Se supone que Dante Alighieri nació prácticamente hace 750 años, aparentemente un primero de junio. Demás está decir que su “Divina Comedia” es uno de los clásicos literarios mayores de la historia conocida: “primus inter paribus”, pudiéramos asertar. Acaso represente, en su máxima expresión, la escatología del imaginario colectivo para el mundo de la cristiandad. Creo que sería un error el leerlo al pie de la letra, sin considerar su evidente carácter alegórico.
Debo confesar que aparte de unos pocos capítulos extramundanos, tanto del libro del limbo, como del del cielo, he sentido una particular atracción (¿morbidez?) por el libro del infierno. Insisto en que, por fuerza, prescindo de la literalidad de mis interpretaciones especulativas, pues no preveo dogma allí, sino representación ficcionada de la condición humana, y el cómo se juega ésta la vida en la abstracción valórica mundana, proyectada al subsumido ultramundo.
El Dante poeta es guiado por su admirado -y por cierto- extemporáneo poeta, el magnífico Virgilio, en su periplo por el infierno. Recorre la bajada al ínferos, en su deliberada catabasis, al través de un cono invertido de nueve círculos y sus respectivas recámaras, valorando en su condición de narrador testaferro –espeluznado- las causas y padecimientos de los pecadores condenados a las categorías correspondientes para las ignominias con que abandonaron este mundo. Así: lujuriosos, “gulosos”, avaros y pródigos, herejes, perezosos e iracundos, violentos, fraudulentos… y así también, en el noveno círculo (de mi predilección), el de los traidores, a la altura (o a la bajeza) del canto trigésimo primero.
La traición es considerada la más vil e infame de todos los pecados, porque a diferencia del círculo anterior no se lleva cabo para con desconocidos, sino contra quienes se fían. En el noveno hay cuatro recámaras en degradés: la Caína, en la que se hallan los traidores a los parientes (nombrada en alusión a Caín); la Anterona, en la que están los traidores a la patria; la Tolomea, en la que se encuentran los traidores a los huéspedes, y la cuarta y última, la Judeca, donde se encuentran los traidores a sus benefactores (a Dios, en este caso, personajes como Judas, o el mismo Lucifer).
Quien se fía, dona su confianza, quedándose en un estado de absoluta vulnerabilidad en relación a lo que es su radical integridad. Dicen que la confianza tarda una vida en construirse y tan sólo un instante para destruirse.
El huésped, por ejemplo, al hacer visita, se hace presente, “es” un presente o regalo hacia el anfitrión, pues dispone de su humanidad, tiempo y buena voluntad para quedar totalmente a merced del segundo. Por esta razón, la hospitalidad es considerada un valor universal y sagrado, y el anfitrión se debe con humildad y gozo a su “presente”.
En términos políticos, el votante entrega su voto de confianza a quien dice proteger a la patria y el bien común. No obstante, la defraudación nos instala en la segunda recámara del noveno círculo del infierno. En estas divagaciones me embarga una profunda disonancia cognitiva en relación a lo que va pasando por estas lejanías. ¿Llegamos ya al noveno?
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