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Columna: La “broma” de Karol Dance

Cada época tiene sus límites, y parte del peso específico que muestran los comunicadores tiene relación con el adecuado manejo de los mismos. Saber respetarlos con relativa regularidad, pero sin la observancia propia del conservadurismo; desafiarlos cada tanto, ya sea en sentido lúdico o político; o derechamente transgredirlos cuando la situación amerite, aunque mirando de reojo la letra chica de la norma.

Hay que aprender a volar con los tiempos también, porque el escenario al respecto es siempre dinámico. A «El Desjueves», por ejemplo, lo reconvinieron por un par de garabatos. A otros contemporáneos, por su aproximación a la figura de Cristo o a la autoridad.

Nada de eso sería motivo de escándalo en nuestros días, pero sí otros temas, particularmente el menoscabo a grupos humanos. Decir o hacer algo que de algún modo denigre a una nacionalidad, raza, orientación sexual o género, justificadamente entra hoy en el terreno de lo inadmisible, y es necesario que quienes se instalan frente a una cámara o un micrófono lo tengan más que claro.

Es lo que no sucedió con el comentado episodio de Karol Lucero. Descartada la opción de que el animador efectivamente estuviera en un acto de naturaleza sexual durante un programa radial —suponemos que nadie en plenitud de juicio haría algo así delante de sus compañeros de trabajo, ni transmitiendo vía streaming—, es evidente que el rostro de Mega no midió adecuadamente el impacto que en estos días pudo traer su «broma».

Quizá imbuido en la figura del «loquillo», que tantos créditos le ha dado, Lucero cometió el error de arrogarse el permiso para cualquier cosa, tal vez pensando que en esa chapa boba está contenido el escudo que lo blinda. Error, porque en estos días nada te protege de una sensibilidad herida, y los límites al respecto seguirán siendo cada vez más frágiles y difusos. Quienes estén en lo público, deberán tener su olfato extremadamente aguzado.

Pero como dijimos, esto fue sobre todo una cuestión de impacto, de efecto, implicancias, contexto y mensaje posible. Es cierto que nuestros actos no intencionados suelen dar buena cuenta de nuestra madera, pero es también seguro que pasar a llevar a alguien no estuvo en los planes del animador.

Dicho esto, la broma también puede ser vista despojada de tanto juicio de valor y tanto enfoque fatal, para asomar como una jugarreta simplemente burda, desubicada y de mal gusto. Un incidente vulgar, propio de un sentido del humor primitivo, pero que en ningún caso amerita tanta alharaca, tanto tuiteo enfurecido, notas de prensa, sesiones de opinología, acusaciones de ida y autoflagelaciones de vuelta. Uno que no merece una semana en la agenda ni tampoco una columna en el diario, por lo que es mejor que a ésta le pongamos de una vez el punto final.

 

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