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Columna de Sebastián Cerda: “El rey no ha muerto”

Nuestro columnista dedica palabras al fallecido Lucho Gatica, asegurando que “no es una figura de otro tiempo, sino una sin tiempo”

Para quienes no formamos parte de una época lejana o, más marcado aun, para los que han venido a observarla sólo desde la máxima distancia que el presente permite, la textura añosa de sus imágenes suele estimular el paso acelerado, un rápido cierre de esa ventana que nos traslada a un tiempo pretérito y distinto, cuando el eje de la Tierra parecía moverse a otro ritmo. Lindo, sí, pero ya pasó, ya fue, estamos en otra, deben pensar muchos.

Quién sabe si el nombre del recién fallecido Lucho Gatica haya inspirado algo similar en parte de la nueva generación. Puesto a ratos en el espacio de una figura extraviada, a causa de la lenta consolidación de su retiro, el rancagüino quedó para muchos instalado en otro tiempo, otro lugar. Error. Lucho Gatica no es una figura de otro tiempo, sino una sin tiempo, una que no sabe de tal.

Quizá los veinteañeros de hoy no tengan por qué reparar en ello. Mal que mal, el reconocimiento no es un chip que se nos implanta en la fábrica, sino algo que poco a poco se nos incorpora, a medida que sumamos kilometraje.

Pero para quienes quieran aprovechar la situación en que nos pone su partida, la atmósfera de homenaje que nos inunda, sepan que Lucho Gatica siempre ha estado allí, más allá de su nombre. Estuvo en los mercados, en los bares, en las casas, en esas manifestaciones que se desarrollan fuera de cualquier foco oficial, pero que terminan constituyendo el corazón de aquello que podemos llamar “pueblo”.

¿Qué falta entonces? Quizá hacer que su figura tenga el lugar que se merece en los mapas culturales, una vez asumido que buena parte de lo que hoy escuchamos resulta prácticamente impensado si quitásemos al “Rey del Bolero” de la línea de tiempo.

De hecho, la pleitesía al género en muchas figuras contemporáneas es directa, sin reinterpretaciones ni tufillos lejanos. Y por qué no, si hablamos de un sonido que, a fin de cuentas, viaja por nuestro ADN.

Lo hace Mon Laferte, una que hoy es soberana absoluta en materia de pop femenino en español; lo hace el Bloque Depresivo, la banda liderada por Macha Asenjo, capaces de agotar cinco funciones al hilo en teatros capitalinos; también la reconocidísima Ana Tijoux, en cuyo proyecto Roja y Negro se encuentran piezas como “Encadenados”, sin ir más lejos.

Lo hizo antes Luis Miguel, quien abandonó el cerco del ídolo juvenil y se transformó en figura transversal, precisamente gracias a las canciones que Gatica había hecho populares en el mundo entero, con 40 años de anticipación.

El chileno tomó ese último homenaje y hasta lo saboreó cuanto pudo, pero el tiempo lo distanció de aquello. “No es el intérprete que yo quisiera, porque el bolero hay que sentirlo para cantarlo”, dijo en una entrevista, apuntando al Sol de México.

Hoy, revisando archivos y analizando recorridos, asoma la razón tras la sentencia. Porque una cosa es interpretar esas canciones demostrando simple destreza, y otra es hacerlo intentando canalizar sentimientos. Una cosa es cantar con la garganta, por dotada que ésta sea, y otra muy distinta es hacerlo con el alma.

Lucho Gatica fue de estos últimos, y quizá ése termine siendo su gran legado y la razón por la que esta semana lo lloraron en todas las latitudes, que es como los reinos suelen despedir a sus más queridos monarcas.

 

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