Columna de Copano: "Carta a nuestros engañados"

Estuve pensando mucho tiempo en escribir estas palabras. Quizá, como los medios de comunicación son generalmente soportes de diversión (como el ranking de los gatos más simpáticos de internet, entre otros contenidos) y la gente no la pasa bien, con servicios de transporte mediocres y una vida acosada con las deudas, el ejercicio de enfrentar el horror es políticamente incorrecto. Tal vez por ello más que acercar gente a mi discurso, puede llegar a alejarla: para nadie es agradable que le digan que vive en una porquería. Aún así, no quiero quedarme callado.

¿Saben por qué? Porque no puedo ser cínico. No me sale. Prefiero equivocarme que poner máscara a lo que veo. Y lo hago porque conozco una realidad de cerca, que es la de la clase media. Conozco sus deseos y frustraciones. Conozco lo que es tener para ser. Lo conozco porque yo viví en una casa igual a la del vecino en una comuna populosa como lo es Puente Alto y mis colegios estaban en La Florida y Macul. Yo estudié en un particular subvencionado. Yo fui a pasear por supermercados cuando no tenía nada que hacer. Yo pasé los viernes en la noche en las plazas. Yo también estuve ahí y pasé frío. Y entiendo lo que cuesta tener algo, capté con los años cómo a mis papás les costaba pagar las cosas que tuve y también pagué mi paso por la universidad. Algún día escribiré de los motivos del abandono, que a la vez me salvaron de la deuda que tienen mis pares y me da mucha pena y enojo ver, cuestión por la cual no puedo estar de acuerdo con la mercantilización de la educación y esa lógica de “los mejores” y “la selección” que me molesta. Porque creo que perversamente esa mirada entrega a una minoría esforzadísima una tranquilidad, que merece, sin duda, pero a muchos los deja en el camino. Los desecha. Les hace creer que no fueron “tan buenos” por “no tener”. Y ahí comienza la cadena perversa.

Tener no te hace mejor ni peor que nadie. Y muchas veces nos quieren someter a la idea contraria. Por eso vemos hermanos en el Mundial de fútbol gastando lo que no tienen para “vivir un momento”. Es lindo sin duda el fútbol, pero creo que es más bonito a veces tener conciencia.

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Tener conciencia nos permite hacer crítica y aprender a vivir mejor. Aprender a ser felices, que sé que es complicado.

Aprender a ser felices en Chile es enfrentar el horror. Es el proceso más difícil. 

El sábado vi a cientos de personas engañadas por los dueños de los colegios particulares subvencionados de Maipú asistiendo a una marcha. Y vi la cara de mis compañeros de curso, de mis amigos del barrio, de sus papás ahí. Vi las caras de “nos van a quitar lo que nos ha costado tanto” y sus tristezas. Vi el “pero por qué a mi hijo le van a quitar lo que tiene” para mantener el lucro, la selección, el copago y todo lo que los sostenedores creen que es correcto.

Vi el miedo. Y eso me enoja mucho amigos, porque no se puede vivir con miedo. Y menos quiero ver miedo en la cara de mis hermanos.

Leí un comentario en un diario en línea que refleja la mentira perfectamente: “Quieren sacarle los patines a nuestros hijos para que caminen con los otros, mientras los hijos de los ricos viajan en un jet como la educación particular”.

Pucha, lamento informarte amigo que los patines de tus hijos están gastados y no andan. 

Y no lo hago en mala: lo hago porque quiero que sinceramente descubras que tú tienes el poder de decisión más importante, que en primer lugar se basa en dejar de vivir en el arribismo de pensar que eres mejor porque los otros caminan.

Y es que el triunfo de la maldad en Chile fue crear una clase media baja debilitada por las deudas y secuestrada por el terror. Son víctimas de sistema de pobre calidad y un relato mediatizado donde el consumo está por sobre el colectivo. Es Lavín diciendo “miren, la clase media va a Brasil” a ver el Mundial, cuando no saben leer un libro o les ofende que les digan que cometen un error si son racistas y clasistas contra su raza y su clase. 

El sábado pasado hubo una marcha para defender una educación que no tienen. Porque esa que les dan por desgracia, y si se han dado cuenta en el jet en que andan los que tienen, no es educación. Es un simulacro.

Por eso, también dentro de la lógica de la educación deben existir planes culturales para construir identidad en un estado más inclusivo de todos. En los 60 hubo liceos públicos que educaban en serio y no eran “de excelencia”. Eso de la excelencia es muy relativo: son condiciones. Que sean todos de excelencia para no discriminar a los que no van a esos es el gran desafío. Esta mentira es que nos hacen creer que el otro es peor que nosotros y lo triste es que todos estamos mal.

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Yo fui a dos particulares subvencionados, porque vi a mis papás sacándose la cresta para eso. Pero con los años creo que si hubiese habido liceos públicos buenos cerca de casa, hubiese deseado estar ahí. Para que sean buenos, todos tenemos que poner esfuerzo, tenemos que cambiar formas de ver al otro. Tenemos que dejar la desconfianza y dar un paso adelante. Que no te engañen: que no te convenzan de que “estar como estamos” es lo mejor. 

Podemos siempre estar mejor y que mejor que estar con los otros. Es cuando mejores somos los chilenos.

 

Las opiniones expresadas aquí no son responsabilidad de publimetro

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