No hay en el firmamento chileno una estelaridad como la de Lucho Gatica. Es así de simple. Desde luego, contamos con nombres inmortales, referentes culturales, íconos locales, pero un brillo como el del rancagüino en el mundo no hemos visto y difícilmente volveremos a ver en un mediano plazo.
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Desde la Sexta Región de nuestro país, desde una zona campesina y un hogar en que sonaban las tonadas a punta de arpa, una voz salió a recorrer el globo, hasta terminar haciéndolo suyo. Hoy, el nombre de Lucho Gatica es prácticamente sinónimo de dos términos que se conjugan en toda Latinoamérica, y finalmente en todas partes: bolero y romanticismo.
Ninguno nació acá. Uno surgió como patrimonio binacional (cubano-mexicano) y otro es simplemente una pulsión inherente a la condición humana. Pero fue este artista quien les dio sello y estampa, quien comprendió que el canto tenue y aterciopelado era su más firme refugio, y quien terminó sentando las bases de lo que se construiría de ahí en más al respecto.
Todos los que vinieron después le deben algo a esta figura que hoy parte, con la tranquilidad de haber recibido el reconocimiento que mereció (el último de ellos en su natal Rancagua, con motivo de sus 90 años), y la gratitud que nos queda por haber asistido a algún tramo de su paso por el mundo. Su huella es imborrable, y ahí están las aventuras de nuevas generaciones por los caminos que él cimentó. Ojalá que esta partida nos lleve también a no olvidar ese origen, y nos inste a seguir honrándolo a partir de un sonido que corre por nuestras venas, algo que también es su mérito.