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Demi Lovato: La tragedia que no queremos contar

Columna de Sebastián Cerda

Días después de llegar inconsciente a un recinto asistencial, Demi Lovato usa Instagram para hablar por primera vez de su bullada sobredosis y de la condición actual en que se encuentra. «Lo que he aprendido es que esta enfermedad no es algo que desaparece o se esfuma con el tiempo. Es algo que debo seguir superando y aún no lo he hecho», reconoce en su cuenta.

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Con el mismo tono confesional que ha mantenido desde que puso punto final a esa inocencia rubricada por Disney, para dar paso a la adultez, la artista transparenta los problemas que ha debido enfrentar por culpa de sus adicciones. «Ahora necesito tiempo para sanar y enfocarme en mi sobriedad», dice, y remata esperanzada en «el día en que pueda decir que salí del otro lado».

Ni el más reventado de los rockeros, entre los cuales más de alguno debió ser incluso reanimado, ha mostrado tal honestidad para referirse a un problema que a muchos les resulta vergonzante.

Demi Lovato, en cambio, lo transforma con valentía en un capítulo más de su diario de vida, lo que en la práctica le ha granjeado una férrea cercanía con sus admiradores. Desde todo el mundo la siguen con preocupación y angustia, y más de cinco millones y medio de likes en esa reciente carta, certifican la correspondencia.

Es un link difícil de construir en circunstancias normales. Tanto así, que a más de alguna mente torcida de la industria le debe parecer incluso rentable (sobre todo después de la avalancha de reproducciones registrada por el tema “Sober”). Pero, haya estado eso en sus cálculos o no, lo concreto es que la enfermedad de Lovato llegó a un punto en el que la única alternativa posible es ponerle coto de una vez.

No se trata ya del ejemplo que proyecte ante las cándidas seguidoras de «Camp Rock», a estas alturas bastante crecidas como para saber distinguir entre lo bueno y lo malo. Tampoco del mensaje equívoco que transmite en relación con el fin de la inocencia, visto aquí como un hito demarcado y único, antes que como un proceso largo y complejo. En su caso, con la frontera puesta en la figura de la heroína trágica y desarraigada, tal como Miley Cyrus hiciera antes transformando en sexo todo a su alrededor.

No. Esta vez se trata, simplemente, de una chica de 25 años, dueña de una lamentable historia familiar y médica que la hace vulnerable, y que a todas luces debe haber reforzado con un estrellato que llegó a destiempo de la madurez.

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De ahí que este trance nos despierte cierta empatía, y que el deseo de recuperación brote honesto entre nosotros, como si la mujer en cuestión fuera casi una vecina, y no una figura lejana del star system global.

Será que ya vivimos algo similar con personalidades tan diversas como Amy Winehouse, Anna Nicole Smith y Michael Jackson: Esa sensación impotente y amarga de ver una permanente rodada que no se detiene, hasta el punto de asumir la fatalidad como un asunto inevitable e inminente.

Pero con Demi Lovato, una que hasta anteayer introducía a la música a miles de niños en todo el mundo, ésa es una historia que definitivamente no queremos contar.

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