Un grito estruendoso se escucha en el Movistar. Las luces se apagan, los griteríos aumentan. La secuencia se repite. Alrededor del escenario el público, en su mayoría adolescentes, claman por una banda de trece jóvenes.
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No están pero su presencia se siente, los alaridos de las mujeres, banderas chilenas que dicen «Dino will you marry me» o pancartas en coreano con el nombre de Dk lo comprueban. La música de fondo se apaga, una voz pide que nadie lance cosas al escenario, de lo contrario el show se cancelará.
Los minutos pasan y la escena es la misma. Griterío total. Las luces no se apagan del todo y suena la música del grupo. Globos de color azul y rosa se mueven al ritmo de la música mientras que las luces de los celulares no paran de grabar. Un coro en coreano es repetido por las fanáticas que lo gritan memorizado como una tabla de multiplicar. La canción fue solo la introducción, la entrada de un banquete que se llama Seventeen y que hace su estreno en Chile. Trece jóvenes salen al escenario como una gotera que se cuela por una casa durante una tormenta. Saludan al público :»Santiago un grito», dicen.
Los jóvenes se reparten en el escenario y como espejos realizan alegres coreografías mientras el público los graba con cámaras celulares. Los padres que acompañan a los hijos también son contagiados por la efervescencia juvenil, que se agolpa cerca del escenario cada vez que los asiáticos pasan al frente.
«Santiago, hola, hola, ustedes son tan bonitas» son algunas de las palabras que dicen en español y que basta para sellar la adoración de las fanáticas. Cada uno de Seventeen saluda al público mientras piden al público tener precauciones para que el concierto no tenga incidentes.
Una pantalla azul con helados que muta en el símbolo del grupo es el telón de fondo. Los jóvenes ejecutan impolutas rutinas donde cada uno es la pieza de un reloj. La mayoría del público es adolescente que todavía no egresa del colegio, por eso la banda aprovecha eso y monta una sala de clases como escenario.
Pero el show no es solo música. Los artistas saben que tienen el público a sus pies y por eso dedican parte del show para interactuar. Piden aprender frases en español como también enseñan movimientos para las siguientes canciones. Lo mejor llega para el final, humo, los lentos lentos -uno estuvo ambientado en un castillo de Drácula- y una canción donde bailan y se enredan con una cinta junto a el prometido fuego condimentan la jornada, que tiene uno de sus peaks con una lluvia de globos que cae desde las galerías.
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Un delirio total que consagra el fenómeno del K-pop en Chile. Una estilo que marca una generación y que este 2017 lo demostró con la visita de BTS y el debut de Seventeen en dos horas inolvidables para los asistentes.