Todos los chilenos tenemos un vínculo afectivo muy fuerte con quienes son nuestros máximos próceres culturales. Sin embargo, ¿cuántos conocen de Neruda algo más que los poemas XV y XX? ¿O cuántos conocen de Gabriela Mistral algo más que la poesía cándida que nos enseñan en la educación básica? Algo similar sucede con Violeta Parra. Todos conocemos “Gracias a la vida” o “Volver a los 17”, pero pocos sobrepasan la barrera de ese conocimiento superficial.
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Sin embargo, ello no impide que tengamos una relación con su figura a nivel simbólico, incluso mítico, y desde luego afectivo. Víctor Jara puede ser un caso un poco distinto, quizá gracias a un componente algo más “pop” en su música, cierta cercanía con la cantautoría popular, que la acerca de modo más directo a instancias muy domésticas como los guitarreos y las fogatas. Además hay en él elementos políticos y revolucionarios que lo transforman en bandera, algo que en Violeta está presente, pero de un modo más complejo y menos explícito.
La tradición y el folclore nunca han sido de nicho, son muy transversales, pero eso no necesariamente significa masividad. Hoy, por ejemplo, se habla mucho del renacer de la cueca y su integración en el mundo joven, pero diría que eso es apenas parcialmente cierto. Sin dudas que hoy hay más jóvenes escuchando cueca respecto de hace algunos años, pero los que escuchan y viven la cueca más allá de las Fiestas Patrias, siguen siendo un público inmensamente minoritario.
Es deseable que más y más personas escuchen a Violeta, pero no es atribuible a ella o a su obra el que eso no suceda del modo en que quisiéramos, sino a una situación cultural estructural en nuestro país, de la que sólo se salvan contadas expresiones y exponentes.
Llevar su vida y obra al cine ayudó mucho, no sólo por la masividad del formato, el reconocimiento del director a cargo (Andrés Wood) y el atractivo de la cinta como tal, en cuanto a historia y en su calidad de producto audiovisual. “Violeta se fue a los cielos” fue también una cinta que generó muchísimos comentarios al mostrar de forma abierta los claroscuros de su figura, que hasta entonces no eran tan conocidos, no sólo porque ha primado el conocimiento de su obra antes que de su biografía, sino porque además vivimos en un país muy negacionista, donde los grandes símbolos se transforman en seres intocables para algunos.
No olvidemos que hay literatos y académicos que se han negado a hablar, por ejemplo, del lesbianismo de Gabriela Mistral. “Violeta se fue a los cielos” desacralizó a Violeta, la humanizó, mostró sus fortalezas y debilidades.
Su figura y obra de algún modo ya están instaladas, pero sin dudas que esta es la oportunidad para dar el gran salto, para salirnos del plano meramente referencial, instalar a Violeta en nuestro ADN, y promover el conocimiento cabal de su catálogo, puesto que conocer su obra, en buena medida es acceder también a un concentrado de nuestras raíces e historia musical.