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Columna de Sebastián Cerda: VIOLETA X 100

¿Qué cosa nueva se puede decir sobre Violeta Parra, desde una tribuna como ésta? ¿Qué más se puede aportar en torno a esta artista, sin caer en una serie de lugares comunes y consignas reiteradas, sobre todo en estos días pre Centenario?
Es tal la fuerza de su figura, que por momentos pareciera estar todo dicho, y las palabras para intentar expresar algo distinto nunca logran hacer justicia con su relevancia. De pronto, es como si Violeta fuera algo cercano al todo: un principio, un núcleo, una herencia imperecedera, una presencia rectora, de una magnitud tal que hasta la acerca a lo inefable.

Lo sabemos en Chile, donde la cantautora -el hecho de asignarle sólo un rol ya parece un reduccionismo- forma parte de nuestros referentes históricos. Ésos que no sólo determinan algo tan primario como nuestro orgullo colectivo y hasta algún desliz chovinista, sino que están en el eje de lo que aquí entendemos por Cultura. Ella, Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Víctor Jara… Por cierto, hay muchos otros muy destacados. Fundamentales, históricos, determinantes, magistrales, mundiales… Pero la cima del Olimpo, está reservada sólo a unos pocos.

Violeta chequeó más que los casilleros estrictamente necesarios para estar ahí. No sólo permitió que la música de nuestras entrañas no se perdiera en los abismos del tiempo y el desarrollo: además, dio vida a un catálogo que encarna como ninguno cierta esencia compartida entre los que antes y ahora habitamos esta faja de tierra. Ese código común, que permite que los del norte y el sur, el mar y la cordillera, los que tienen más y los que tienen menos, podamos de igual manera encontrarnos en la palabra “chileno”.

Su obra plástica logra lo propio desde otra disciplina, incluso con ella como referente de una especialidad (arpillera). Y ni hablar de ese capítulo aparte que es “Gracias a la vida”, una canción que no sabe de tiempo ni espacio, un himno universal tan grande, que hasta cuesta creer que haya nacido en esta latitud.

Este Centenario, que celebraremos el miércoles 4 de octubre, es un momento ideal para volver a inflar el pecho pensando en ella, y compenetrarse con un legado que debiera estar en nuestro ADN, como presencia permanente.

¿Ha sido así hasta ahora? No siempre, y quizás esta celebración debería invitarnos a dar continuidad a su atmósfera, y consolidar a Violeta como gran patrona cultural. Impregnar Chile con sus colores, sus canciones, su adelantado feminismo.

Que quienes nos visiten respiren Parra, Neruda, Mistral y Jara apenas crucen la frontera, y que cuando nos dejen lo hagan llevándose “Las últimas composiciones” en la maleta (¿cómo es posible que un conflicto legal nos prive hasta hoy de ese documento?).

Y para los que seguiremos aquí, mirar hacia adentro, precisamente, como Violeta hizo. Apreciar lo nuestro y procurar su permanencia, ya no en tiempos de migración campo-ciudad, sino de globalización.

Quizá ese país que ella buscó testimoniar ya está extinto, y hoy lo podemos conocer gracias a su esfuerzo. Pero el otro, el que hoy existe, podemos extenderlo hacia el futuro, si dejamos que el espíritu de Violeta permanezca vivo entre nosotros.

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