Columna de libros: “Reinos” de Romina Reyes

“Yo aquí, esperando a que llegue algo. Ese es el problema. Me he quedado esperando que aparezca una cara entre toda la gente, como si habitara una existencia paralela y ajena a todo” (93-94). El extracto corresponde a una de las reflexiones finales del narrador del cuento “Reinos”, que le da nombre, además, al volumen de relatos de Romina Reyes. La idea de sentarse a esperar, de dejar que el mundo funcione alrededor mientras una se mantiene pasiva, ronda por todo el texto. Diríamos que es parte de la construcción de mundo que realiza Reyes a través de sus personajes. Lo tenemos páginas antes en “Larvas”: “Tan sólo me sentaba a ver cómo sucedían las cosas” (64). Es una forma de autoprotección, después de todo: no involucrarse, no arriesgarse, no sufrir. Sin embargo, aunque los relatos eluden la acción, no logran evadir el pesar. Nunca sabemos qué sucede con ese alemán que viaja a Chile a descubrir de dónde salió ni tampoco tenemos la narración de la pelea final en “La Karen”, aunque tiene lógica que el narrador no sea capaz de continuar su historia. Bajo todo ello, se mantiene una sensación de incomodidad, de inconformidad. Tal vez por eso sea imposible actuar y tengamos también la decisión estilística de evitar las acciones determinantes y preferir, en cambio, sugerir lo que vendrá.

Pero, a veces, las cosas sí suceden o, más bien, sí se nombran, se relatan. Pienso, por ejemplo, en el primer cuento “Julio”, un relato diarístico de un hombre que casi parece adolescente en su narración en primera persona. Sabemos que está casado, que tiene un hijo, que lleva una casa, pero, al mismo tiempo, no asume responsabilidades, se levanta tarde porque no tiene, en sus palabras, nada que hacer; ni siquiera quiere ir a visitar a su esposa a la clínica en que lleva meses internada. Lo único que le interesa es él mismo; está obsesionado con el sexo oral y gran parte del cuento deja que las cosas ocurran: va a comer porque lo invitaron; conversa porque le dirigieron la palabra. Cuando finalmente se decide a actuar, convierte sus acciones en un abuso desenfrenado. Como se trata de una narración en primera persona, es el abusador quien describe fríamente lo que está haciendo; después de eso, simplemente se va a dormir.

El sexo y la violencia están unidos en los relatos de Romina Reyes, aunque no siempre queden en evidencia. “Julio” es probablemente el relato más directo en ese sentido; mientras que en otros la idea es o bien insinuada o bien abordada metafóricamente, como las larvas que no dejan de aparecer en el baño o los gatos muertos. Nos muestra que se puede ser agresivo o pasivo-agresivo; ¿son estas tendencias concordantes con la imposibilidad de actuar, con el dejar hacer, dejar que las cosas pasen? Son algunas ideas en torno a las cuales se puede reflexionar a través de estos relatos, que privilegian la voz en primera persona –ya sea femenina o masculina- y que buscan dibujar el entorno y la intimidad de, al menos, un grupo de veinteañeros que trata de evitar las resoluciones, hasta que tanto esquivar termine en un desenlace violento, duro, llorado, vivido.

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Reyes, Romina. Reinos. Santiago: Montacerdos ediciones, 2014.

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