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Nick Cave en Chile: el regreso del hijo pródigo

Acompañado de sus Bad Seeds, el músico australiano se paseó por algunos de los principales éxitos de su amplia carrera y desató la locura en el Teatro Caupolicán

Lleno. El Teatro Caupolicán está lleno. En las plateas el público intenta acomodarse entre las escaleras y las salidas de emergencia, mientras que las sillas plegables de los polémicos sectores VIP Royal y VIP Platinum quedan relegados a meros insumos decorativos al momento en que las luces se apagan y el show da señales de querer comenzar.

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La gente se acumula frente al escenario pegados a la tarima sobre la que se abren paso uno a uno las «Malas semillas»: el baterista Thomas Wydler, el bajista Martyn P. Casey, el percusionista Jim Sclavonus, el guitarrista George Vjestica, el pianista Toby Dammit, el violinista y multiinstrumentista Warren Ellis y, finalmente, Nicholas Edward Cave. Nick Cave para los amigos.

El público enloquece.

Suenan los acordes de «Jesus Alone», primera canción de «Skeleton Tree», el disco más reciente del conjunto multinacional, que con una sonoridad oscura, lenta, atmosférica, asfalta el camino sobre el que el poeta australiano recita el mantra dedicado a su fallecido hijo Arthur: «Caíste del cielo/aterrizaste en un campo/cerca del río Adur».

Las tonalidades fúnebres continúan con «Magneto» y el Caupolicán intenta contener la emoción, las ganas de gritar cuánto aman a ese sacerdote gótico que susurra tristeza acompañado de su fiel mano derecha Warren Ellis en el piano. Se respira solemnidad y desenfreno.

Es el resultado de una carrera de más de 30 años en la que este hombre oriundo de Warracknabeal, un pueblito del estado australiano de Victoria, ha logrado construir un repertorio de lo más variopinto hilando verdaderos himnos que retratan lo más inhóspito de la naturaleza humana.

Con 16 discos bajo el brazo, Nick Cave and the Bad Seeds regresaron el viernes 5 de octubre a nuestro país tras un fallido debut en el festival Crazy Rock en 1996, donde debieron abandonar el escenario a mitad de su cuarta canción luego de que el público los abucheara y escupiera dominados por la ansiedad de ver a los raperos Cypress Hill, headliners de dicho evento.

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La leyenda urbana decía que esta situación habría sido el motor de la ausencia de The Bad Seeds en los escenarios chilenos, cosa que el mismo «Nico Cuevas» desmintió ayer durante la conferencia de prensa que ofreció a los medios en el hotel Sheraton: «No tengo ningún resentimiento con lo que pasó 21 años atrás. Escuché a la gente decir que no quería venir porque me escupieron, pero todos suelen escupirnos. Esa idea de que no queríamos venir por eso es ridícula».

Y resentimiento es lo que menos se vio durante las dos horas de concierto que el cantautor ofreció donde se sumergió -literal y figurativamente- en el público.

 

El mesías

Como un verdadero mesías de la música, Cave desliza sus manos sobre las del público que responde a sus juegos líricos. «Bum, bum, bum!», grita el autor de 61 años mientras pregunta si pueden sentir su corazón en «Higgs Boson Blues», tonada de su penúltimo disco que homenajea a las voces icónicas del blues como Robert Johnson y en la que vierte todo el dolor en una línea: «¿A quién le importa lo que el futuro pueda traer?».

La mano de una fan en el pecho de Nick Cave se transforma en la inequívoca señal de la idolatrización que cubre al artista que da rienda suelta a la locura en «From Her To Eternity», pieza de casi diez minutos nacida de su primer álbum de 1984 del mismo nombre y que alberga toda la rabia del mundo en los acordes de guitarra y el piano atonal.

«Do You Love Me», «Loverman» y «Red Right Hand» son la tríada que cumple la cuota de clásicos. En un ambiente de cantina, Cave repasa «Let Love In» (1994), uno de sus álbumes más aclamados para luego dar paso a las baladas «The Ship Song», «Into My Arms», «Shoot Me Down» y «Girl In Amber», espacios emotivos en los que la voz del público se dejó sentir con fuerza.

Cave demuestra que sus 61 años de edad no son impedimento para verse y sentirse más joven y animado que nunca. Con «Tupelo» vuelve a vestirse de rockero -ya con la camisa negra a medio abrochar- y salta, corre y baila sobre el escenario. «Jubilee Street» por otro lado, da espacio a las «Malas Semillas» para lucir sus habilidades instrumentales con bellos arreglos y drásticos cambios de velocidad. Mención especial para el percusionista Jim Sclavunos, cuya presencia, aunque pueda pasar desapercibida, es más necesaria de lo que parece.

En «The Weeping Song», «Stagger Lee» y «Push The Sky Away» Cave cumple la profecía de la gira «Distant Sky» que lo trajo de vuelta a nuestro país. En la primera, el cantante se sumerge entre la audiencia. Ya no conforme con sólo dominar la tarima, baja hasta sus fieles y recorre los espacios del escenario como si estuviera por el living de su casa. En la segunda, en cambio, invita al público a subir y apoderarse del escenario, como si los salvara del mal que consume la tierra.

El barítono predica su evangelio a los feligreses que se dejan bendecir por sus desoladoras palabras, un acto que ya había sido registrado previamente en la cinta «Distant Sky – Live in Copenhagen», concierto histórico que grabó Nick Cave en Dinamarca durante fines de 2017 y que fue visualizada de manera única en abril de este año en algunos de los cines más importantes del mundo, justo un día antes del anuncio de su regreso a Latinoamérica.

Luego de desaparecer unos minutos, Nick Cave y compañía regresan para el esperado encore. Son tres las canciones seleccionadas, aunque en el setlist original habían elegido más. «The Mercy Seat» y «City Of Refuges» vuelven a encender las pasiones con una mezcla de hiperventilación y sensualidad, pero es «Rings of Saturn» la gota que rebalsa la copa de la ira que el australiano venía llenando 19 canciones atrás.

Aunque se trata de una pieza lenta y pasiva -como gran parte de los temas de «Skeleton Tree»-, la audiencia cree lo que acaba de presenciar. Warren Ellis perillea su sintetizador y corea un bramido en falsete mientras que unos acordes repetitivos cierran una jornada redonda. La segunda venida de Nick Cave, el hijo pródigo, que estuvo 22 -o 21 años, como dice él- en el exilio, duró lo que tenía que durar, pero no parecía suficiente para todo lo que sus feligreses esperaron.

Cave desaparece y The Bad Seeds continúa con la tonada fúnebre. El público sigue gritando, aplaudiendo, silbando, llorando. The Bad Seeds se detiene. 4.500 personas gritando, aplaudiendo, silbando, llorando. The Bad Seeds se despide, desaparecen y el público sigue, sí, gritando, aplaudiendo, silbando, llorando. No hay señales de Cave. Las luces se encienden. No hay más. Al menos, hasta que el hijo pródigo vuelva -si es que vuelve- de su nuevo exilio, que a diferencia del anterior, es autoimpuesto.

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