A raíz de los hechos acontecidos en el estadio Monumental, donde Colo Colo derrotó 2 a 0 a Universidad de Chile, me atrevo a plantear algunas reflexiones. Para contextualizar, quiero mencionar que al final de mis estudios de periodismo el 2006, defendí mi proyecto de tesis que consistió en un reportaje audiovisual sobre las barras bravas, en el cual quedaba en evidencia el sentimiento y la visceralidad de estos grupos que apoyan a los tres principales equipos del fútbol nacional.
En ese reportaje, y a modo de comprender in situ el comportamiento de las barras bravas, ingresé a una reconocida hinchada de nuestro país durante 90 minutos. Ahí pude percatarme de un hecho que me llamó la atención. Gran parte de los integrantes, no veía el partido, como debiese ser el actuar normal. Cada cierto rato algunos lo hacían, pero de verdad que eran los menos. La única labor que cobraba protagonismo, era la de vigilancia por parte de algunas personas (que eran miembros de la misma barra) para que no apareciera algún “infiltrado”, concepto que en esta dimensión se entiende como toda aquella persona que ingresa al estadio, sólo con la finalidad de observar el comportamiento de las “barras rivales” y, quizás, llevarse algún trofeo de guerra como puede ser un lienzo u otro objeto que provoque ese sentido de pertenencia muchas veces malentendido y que hoy escapa de todo margen racional.
Este último concepto, es el que me lleva a entender el real comportamiento de las “barras bravas”. Uno que dista mucho del sentido común que se necesita en los espectáculos deportivos y que, de hecho, la sociología explica muy bien.
Tal disciplina define tres tipos de personas que asisten a los estadios: los de las barras oficiales, los hinchas y los espectadores. Los primeros hoy están en tela de juicio por ese comportamiento visceral que menciono, aún cuando sí ayudan de sobremanera al espectáculo cuando tienen buen comportamiento. Los segundos, son los que portan camisetas, tienen pasión, son alegres, pero tienen un rol pasivo –pero igualmente importante- a la hora de alentar a un equipo. Jamás provocarían disturbios. Los terceros, sólo buscan disfrutar de un buen espectáculo y no necesariamente apoyan a un club.
Si medimos a las tres personas que van a los estadios, me pregunto lo siguiente: ¿cómo es posible que hechos violentos ahuyenten a los hinchas y espectadores de los recintos futbolísticos? Si aún no ha pasado, sucederá más temprano que tarde. Más bien, hoy ocurre como un hecho oscilante y dudoso. Esta misma duda se la quiero plantear al Gobierno y a las autoridades para que se refuerce la Ley de Violencia en Los Estadios y que todo programa que busque resguardar la seguridad de las familias en los estadios, se haga con rigurosidad y sapiencia.
Tres leer la prensa donde se menciona que Colo Colo arriesga multas millonarias por una nueva denuncia del Sernac, la cual establece que cientos de hinchas se quedaron sin entrar al estadio aún cuando tenían su boleto en la mano, me parece que esta es una sola parte del embrollo. Puede haber sido una de las razones de todos los desmanes. Seguro. Pero me parece que lo que se debe buscar con ahínco, es que estos tres tipos de personas que asisten a los estadios, convivan en un ambiente armónico. No propongo medidas extremas, sólo más control. Si es labor de los dirigentes, perfecto. Si no, que éstos últimos den el ejemplo en esta materia reforzando el entorno de los coliseos deportivos. Sólo así los partidos de fútbol harán noticia por partida doble: a través del espectáculo que nos entreguen los jugadores y por el comportamiento del público.
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