Columna de Raúl Sohr: París y el cambio climático

Partió la última versión de la conferencia de Naciones Unidas sobre el cambio climático. Éxito inicial: 150 jefes de gobierno y estado concurrieron a París para el encuentro número 21. Todos quieren estar allí y testimoniar una buena disposición.

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Discursos cargados de palabras de buena crianza e invocaciones abstractas al bien común. En los hechos, las divisiones de las últimas dos décadas siguen presentes.

Al presidente Barack Obama le gustaría llegar a un acuerdo pero ha indicado que el Senado de su país no lo ratificaría. Alemania dice que acuerdos de palabras no bastan. La canciller Angela Merkel exige un tratado vinculante. India, a su vez, dice que no dejará de usar carbón porque es indispensable para su desarrollo. Xi Jiping  habla de obligaciones comunes pero diferenciadas. Lo de diferenciado alude a que los países ricos, con historial de emisiones, contribuyan más que los que están en desarrollo.

Este es un debate que se ha repetido año tras año a través de diplomáticos, funcionarios, científicos y, activistas que tienen en común reconocer la gravedad de la emisión de los gases de efecto invernadero (GEI).

El principal de ellos es el dióxido de carbono o CO2 generado por actividades humanas. En particular la quema de carbón y petróleo.

Nadie discute a estas alturas la necesidad de descarbonizar las economías. El problema es cómo hacerlo y más precisamente quién asumirá los costos de este proceso.

Un estudio clave sobre la materia lo preparó el británico Lord Stern quien precisó: actuar ahora para mitigar el daño causado por las emisiones de GEI costará el 5 por ciento del PIB mundial, pero si el cuadro empeora podría alcanzar hasta el 20 por ciento del mismo.

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La evidencia del calentamiento global está ante nuestros ojos: este año fue el más caluroso desde que existe un registro mundial. La tendencia al alza de la temperatura no da tregua. Retroceden los glaciares en todas las montañas del planeta. El casquete ártico está en vías de desaparición y los hielos de la Antártica se encogen.  Hay sequías que causan hambrunas y migraciones. Otras regiones azotadas por huracanes de una violencia inédita.  

Aunque hay acuerdo sobre la gravedad de la situación climática el lobby del petróleo y el carbón, unido a las automotrices y otras industrias, suele gravitar con más fuerza que los reclamos de la sociedad civil.

El escándalo de la adulteración de emisiones de autos Volkswagen y otras marcas es testimonio de la hipocresía de ciertas empresas. La compañía alemana se ufanaba, en su publicidad, de contar con los vehículos más limpios. Como suele ser el caso habrá que esperar el atropello para que se instale un semáforo. Cuántos desastres naturales serán necesarios antes que las autoridades y las sociedades focalicen sus energías en reducir la huella de carbono.

Chile hace menos que lo mínimo

Cada país presentó un plan voluntario fijando metas de reducción de emisiones. Es un asunto que  tiene costos económicos, pero por encima de todo es una expresión de la voluntad política de cada estado.

Chile ha prometido un aporte  por debajo de sus posibilidades. El economicismo cortoplacista  es dominante. Hasta hace poco se consideraba que la meta optimista era una reducción de 45 por ciento en tanto que la más conservadora era de 35 por ciento.

Al final,  ni una ni otra,  tan sólo una merma de 30 por ciento. Ello en un país que tiene enormes posibilidades de mejoría a través de la eficiencia energética y las energías renovables.

Cabe esperar que en los debates que tendrán lugar  en las próximas dos semanas, en París, surja un acuerdo que proteja el futuro del planeta.

Las opiniones expresadas aquí no son responsabilidad de Publimetro

 

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