Para los católicos, es la celebración de la vida ante el nacimiento del niño Jesús. Aunque son creyentes, para la familia Ampuero Del Solar, esta Navidad estuvo marcada por el inmanejable dolor que produce la muerte de quien a sus 20 años, seguía siendo su niño. Sentados en la mesa alrededor de una lasaña, el plato favorito de Pato, sus padres y hermana recordaron en la cena navideña al integrante que desde hace dos semanas ya no está. Pero aunque Patricio y Keka, sus papás, y Sofía, su hermana, quisieron darle un sentido íntimo a un momento incalculablemente triste, no pudieron. A poco andar, su casa se fue llenando de familiares y amigos de Pato. Sin haberse puesto de acuerdo, cada uno iba llegando con regalos para los tres, en su gran mayoría fotos y recuerdos que cada quien tenía del integrante que había partido. Fue el simbolismo mayor que reflejó esa Nochebuena lo muy querido que era Patricio.
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Hace dos semanas, en la madrugada del viernes 12 de diciembre, un vehículo de Carabineros se llevó por delante la vida de este joven, y con ella, todos sus proyectos. Debían ser un amigo en su camino, pero se convirtieron en sus victimarios.
Patricio volvía de dejar a una amiga en su casa, en la comuna de Peñalolén. Cuando el reloj marcaba las 02:50 am y mientras recorría la avenida Consistorial de sur a norte, se cruza en su ruta un auto de Carabineros que venía por avenida Las Parcelas, de oriente a poniente. El video de una cámara de seguridad ubicada justo en ese sector muestra al vehículo oficial viajando con las luces de las balizas apagadas. Testigos dicen que tampoco llevaba la sirena encendida, y que cruzó la intersección con el semáforo en rojo y a 140 kilómetros por hora. El golpe por el lado del copiloto envió al automóvil de Pato directo a un poste. Quedó inconsciente. Ya eran las 03:30 am y Keka, su madre, le escribió al whatsapp. Siempre había sido aprensiva con el uso del auto durante la madrugada. No porque no confiara en su hijo, sino porque sabía que el peligro estaba precisamente en terceros que no respetan señalizaciones ni normas básicas como no conducir bajo los efectos del alcohol. No recibió respuesta. No pudo seguir durmiendo. Casi 45 minutos más tarde, el timbre anunció a los policías en la puerta de su casa. No quiso pensar nada, pero lo imaginó todo. Con ellos se fue hasta el hospital Luis Tisné, lugar al que había sido trasladado su hijo. Apenas pudo alcanzar la ambulancia que lo llevaba desde ese recinto al hospital Salvador, que cuenta con mejor atención neurológica. Dentro del vehículo de emergencia, uno de los paramédicos le dijo lo que hasta ese momento nadie le había sincerado: Pato estaba muy mal. Minutos más tarde murió.
En horas y días siguientes, familiares y amigos han tratado de encontrar una explicación a la tragedia. Nadie formalmente se las ha dado. Públicamente, la policía se limitó a decir que iba en persecución de un procedimiento policial, pero no ha dicho una sola palabra sobre por qué no llevaba sirena ni baliza. Peor aún, añadió que el auto de Patricio tenía los papeles vencidos, cuando en realidad sólo faltaba el pago de la segunda cuota de la patente. Al margen de ese dato, los papeles en regla no habrían salvado a Patricio del infortunio.
Su familia quiso donar sus órganos, pero no pudo porque al estar involucrada la policía en el accidente, podían requerirse para una investigación posterior. No la hubo. Y petición pública de perdón tampoco.
Patricio era sano. Como muchos de su generación, tomaba, pero como pocos, jamás manejaba con trago. Sus papás habían mantenido siempre un diálogo muy franco con sus hijos y le habían explicado con mucha nitidez el valor de la vida y lo frágil que era. Mucho de eso Pato lo puso en práctica en su vida cotidiana. Miembro de una de las tantas familias de la esforzada clase media, su paso por los colegios British High School e Inmaculada Concepción dejaron huella por su alentada personalidad. De promedio superior a 6, presente en todas las actividades escolares y destacado de su generación, se ganó una beca que lo ayudó a financiar sus estudios en la Universidad del Desarrollo. El resto de los aranceles los pagaba con esfuerzo. Allí donde había posibilidad de hacer ayudantías, se la jugaba por lucirse. La rectoría lo tenía en la mira como colaborador de asuntos estudiantiles. Y sus horas libres las repartía atendiendo una tienda de discos en un mall y como conductor de una empresa que brinda de noche el servicio de choferes de reemplazo a quienes no quieren manejar de vuelta de algún carrete. Su vida era de empeño. Como si fuera poco, se las ingenió para integrar dos bandas musicales. La última, “The Cuchos”, sin duda su gran pasión. Lo era también el grupo Green Day, cuya canción “Good Riddance” era su favorita.
Sus cenizas se quedaron en el mar, frente a Maitencillo. Y los suyos, esperando por una explicación o al menos una disculpa oficial que aún nadie pronuncia. Hay silencio en Carabineros, la institución que se supone, vela por la seguridad en las calles.
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En estos días, el juicio a Martín Larraín dejó en muchos la sensación de impunidad. En la historia de Patricio Ampuero Del Solar también se cruzan una tragedia carretera, el poder, la falta de justicia y la ausencia de arrepentimiento efectivo. Uno, como victimario, el otro, como víctima. Y en ambas historias, la indignación de la sociedad cuando el poderoso no da claros signos de contrición y remordimiento.
Al menos hay algo que Carabineros no pudo llevarse por delante. Porque al dolor de una familia que no encuentra consuelo, al menos la cobija el amor que Pato supo sembrar en sus cortos 20 años. Y así lo sintieron Patricio, Keka y Sofía esta Navidad, junto a los muchos que espontáneamente llegaron a compartir esa lasaña que a él tanto le gustaba.
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