Columna de Raul Sohr: "Del juancarlismo al felipismo"

La abdicación del rey Juan Carlos I de Borbón, tras reinar casi cuatro décadas, abre un debate sobre el carácter de la monarquía española. El grueso de la elite gobernante es favorable a la mantención del estatus quo: o lo que es lo mismo a un traspaso rápido de la corona al primogénito que pasará a ser conocido como Felipe VI. El recambio se veía venir. La salud del monarca decaía a la par que su popularidad. La secuencia de escándalos que rodeaba a Juan Carlos lo convertía en un personaje difícil de presentar como un símbolo de  la unidad nacional.  Los reyes, en todas las monarquías modernas, son promovidos como figuras que están más allá del bien y el mal. Una institución, independientemente de quien porte la corona y  que en el pasado era ceñida por la iglesia lo cual simbolizaba  su mandato divino,  es elevada a la condición de intocables.

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En el caso español  la sucesión monárquica fue digitada por el dictador Francisco Franco que actuó por décadas como regente. Un joven Juan Carlos asumió con la venia del tirano. Con la transición a la democracia, en 1975 a la muerte de Franco, el grueso de las fuerzas políticas aceptó el orden establecido y ello incluía a la monarquía.  Desde entonces, como parte del esfuerzo por consolidar el sistema democrático, se promovió al monarca como el representante de toda la nación. En la actualidad la  casi totalidad de los partidos con representación parlamentaria se juegan por la continuidad. La prensa española compite en halagos y dan espacio libre a cortesanos y  besamanos  para loar al abdicado monarca. Frases como “El mejor rey de la historia española”, “Artífice de nuestra democracia”, “Colocó a España entre las grandes naciones democráticas” dan cuenta de una campaña que anticipe los cuestionamientos.  

Frente al fervor monárquico decenas de miles de españoles han salido a las calles para reclamar un referéndum sobre el futuro del sistema político. Los reyes a veces son llamados soberanos y eso era así hace algunos siglos cuando imperaban las monarquías absolutas. Hoy,  en el mundo democrático hay un soberano y ese es el pueblo.  Cada nación es libre de dotarse del sistema de gobierno que prefiera: varias de las monarquías europeas gozan de alta popularidad y un referéndum resultaría un ejercicio ocioso pues la aprobación se da por descontada. En el caso español la demanda de un referéndum, habida cuenta de las condiciones en que fue restablecida  la corona, tiene un profundo sustento ético. Lo más probable es que el proceso de continuismo del juancarlismo al felipismo no encontrará mayores obstáculos. Pero la demanda que se ejerza la soberanía popular para determinar la naturaleza del sistema político  tenderá crecer con el tiempo.

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