La estrella japonesa de la lucha libre convertida en senador Antonio Inoki se ha erigido como máximo defensor del diálogo con Corea del Norte, un país que ha visitado en más de 30 ocasiones para organizar eventos deportivos y promover el acercamiento.
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Este carismático personaje inició su carrera política en 1989 sin haber abandonado aún los cuadriláteros y, desde entonces, viaja con asiduidad al hermético país con el objetivo de «mantener la puerta abierta» e «incentivar el intercambio cultural y deportivo», dijo hoy en un encuentro con periodistas en Tokio.
Sus contactos en Corea del Norte fueron facilitados por su mentor, el mítico luchador de origen coreano Rikidozan, a quien conoció durante una exhibición en Sao Paulo, donde Inoki residía tras emigrar junto a su familia desde el Japón de posguerra.
En sus múltiples visitas a Pyongyang ha organizado competiciones de lucha libre con púgiles de diversos países y ante un público multitudinario -en 1995 llegó a congregar a 190.000 espectadores en el estadio Rungrado Primero de Mayo-, y ha mantenido reuniones con altos cargos del régimen que lidera Kim Jong-un.
«Corea del Norte está siempre abierta a proposiciones de diálogo y a visitas de delegaciones extranjeras», afirma Inoki, recién regresado de su último viaje en un momento de alta tensión a raíz del sexto ensayo nuclear norcoreano y de las nuevas sanciones internacionales.
Inoki trata de impulsar desde hace años el viaje de un grupo de parlamentarios nipones al país vecino, iniciativa que ve «llena de obstáculos» por las reticencias del primer ministro japonés, Shinzo Abe, y a pesar de que a su juicio «cada vez una parte mayor de la sociedad nipona es partidaria del diálogo».
El político y exdeportista de 74 años, una figura muy querida en su país, observa similitudes entre los prolegómenos de un combate sobre el ring y la actitud de Kim Jong-un y del presidente estadounidense, Donald Trump.
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«Vemos cómo los líderes levantan cada vez más sus puños el uno frente al otro. No importa quién haya iniciado la confrontación, la cuestión ahora es quién es capaz de bajarlo antes», afirma Inoki, que llama a Japón a ejercer de mediador «por haber sido el único país del mundo atacado con la bomba atómica».
De su época como luchador, Inoki conserva una robusta complexión, su inseparable bufanda roja -antes saltaba al ring con una toalla del mismo color- y su grito de combate «¡Ichi, ni, san, daa!» («¡Uno, dos, tres, daa!), que lanza cada vez que hace alguna aparición pública y acompañado de una canción compuesta especialmente para él.
El exluchador, cuyo nombre real es Kanji Inoki, adoptó como apodo para el ring el nombre del púgil italo-argentino Antonino Rocca, y debido a su gran popularidad decidió conservarlo también para la carrera política que inició con su propia formación, el Partido del Deporte y la Paz.
En 1976, llegó a enfrentarse en Tokio al legendario boxeador Muhammad Ali, en un combate de exhibición que terminó en empate y considerado como precursor de la disciplina moderna de las artes marciales mixtas.
Su hasta ahora mayor logro político llegó a comienzos de la década de los 90, cuando viajó a Irak en una «misión diplomática individual y no oficial» para organizar una competición de lucha libre y negociar con Sadam Husein, lo que permitió la liberación de 41 rehenes japoneses justo antes de la Guerra del Golfo.
Pero su carrera parlamentaria se vio interrumpida en 1995 al verse salpicado por un escándalo sobre la financiación ilegal de su partido y sus supuestos vínculos con la yakuza o mafia nipona.
Inoki regresó a la política y volvió a ser elegido como senador en 2013 como candidato del nacionalista Partido por la Restauración de Japón y desde entonces ha intensificado sus visitas a Corea del Norte.
Ahora está por ver si su «diplomacia del deporte» hacia el país más aislado del mundo, de la que Inoki es uno de los máximos exponentes actuales junto al ex jugador de la NBA Dennis Rodman, da frutos reales o se queda en otra de sus habituales apariciones mediáticas donde rememora su pasado dorado.