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La santísima trinidad: Parra, Huidobro y Neruda en el Litoral de los Poetas

El autor de “Poemas y antipoemas” fue sepultado ayer en su casa en la localidad de Las Cruces acompañado por el cariño de su familia, amigos y vecinos

A unos 130 kilómetros de Santiago se encuentra el balneario de Cartagena, popular destino de los turistas que en verano descansan en sus playas y disfrutan del sol y la arena. También allí, en las calles de la popular comuna, se encuentra la casa de Vicente Huidobro, autor de una larga bibliografía de poemarios como “Vientos contrarios” (1926) y “Altazor” (1931).

Un poco más al norte (casi a media hora en auto) se encuentra Isla Negra, una localidad costera perteneciente a la comuna de El Quisco (región de Valparaíso) y hogar de uno de los dos premios Nobel nacionales, Pablo Neruda.

Pero, a medio camino, entre estas dos casas que se yerguen como memoriales de la poesía y la cultura chilena, se encuentra la antítesis de la elite intelectual: rodeado de árboles (¿imaginarios?) y dentro de un modesto ataúd, yace hoy Nicanor Parra Sandoval, el antipoeta que desafió los convencionalismos de su época y la nuestra.

Durante la mañana de ayer se realizó el funeral de “Don Nica”, fallecido el martes pasado a sus 103 años, rodeado de su familia en la comuna de La Reina, Santiago. Luego de ser velado en Santiago y despedido por esa nación de la que se enorgullecía pese a la acidez con la que la retrataba, partió en un cortejo colorido que entonaba las canciones de su fallecida hermana Violeta, a quien siempre recordaba con el más puro de los cariños.

Pese a que la misa era de carácter privado, la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción se vio pronto rodeada de poco más de mil personas, entre vecinos y peregrinos de todo Chile que llegaron a dar su último adiós al autor de “Artefactos” y “Hojas de Parra”.

Los rostros no escasearon. La Presidenta de la República, Michelle Bachelet, apareció nuevamente a dar el pésame al legendario clan Parra, así como el poeta Raúl Zurita, que todo vestido de blanco, acompañó a su amigo hasta su humilde sepultura en el patio de la casa.

El sonido de las palas se mezcló con la melodía del himno “Gracias a la vida”, mientras las miradas de sus más cercanos no se despegaban del ataúd, poco a poco desvanecido entre el polvo y la tierra hasta que sólo quedó una cruz de madera blanca, flores, y el manto tejido por su madre muchos años atrás.

Amor a la muerte

“Fui lo que fui: una mezcla/ De vinagre y aceite de comer/ ¡Un embutido de ángel y bestia!”, escribió Parra en 1969. “Epitafio”, se llamaba el profético poema que, casi cincuenta años después, se volvería un resumen del legado que el autor dejaría.

A través de sus poemas parecía ser que la idea de visitar el más allá no era algo que le atemorizaba, sino que, más bien, le entusiasmaba.

Obras como “El poeta y la muerte” (donde un escritor es visitado por la Parca, con quien tiene un amorío), reflejan aquella postura inusual que el autor mantuvo a lo largo de sus años frente la cada vez más grande posibilidad de partir.

Por otra parte, el también popular “Voy y vuelvo”, extraído de uno de sus artefactos, se volvió el ícono y la representación simbólica de la “inmortalidad” de su obra y su legado.

Tres años atrás, el mismo Zurita que lo despidió ayer, escribía en honor a su centenario “el que no alcance los cien años será considerado maldito”, citando al libro de Isaías en La Biblia. “Feliz cumpleaños, entonces, Nicanor Parra. Como un maldito de este mundo, te mando un abrazo”, dijo el poeta al antipoeta a tres años de verlo partir. Y así, Nicanor Parra se unió a la santísima trinidad.

Fabián Escudero

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