Columna de Rodrigo Severín: “El dinero no hace la felicidad”

¡Pero pucha que ayuda! responden los viejos cazurros.

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Angus Deaton se propuso estudiar desde un punto de vista científico la relación dialéctica entre estos dos conceptos: dinero y felicidad; objetos, ellos, de discusiones bizantinas del tipo qué fue primero, el huevo o la gallina. ¡Quién puede negar el que se haya visto enfrascado hasta altas horas de la madrugada en tal debate! Más de alguna vez habrán volado plumas como resultado de la discusión.

El dinero, en tanto concepto, nos resulta más fácil de comprender intuitivamente, puesto que cotidianamente tenemos que lidiar con él. ¿Y la felicidad? … Ahí sí que hay tela para cortar.

Muchos ven en el horizonte de la fortuna un arco iris que acaba en un cofre lleno de oro. Rubén Darío ve el tesoro en la divina juventud. “El hombre más feliz del mundo”, Matthieu Ricard,  es un monje budista, y sabemos que el budismo ve en el apego a las cosas materiales la causa de todos los males. (Ahora bien, su felicidad también ha sido medida, pero no desde el punto de vista económico, sino que desde el neuronal.) Y los místicos de occidente piensan relativamente parecido. Por ejemplo, a todos nos resulta familiar el poema de Fray Luis de León que nos enseñan en el colegio: “Oda a la vida retirada”. Comienza: “Qué descansada vida la del que huye el mundanal ruido, y sigue la escondida senda, por donde han ido, los pocos sabios que en el mundo han sido […]”. Errázuriz, en el polo opuesto, ama la codicia, a la cual señala como motor de la economía del capital.

Y entre medio, supongo, nos hallamos la gran mayoría de los mortales.

… A mí me late que es como una zanahoria montada en la carnada de una caña de pescar que se nos arranca según galopamos hacia el horizonte, ya con, ya sin cofre dorado, pero con la ingenuidad de un Quijote cualquiera, al igual que la trampa que Condorito le hace a su caballo Mandíbula.
    
Angus Deaton ha sido galardonado este año con el premio Nobel de Economía: “Por el análisis sobre los sistemas de demanda, el consumo, la pobreza y el bienestar”. En uno de sus estudios, junto a Daniel Kahneman, concluye que cuando alguien empieza a ganar más de 75.000 dólares anuales llega a una suerte de “meseta o tope de la felicidad”, y que su felicidad tiende a verse mermada crecientemente según aumentan sus flujos monetarios. Así, tanto la frecuencia como la intensidad de la felicidad, medidas como la “satisfacción diaria” de la experiencia de vida, tenderían a una cota óptima. Luego las emociones como la alegría, el estrés, la tristeza, la ira o el afecto, que determinarían el hecho de que nuestra vida sea “agradable” o “desagradable”, no aumentan ni disminuyen llegados a cierto punto. No obstante, los pensamientos con los que la gente evalúa su propia vida, habiendo traspasado ese umbral, recogen la sensación de que se está mejor que el resto.

¡Vaya a saber uno el sentido que los supuestos tienen detrás del estudio!

Las opiniones aquí expresadas no son responsabilidad de Publimetro

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