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La danza del fuego: Arcade Fire hace bailar al Movistar Arena

El colectivo canadiense se presentó en nuestro país este lunes y reafirmó su posición como una de las bandas indie más relevantes de las dos últimas décadas

Aunque no era su primera vez en territorio nacional, los canadienses de Arcade Fire no habían tenido la oportunidad de ofrecer un show en solitario para ese público tan “loco” como señaló Win Butler, vocalista de la banda, en su Twitter oficial un par de horas antes de pararse frente a sus fans en el Movistar Arena y prenderle fuego a todo.

El show comenzó pasadas las 21 horas con una voz en off anunciando la “pelea de la noche”. El escenario adornado como un cuadrilátero de boxeo y la banda marchando hacia sus puestos como combatientes agitaron los ánimos de una audiencia previamente ansiosa y preparada para más de dos horas de incansables ritmos aliñados con toques setenteros y una indumentaria luminosa muy dentro de la onda disco.

El grupo arrancó con “Everything now”, la pista que lleva el nombre de su más reciente LP, ese mismo que fue apaleado por la crítica hace unos meses y que durante aquella noche tuvo a todos saltando y agitando las palmas. Le siguieron “Rebellion”, uno de los hits de su álbum debut, “Funeral” (2004), y “Here comes the night”, de su disco doble “Reflektor” (2010), canción que deja clara la versatilidad de la banda por sus toques caribeños, muy en la onda de LCD Soundsystem.

Sin duda, la tónica de la noche fue el baile. De su inicio hasta la mitad del concierto Butler y su esposa Régine Chassagne -quien se paseó por los teclados, el canto y hasta la batería- no dieron tregua a los pies del público haciendo un recorrido por su breve, pero contundente discografía.

El descanso llegó con “Neon bible”, que dejó atrás las controversias que otros artistas han puesto sobre el tapete respecto de los teléfonos en los shows. Usando las pantallas pidieron a los asistentes que alzaran sus celulares encendidos y en cuestión de segundos el domo de la arena se iluminó por completo mientras que en dos minutos, Butler, showman consagrado, junto a una guitarra de doce cuerdas y una instrumentación menos escandalosa, logró un clima de intimidad con los espectadores quienes corearon la canción titulada igual que su segundo disco.

La velada siguió sin problemas notorios más que uno que otro glitch en las tres pantallas colgadas sobre el escenario. Pese a la potencia y el indiscutible manejo de los intérpretes sobre sus instrumentos, pareciera ser que el excesivo uso de elementos sonoros llega a saturar el resultado final de cada canción. La sutilidad no es algo propio de Arcade Fire, queda claro de principio a fin.

El concierto terminó con la banda marchándose con una mini batucada por entremedio del público hipnotizado por la misma euforia con que ellos mismos los habían contagiado. Hasta última hora los bailes, como rituales de tribus ancestrales y adoradores del fuego, apresaron a la audiencia alegre y a una banda cuya deuda, desde su última visita en 2014, ahora parecía saldada.

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