Columna de Felipe Avello: "Foto de un niño perceptivo"

De niño he sido muy perceptivo.

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Acá me pueden ver con tres meses de vida en un momento de solaz, junto a mi madre. Era julio de 1974, recién había comido, y me sentía contento, aunque algo intranquilo con respecto al futuro.

Hace pocos minutos habíamos tenido una seria conversación con mamá, ella se sintió mal porque le dije: “Me parece que es un gasto excesivo y propio de arribistas que me hayan traído a nacer al Sanatorio Alemán de Concepción, siendo que vivimos en Lota, y que nadie tiene antecedentes teutones en la familia, creo que debemos adecuarnos a nuestra realidad sociocultural, mamá”.

Fue en ese momento que me di cuenta que ella no estaba preparada para que su hijo le hablara de esa manera, bueno, para que su hijo le hablara.

Además mi madre, que nunca ha sido buena lectora, no sabía lo que era ser teutón.

Ella tenía 21 años y como toda muchacha, era atolondrada e insegura, así que opté por guardar silencio no sin antes tirarme un erupto o “chanchito”, como le decía mi mamá. Mi papá, en tanto, que no aparece en la foto porque estaba trabajando, le decía equivocadamente “eructo”.

Atrás se puede ver el televisor, el cual a petición mía, mantenían siempre apagado. Había sólo dos canales que competían por cuál entregaba una programación más mentirosa y zonza, llegando al paroxismo en el espacio donde aparecía un muñeco que se hacía llamar “Pin Pon”. Ese era el programa que más abominaba y el que mi madre insistía en hacerme ver.  “Mamá”, le dije una tarde, “no me gusta ese tal ‘Pin Pon’, el personaje no está bien definido y el efecto visual es precario, el actor Jorge Guerra intenta darle verosimilitud a su personaje, pero fracasa ante un guión débil, ¿quién es ‘Pin Pon’? ¿un niño? ¿un duende afeminado? ¿un enano?”. Mi madre apagó la tele. Por fin me hicieron caso en algo.
La muñeca que aparece sobre el televisor era de mi propiedad y se llamaba “Laurita”. Originalmente era de una prima que se mudó a Santiago  y la dejó olvidada. Inmediatamente me apropié de ella y la volví mi juguete predilecto.

Mis padres siempre a la zaga, temerosos de que jugar con muñecas me volviera homosexual -el concepto gay aún no se manejaba-, me quitaban a Laurita y me hacían jugar a la pelota o peor aún, me hacían jugar con soldaditos o con pistolas de vaquero.

“Padres, no me gustan los juguetes violentos”, les dije un día, “soy un pacifista como John Lennon, el ex Beatle, mis papás sólo conocían a los cantantes de la nueva ola;  no se preocupen, no soy homosexual, y si lo fuera no tendría nada de malo, pero no lo soy; mi comportamiento se enmarca en la heteronorma, mucho más que si jugara con muñecos de acción musculosos que aún no se comercializan, pero que en unos años más se venderán en todas las jugueterías”.

Mi papá, lleno de dudas, me dejó jugar con “Laurita” y no insistió más con el balón de fútbol ni con las armas de fuego.

Años más tarde las figuras de acción musculosas se venderían en todas las jugueterías.

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El chupete que cuelga del alfiler de gancho adosado a mi pecho era mi único vicio, mi único punto débil, y me costó dejarlo, ni siquiera permitía que fueran a reemplazarlo por otro chupete nuevo, no, yo quería ese chupete. Estaba consciente que era una conducta infantil, casi obsesiva, adictiva diría yo, pero mal que mal era una guagua, sólo tenía tres meses.

Es ese el momento que aparece captado en la foto.

*** Las opiniones expresadas aquí no son responsabilidad de Publimetro.

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