El libro de relatos La Ola hace difusos los límites: desde el formato hasta su contenido. Son cuentos, pero la repetición de nombres de personajes (¿o son los mismos personajes?) y de motivos (el quiebre generacional e íntimo, por ejemplo) entrelaza los cuentos casi como si se estuviera leyendo una nouvelle. Asimismo una ficción de corte más realista se entreteje con una que de plano llama a lo sobrenatural o la ciencia ficción, desde fantasmas y apariciones hasta (la posibilidad de) hombrecitos verdes. Liliana Colanzi no admite barreras en su escritura y, de hecho, la fusión está tan bien lograda que no se produce un quiebre en el lector al pasar desde cuentos en que una protagonista tan violentada decide cortarse a sí misma hasta relatos en que las puertas se abren y se cierran solas. La autora no discrimina, es decir, la narración tiene el mismo valor, sea cual sea la acción o el motivo: ha logrado un estilo que permea casa relato y lo unifica.
De la misma manera, los relatos se mueven desde lo local a lo internacional. La autora recurre a su Bolivia natal para situar el hogar de sus personajes. Los textos situados en Santa Cruz bien podrían acontecer en Santiago o en otra capital latinoamericana: las familias heridas, protagonistas confundidos o que están huyendo, incluso el taxista aquel que le mete conversación a su pasajera (quién no ha estado en esa situación); pero son cruzados por rasgos que marcan el tono local, como la nana que come piojos: “Una de las costumbres que había heredado de sus antepasados nómadas era el gusto por masticar los piojos que extraía de mi cabeza cada vez que yo era víctima de una nueva epidemia en el colegio. ¡Qué torazo!, gritaba muerta de delicia cada vez que encontraba un macho alfa en mis cabellos” (12). Lo mismo ocurre con la mención del achachairú (fruta local que es descrita por su “acidez refrescante” 121 y con la historia que cuenta el taxista sobre la pastora de llamas Rosa Damiana. Lo internacional viene con un par de relatos que acontecen en Inglaterra y, al menos en parte, en Estados Unidos: pero no son realmente textos sobre la vida fuera del país de origen, sino sobre estar en un limbo, ya sea huyendo o retornando al terruño.
Lo otro que unifica el libro es, por supuesto, la ola, que es, además, el título del último cuento. “La Ola llegaba siempre de la misma manera: sin anunciarse. Las parejas se peleaban, los psicópatas esperaban en los callejones, los estudiantes más jóvenes se dejaban arrastrar por las voces que les susurraban espirales en los oídos” (105). Aunque no se lo menciona, al llegar al último relato, una se da cuenta de que la ola ha estado pasando por cada uno de los cuentos de Colanzi: de improviso, tal como lo admite la protagonista narradora; pero capaz de trastocarlo todo para siempre. Al respecto la metáfora es clara: podemos dejarnos llevar por la ola, ser arrastrados por ella; o tratar de capearla. En el caso del libro, hay que dejarse llevar por unos cuentos bien escritos, en que se maneja el suspenso a cierto nivel, no porque haya misterios que necesiten ser develados, sino por lo imprevisible que se pueden tornar las vidas con el paso de la ola. Hay una predilección por personajes más bien jóvenes que se salen del supuesto rango de lo normal; en estos casos los adultos son cortapisas severas de los jóvenes, lo que podría resultar un tanto estereotipado, pero la opción por entregar poca información, convierte a estos personajes más en sombras que en maquetas.
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Colanzi, Liliana. La Ola. Santiago: Editorial Montacerdos, 2014