Alex es un ucraniano que realiza una de las labores más desconocidas, pero a la vez más solicitadas y mejor pagadas que existen en Dubái: proxeneta. Esto, porque la ciudad de los Emiratos Árabes Unidos es una de las más lujosas del mundo, en donde pasan líderes mundiales, empresarios multimillonarios y muchas personas con billetera grande que pueden darse lujos como el de buscar una escort.
PUBLICIDAD
En ese marco, el hombre reveló a la revista Vice las peticiones más excéntricas que ha recibido en la urbe, en donde es posible encontrarse con una escena como la que señala el título de la nota.
«Trabajaba como consultor para una empresa de ingeniería en Yeda. A medida que ascendí en el escalafón, mi trabajo consistía más en pasar tiempo con los clientes durante sus viajes a Arabia Saudita y llevarlos de fiesta por Dubái los fines de semana. Allí hice muy buenos contactos y finalmente me subcontrataron varias empresas y bancos para entretener a sus clientes», señala como presentación.
«Mi trabajo no se limita solo a la prostitución. Atiendo todas las necesidades de mis clientes. Tenemos acuerdos con los principales hoteles y clubes de la ciudad. Cada vez que reciben a un cliente importante que quiere celebrar una fiesta o agasajar a sus invitados con algo especial, me llaman», agregó.
En ese sentido, reveló que «todo el que nos hace de enlace se lleva tajada y, además, ya nos conocen por proteger la identidad de nuestros clientes. Hemos organizado fiestas para celebridades, políticos y gángsters. Todos somos diferentes y los clientes no siempre quieren estar con prostitutas rubias y exuberantes. Hay raperos que vienen y solo quieren fumar hachís en un hotel bajo el agua, empresarios que quieren disparar un AK desde el lomo de un camello o desde un Lamborghini en pleno desierto».
Sobre la historia sexual más extraña que haya debido producir, relató que «una vez vino un empresario estadounidense que quería que preparáramos una tienda en medio del desierto con diez prostitutas vestidas con burka. Montamos un sistema de sonido en la tienda, un jacuzzi exterior y camas enormes a la intemperie. El cliente dio instrucciones de que las mujeres no se quitaran la prenda que les cubría la cara cuando se desnudaran. Era un tipo muy extraño. Luego se puso a ver cómo los sirvientes practicaban sexo con las mujeres. No quiso ni alcohol ni nada, solo coches Mercedes Clase G llenos de mujeres con burkas».
«Un jeque de Yemen me pidió que reuniera a 30 mujeres africanas y consiguiera suficiente Viagra para matar un elefante en un plazo de una hora. Me invitó a la orgía. ‘No, gracias. Disfrute’, le contesté, y me senté a esperar en el vestíbulo, bebiendo coñac hasta que salió el sol. Durante todo ese tiempo, los del servicio de habitaciones no paraban de llevar toallas limpias a la habitación. Cuando terminaron, parecía que en el hotel hubiera explotado una bomba. Tuve que pedir que se hiciera una limpieza profunda con máquinas de vapor, porque había manchas de todo tipo en la habitación», indicó al narrar una nueva anécdota.
Consultado respecto a eventuales reclamos desde el mundo musulmán que podría recibir por su labor, o bien si él es poco dado a la religión, apuntó que «las creencias islámicas no deberían ser obstáculo para pasar un buen rato. Todos somos animales y tenemos deseos. Yo soy como un cazador que reúne los elementos. Son los clientes los que llevan el peso del pecado. Quizá mi verdadero cliente es el diablo que llevan dentro. En cualquier caso, estamos hablando de personas adultas, y en Dubái muchas veces la religión tiene su momento y su lugar, todos lo sabemos. De día, de cara a la galería, hay que ser un hombre religioso, pero si has trabajado muy duro, también te mereces una recompensa por la noche. El pecado es algo muy natural».
Sobre la posibilidad de que se dé trata de personas en el mundo en que trabaja, Alex aseveró que «todo eso son tonterías. Pregúntale a cualquiera de las mujeres que va a estas fiestas si alguien la ha obligado a estar ahí. De donde yo vengo, a las mujeres les pagan una mierda, si es que les pagan, para empezar. Reconozco que suelen venir de entornos de extrema pobreza, pero se ganan un sustento con esto. Conozco a varias mujeres que vinieron de las aldeas más pobres de mi país y que ahora conducen Ferraris y viven en altos rascacielos. Pregúntales si las obligan a ir a estos eventos. Se van a reír en tu cara. La chica con la que estaba en el colegio ahora vive en Biarritz con un filántropo millonario. Es cierto que no todas viven así, pero nuestro negocio no consiste en explotar a la gente».
Y el tema económico en este tipo de profesión da buenos dividendos de acuerdo al hombre. «No es barato estar con nuestras mujeres. No dependemos de nadie y tenemos una reputación que nos precede. Solo damos servicio por recomendación. Las tarifas de las chicas van a partir de los 1.000 dólares por hora. Las de los chicos, por 500 dólares», agregó.
Finalmente, consultado sobre qué pasa con quienes no pagan por los servicios, confiesa suelto de cuerpo que «pues normalmente mando a unos matones para que les den su misma medicina. Aunque, a veces, hay que ser civilizado cuando se hacen negocios. Los chicos necesitan el dinero y no sacan ningún beneficio de una venganza violenta, así que intentamos conseguirles más dinero».