregrinaje de Harold Fry. Barcelona: Ediciones Salamandra, 2012.