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Chester Bennington: la marca de la tragedia

Nuestro columnista Sebastián Cerda reflexiona sobre la partida de la voz de Linkin Park

Toda muerte de connotación trágica, protagonizada por una celebridad y acaecida en un período vital en que aún es posible utilizar la palabra «joven», no puede resultar menos que impactante.

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Por cierto, asoma la tentación de dotar al protagonista de un aura de genialidad, como demarcador de un antes y un después dentro de la esfera en la que le tocó intervenir, y causante de un vacío que será imposible llenar.

Pero forzar esos juicios siempre termina por minimizar el verdadero aporte del nombre en cuestión, y Chester Bennington, el hombre que durante 20 años lideró a Linkin Park y que este jueves decidió poner fin a sus días, sin dudas que tiene un lugar ganado en la historia reciente del rock.

Es cierto, ni él ni su banda cambiaron la fisonomía del género. Cuando Linkin Park asomó en las radios, el término «nu metal» ya se había acuñado, gracias a grupos como Korn y Deftones, amén del cambio de rumbo y la visión comercial que luego impusiera Limp Bizkit.

Pero no hay que caer en la mirada estrecha de quienes sólo valoran a quienes ostentan la cualidad de impulsor o detonante. Porque sin dudas que extender una herencia, entregarle nuevos aires, volverla multitudinaria y lograr que un grupo etáreo se identifique con ello, es a todas luces digno de destacar.

Bennington lo hizo, aunque para ello haya tenido que acudir a su propio desgarro. Fue así como su mensaje desesperanzado, nacido de una biografía marcada a fuego por el abuso sexual y un devenir de adicciones, terminó encontrando tierra fértil en una generación determinada por la incertidumbre.

La juventud de principios de siglo, los adolescentes de los 2000, conocieron un mundo de todo y nada, con banderas caídas y obsolescencia temprana, proyecciones cambiantes y futuro difuso, además de cimientos que resultaron menos sólidos de lo que se les había dicho.

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Los de antaño siempre confiaron en un mundo mejor; los siguientes, tiñeron de esperanza la posibilidad certera de uno peor. Los de entonces, en cambio, ya no sabían en qué creer.

Con 41 años vividos más intensamente de lo que hubiera querido, Bennington debe haber cargado con demasiadas mochilas sobre su espalda, y quién sabe si la decisión reciente de su amigo Chris Cornell, terminó por poner pavimento a un camino que sus angustias y traumas hacía rato habían construido.

Tal vez en la música comiencen a encontrarse las señales. En «One more light», por ejemplo, el disco que publicó hace apenas dos meses, y que hoy debe estar siendo devorado por fanáticos que intentan tapar el vacío que esta muerte dejó, aunque tras cada nota no se suceda otra cosa que el eco amplio de una tragedia que el destino construyó, y luego no pudo evitar.

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