Sé que estamos en invierno, y que la foto no tiene nada que ver, pero acabo de encontrarla y creo que es bueno mostrarla en el diario y así refregársela en los ojos a los que ponen en duda todo; a los que creen que se las saben todas, a los Guarellos, a los sabiondos y a los burlones, los irónicos; a todos ellos quiero demostrarles cuán equivocados estuvieron siempre.
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Yo en esa época tenía serias dudas con respecto a la existencia del Viejito Pascuero. Me hacían dudar algunas actitu-des sospechosas de mi mamá, algunos comentarios de mi abuelita, pero sobre todo no dejaban de atormentarme ciertos rumores que había escuchado de la boca de algunos compañeros de colegio de cursos más grandes. Sin embargo, a las 00:00 horas de ese 24 de diciembre de 1980, me quedó todo claro (ver foto).
El Viejito Pascuero era REAL, pero no sólo eso, además era cercano y cariñoso, y se daba el tiempo, en el día más difícil del año (para él), de fotografiarse conmigo y mis hermanos, jugar con nosotros, tomar un traguito y comer pan de Pascua.
Era hermoso, su mirada bondadosa, sus manos fuertes y su barba tan suave que parecía de algodón.
La pierna que se asoma es de mi hermano menor, un año de diferencia, usábamos el mismo modelo de pijama. A sus 5 años, inmaduramente le tuvo miedo al Viejito, y en esta foto aparece llorando, arruinando el recuerdo para siempre. Afortunadamente la tecnología de hoy, me permite cortarlo y borrarlo de la escena.
El tren a pilas que se ve adelante iba a ser el regalo estrella de la noche, sin embargo nunca funcionó. Mis papás eran los encargados de comprar las seis pilas grandes que requería mi tren para moverse y hacer funcionar las luces que se veían prendidas en la caja, pero ellos, negligentes, nunca las compraron.
El otro regalo que casi no se alcanza a ver en la foto, de color naranjo, ade-lante del tren, es un reproductor de diapositivas. Uno movía una palanquita e iban apareciendo las imágenes. El regalo era muy aburrido, venía con sólo ocho fotos, todas de paisajes marinos muy parecidos entre sí. No era un juguete muy entretenido, tomando en cuenta que algunos compañeros míos ya tenían Atari y Betamax. Ahí se cayó el Viejito.
La foto la tomó mi papá, muy malo sacando fotos. No la pudo sacar mi tío, que vivía con nosotros y se dedicaba a la fotografía; esa noche no apareció por la casa, regresó después, justo cuando el Viejito se había ido.
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