El pasado domingo, José Mujica, el ex presidente de Uruguay, terminó su período de gobierno. Durante su mandato logró convertirse en una figura política reconocida a nivel mundial, no tanto por sus ideas o por su desempeño como gobernante, sino por su personalidad y, especialmente, por su estilo de vida sobrio y austero.
PUBLICIDAD
Los cinco años en que ejerció el poder presidencial, los honores recibidos a su investidura y el aparataje que rodea a los jefes de Estado no cambiaron su sencilla forma de vestir, sus sandalias, su viejo Volkswagen Escarabajo celeste ni a su mascota, una pequeña perrita coja.
El ex mandatario también donaba el 90% de su sueldo y declinó vivir en la residencia presidencial prefiriendo su casa de siempre. Esas decisiones revelan que sus rasgos no eran meras excentricidades, sino reflejo de las virtudes de un genuino servidor público.
Sobre esta conducta, Mujica reconoció “no es una pose poética, es un cálculo fríamente materialista, no esclavizar la vida por cuestiones materiales para tener el mayor margen de libertad y tiempo de la vida, para gastarlo en las cosas que a uno lo motivan” y agregó “el ser sobrio es un cálculo bien premeditado, tener tiempo para ser libre y entonces no te dejes afanar la vida, no te dejes transformar en un esclavo, no te acostumbras a vivir a costillas de los otros”.
Sin duda, la personalidad de este uruguayo contrasta con nuestro mundo actual y, por supuesto, con la lamentable lista de políticos que en todas las épocas y lugares del mundo han abusando de las atribuciones y privilegios de los cargos que detentan.
Bien lo sabemos los chilenos que, durante los últimos meses, hemos debido conocer detalles de situaciones donde aflora la codicia y donde se muestra a la política como una actividad vacía de moral y dirigida únicamente a obtener el poder y sus beneficios.
Lo más lamentable de todo es que estoy segura que son muchos más los servidores públicos honestos y trabajadores que aquellos que abusan.
PUBLICIDAD
Chile y su democracia necesitan superar esta crisis. Para ello, no basta con aplicar severas sanciones legales, morales o sociales. Necesitamos crear instituciones y normas poderosas capaces de hacer retroceder la corrupción e imponer la probidad pública.
Hace pocos días, un grupo de académicos de distintos sectores políticos, integrado por Cristián Larroulet, José Antonio Viera Gallo, Harald Beyer y Alejandro Ferreiro hizo una valiosa propuesta al país consistente en perfeccionar la institucionalidad del Consejo para la Transparencia, reformar la Ley de Partidos Políticos aplicándoles la normativa de la legislación de transparencia y probidad, continuar con el proceso de modernización de la Contraloría, fortalecer el sistema de Alta Dirección Pública y establecer sanciones ejemplificadoras en caso de incumplimiento de las disposiciones que regulan el financiamiento de las campañas políticas, entre las cuales debe estar la pérdida del cargo de elección popular.
Para avanzar en esta agenda de urgentes reformas institucionales, el Gobierno y la oposición deben dejar de buscar el empate con el adversario o la pequeña ganancia que brinda la revancha.
De lo contrario, la desconfianza ciudadana frente a la política se convertirá en desprecio generalizado y el “que se vayan todos” dejará de ser una consigna y pasará a ser una demanda popular.
Así, Chile quedaría a merced de la corrupción, el populismo y más lejos que nunca del desarrollo.
Aunque sabemos que ni las mejores leyes podrían transformar a nuestros políticos en hombres como Pepe Mujica, sería bueno -especialmente para Chile en estos momentos- que sigan su sabio consejo: “La política es para servirle a la gente”.
Tal vez, algún político decida hacerle caso y renuncie a su cargo.
LAS OPINIONES EXPRESADAS AQUÍ NO SON RESPONSABILIDAD DE PUBLIMETRO