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En sus orejas está la maldad: la historia de “un degenerado hereditario y perverso”

Es uno de los más grandes asesinos en serie de Latinoamérica. Una persona que mató niños, animales, quemó edificios y que incluso fue sometido a una cirugía plástica para tratar de “reducir” su maldad.

Historias de asesinos en serie hay muchas y, lógicamente, todas son macabras. Generalmente, se habla de casos en Estados Unidos u otro país desarrollado, pero este tipo de asesinos también ha aparecido en Latinoamérica. De hecho, Argentina cuenta con uno de los criminales seriales más perverso que recuerde la historia. Un muchacho que fue descrito por médicos como “un imbécil o un degenerado hereditario, perverso, instintivo, extremadamente peligroso para quienes lo rodean”. Incluso, fue sometido a una cirugía plástica para tratar de “curar” su maldad.

Hablamos de Cayetano Santos Godino, conocido en el hampa y entre los policías como el “Petiso Orejudo”. Nació en Buenos Aires en 1896, sus padres venían de Italia y su padre era un abusador: golpeaba a su esposa y apenas nació, el niño recibió los maltratos de este hombre.

Santos creció entre los abusos y la violencia. Fue a la escuela hasta los cinco años y creció en las calles.

A los siete años, Santos comete su primer ataque. Arrastra a Miguel Depaoli, de casi dos años, a un sitio baldío. Ahí lo golpea hasta que un policía ve la escena y se lleva a ambos niños a la comisaría. Los dos fueron entregados a sus padres.

Este fue el inicio del gusto de Santos por hacer sufrir y causar dolor. Disfrutaba golpear y luego matar.

A los ochos años golpea con una piedra en la cabeza a Ana Neri, de 18 meses: es detenido. Pero sería en 1906 cuando comente su primer asesinato. Tenia 9 años cuando golpeó hasta la muerte a Maria Rosa Face, de tres años de edad. No se le vinculó a la desaparición de Neri así que sigue con su carrera criminal. En 1908, nuevamente es sorprendido en el acto cuando trataba de ahogar a un niño de dos años. Seis días más tarde, con un cigarro quema los párpados de Julio Botte, de 22 meses. Escapó al ser sorprendido por la madre.

Impune de todo, son sus padres los que piden a las autoridades que lo ingresen a la cárcel, por su violencia y sadismo. Santos es enviado a una correccional, pero sale al año y más violento que antes.

En 1912 Santos, quien ya es conocido en el hampa como el “Petiso Orejudo” (por ser de baja estatura y orejas muy pronunciadas), se desata en una espiral de violencia, donde mezcla sus dos grandes «pasiones»: matar y el fuego.

Quema una bodegas en la calle Corrientes, Asesina a Arturo Laurora, de 13 años; a Reyna Vaínicoff, de cinco años, y a Gesualdo Giordano, de 3 años. Trata de matar a otros tres menores y apuñala hasta la muerte a una yegua.

El 4 de diciembre de 1912 (hace 105 años), Santos es detenido. Frente a la policía reconoce cuatro asesinatos y un sin número de intentos de asesinato. Por su edad (16 años), el juez dictaminó que era culpable, pero lo mandó a un centro médico para enfermos mentales. Grave error. En el hospital trató de matar a dos personas más: dos inválidos.

Fue mandado de inmediato a la Penitencia Nacional. Pasó por varios centros carcelarios, donde soportó constantes abusos, dada su imposibilidad de establecer vínculos con la gente.

En 1927, un grupo de médicos efectuó una cirugía estética para achicarle las orejas, pues creían que ahí radicaba su increíble e incontrolable maldad. Obviamente, la operación no arrojó los efectos esperados.

Otro informe sobre la personalidad del “Petiso Orejudo” lo describió como «un imbécil o un degenerado hereditario, perverso instintivo, extremadamente peligroso para quienes lo rodean”.

En 1944, cuando tenía 48 años, falleció en la cárcel de Ushuaía. La tesis más loable sobre su muerte es que fue golpeado por un grupo de reclusos luego de que Santos asesinara a un gato que era la mascota de los reos. Nunca manifestó remordimiento por sus víctimas.

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