Columna de Joel Poblete: “La memoria del agua”, contención y catarsis

En su quinto largometraje, el realizador chileno Matías Bize sigue profundizando en las relaciones de pareja, esta vez desde una perspectiva más madura, compleja y a la vez más sutil. En su anterior trabajo, “La vida de los peces”, ya había confirmado hace cinco años su interés en profundizar en los personajes y sus motivaciones, mucho más allá de los desafíos técnicos o argumentales que se había planteado en sus primeras películas hace ya más de una década: realizar una película en una sola toma sin dejar de grabar en su ópera prima, “Sábado”, contar una historia con sólo dos personajes en una sola locación con “En la cama” y abordar la crisis de una pareja a lo largo de una extensa noche en Barcelona, con “Lo bueno de llorar”.
Acá la historia es mucho más dolorosa, contenida e introspectiva, al centrarse en una pareja -Javier y Amanda- que ha sufrido la pérdida de su hijo y cómo ésta afecta su relación, aunque intentan seguir adelante con sus vidas. Lo que pudo ser pero no fue, lo que se piensa y no se dice, están presentes en las miradas y los silencios, que siempre han sido fundamentales en el cine de Bize, quien acá demuestra que ha ido depurando cada vez más su estilo, algo que se refleja por ejemplo en las sutilezas de la fotografía de Arnaldo Rodríguez, o en las composiciones de Diego Fontecilla en la banda sonora.
Sin recurrir a efectismos o manipulaciones emocionales que traicionen el espíritu de la película o que hicieran caer fácilmente en un melodrama lacrimógeno y convencional, se agradece que el director confíe más en los matices y en la fuerza de las actuaciones. El elenco es fundamental en este resultado, incluyendo los roles secundarios -por ejemplo, Sergio Hernández aportando calidez y credibilidad en el rol del padre de Javier-, y especialmente por las conmovedoras interpretaciones protagónicas de la actriz española Elena Anaya -ganadora del premio Goya por su complejo rol en “La piel que habito”, de Almodóvar- y Benjamín Vicuña, en uno de sus mejores papeles, que de seguro debe haber sido aún más complejo para él por su conexión personal con el tema. La pugna entre la contención interna y la necesaria y sanadora catarsis, será finalmente lo que esté en juego a lo largo de “La memoria del agua”.

“Mi vieja y querida dama”
A partir de un guión que él mismo escribió sobre su propia obra de teatro, en su primer largometraje como realizador el dramaturgo Israel Horovitz cuenta la historia de un estadounidense que viaja a París para encargarse de la antigua casa que ha heredado de su padre, pero descubre que en ella habitan una anciana y su hija, quienes no tienen ninguna intención de mudarse. En un principio la historia de esta comedia con toques de drama fluye con calidez y cierto encanto, sobre todo por la buena química que hay entre sus tres reconocidos protagonistas, en especial por la interacción entre Kevin Kline y la octogenaria Maggie Smith. Pero si bien algunas bromas funcionan, por el camino el conjunto pierde paulatinamente fuerza y por momentos se siente rígido, reiterativo y convencional, y ni siquiera los ocultos secretos familiares que irán revelándose durante el filme permiten que avance más lejos, por lo que sus 107 minutos de duración se sienten incluso excesivos y delatan más de la cuenta su origen teatral. Si se la ve sin muchas expectativas y se admira el talento del trío protagónico, puede funcionar, aunque el potencial de su trama daba para más.

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