Esta columna que escribo hoy es para contar algo que me sucedió hace 15 años pero que aún me afecta mucho, y no sólo me afecta a mí, sino también a mi familia, los seres que más amo en esta vida.
Eduardo F. y yo vivímos juntos por tres meses, puede parecer poco tiempo, pero la verdad, a mí se me hicieron eternos.
PUBLICIDAD
Era el año 1999, cuando arrendamos Eduardo F. y yo, un departamento en Irarrázaval con Bustamante, un departamento chico que quedaba justo arriba de una fuente de soda. Todavía existe, cualquiera que pase por ahí puede verlo y sabrá que no miento.
Ambos trabajábamos en el canal Mega, que en ese tiempo se llamaba Megavisión, él trabajaba como asistente de producción de El Tiempo, el programa del pronóstico meteorológico que iba después de las noticias.
Yo era periodista del programa juvenil Mekano, que en ese tiempo era emitido los fines de semana y que conducía José Miguel Viñuela y era dirigido por el señor Álex Hernández. Es cosa de preguntarles a ellos y sabrán que lo que digo es verdad.
Yo a Eduardo F. no lo conocía. Se me acercó una mañana, yo había llegado hace sólo una semana al canal, y me preguntó dónde vivía y con quién. Le conté que vivía en una pensión en la calle San Antonio, en Santiago centro, pero que me quería ir de ahí, porque el hijo de la dueña de la pensión era un poco raro y siempre me miraba de manera muy extraña.
Él me contó que vivía con su polola, que ella también trabajaba en el canal, pero que habían terminado, por lo tanto ya no era su polola, y que debía buscar un nuevo lugar para vivir. “Estamos en la misma, compadre”, me dijo.
Fue ahí cuando se selló mi suerte. Eduardo me propuso vivir juntos y compartir gastos. “Nos conviene mucho a ambos”, dijo.
PUBLICIDAD
Yo en ese tiempo era tímido. Me acuerdo que me alegré mucho que él, que trabajaba hace años en el canal, me considerara para ser su compañero de casa. Le dije que sí de inmediato. Con el tiempo me arrepentiría tanto…
A la semana encontramos el departamento perfecto: living comedor, dos dormitorios, baño y cocina americana. Una semana después, tras hacer los trámites de acreditar renta, nos mudamos al lugar que poco tiempo después se convertiría en mi prisión.
Debo reconocer que las dos primeras semanas fueron muy buenas; de sana convivencia. De verdad, las disfruté.
Sin embargo una noche, a eso de las 3 de la mañana, todo cambiaría.
Esa noche, de lluvia, Eduardo F. entró a mi pieza. Yo me había quedado dormido hace rato. Me despertó suavemente tocándome el hombro y me dijo, con los ojos muy abiertos: “Felipe, ¿crees en fantasmas?”.
Yo lo miré sorprendido, recuerdo que me extrañó mucho el hecho que anduviera sin ropa, ya que era pleno invierno y hacía frío.
Aún semidormido, le dije que no, que no creía en fantasmas. “Yo tampoco”, me dijo. “Le tengo más miedo a los vivos que a los muertos, pero, sabes, escuché un ruido raro en la cocina, fui y no había nada, parece que en esta casa penan… ¿Puedo dormir contigo, esta noche aquí en tu cama? Será sólo por esta noche”.
Como les dije antes, yo en ese tiempo era ingenuo y tenía la autoestima baja, no vi en él mala intención, Incluso hasta me alegré que acudiera a mí en un momento de dificultad.
Esa noche se le veía agitado, agitación que yo en ese momento atribuí al miedo, luego me daría cuenta del verdadero motivo de su agitación…
Esa noche acepté que durmiera conmigo, esa noche, y la siguiente, y la siguiente, y así, durante tres meses.
Lo que pasó entre nosotros, pertenece al ámbito privado de mi vida y no lo contaré nunca. Nunca.
Sólo les diré que un día llegué al departamento y Eduardo F. se había ido. Ni me llamó, ni me intentó contactar por redes sociales cuando éstas aparecieron. Nunca más supe de él, simplemente se desvaneció, como un fantasma. Sólo me quedó verlo por la tele.
Han pasado 15 años, y sólo puedo decir que ya no me interesa saber nada de él, para mí es una persona que está enferma, un pobre hombre que necesita ayuda, pero yo esta vez, no se la voy a brindar. Punto final.
* Las opiniones expresadas aquí no son responsabilidad de Publimetro