Cecilia Anabalón hizo algo que muchos trabajadores chilenos hace día a día: entró a un local, pidió una hallulla, algo para echarle al pancito y un jugo para no atorarse con el exceso de migas. Le pasaron las cosas, las pagó y disfrutó de un buen desayuno.
PUBLICIDAD
El problema fue que le llegó un mensaje de su banco avisándole que quizás estaba siendo víctima de una estafa. Ella no entendió, creyó que todo era una mentira y no pescó el mensaje.
«Pensé que el mensaje era falso, entonces no le tomé mucha importancia. Pero después pensé: ¿cómo saben que hice esa compra?», relató a Las Últimas Noticias.
Ante esto, recordó que cuando fue a comprar el desayuno a una panadería en Vitacura, no miró la boleta para nada. «La cajera me tomó la tarjeta, acepté el monto y apareció $1.290. Después tomé la boleta, la metí en la bolsa sin mirarla y me fui», señaló.
Por lo mismo, decidió que era el momento de ver el papelito. Y casi se fue de espaldas. Le cobraron 111 salames a un valor de $12.900. La suma total de sus compras fue de $1.290.334.
De inmediato partió al local y llegó a un acuerdo para que le devolvieran el dinero, ya que admitieron en la panadería el error. Eso sí, aprendió la lección: siempre hay que mirar el boleto.