Comer frutas frescas tiene muchas ventajas: son fuente nutrientes importantes como los carbohidratos, en forma de fibra y azúcares, además de vitaminas y minerales, pero ¿Qué tal si obtuvieras esos mismos beneficios de las frutas congeladas?
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Una fría historia
La comida congelada podría parecernos un invento más o menos reciente, digamos, de mediados del siglo XX, pero en realidad tiene una historia más antigua, que incluso comienza antes de la invención de los congeladores.
En lugares muy fríos se sabía que para mantener la comida más tiempo, se podía dejar afuera para que se congelara; por eso, podemos considerar como un descubrimiento colectivo, el uso de la congelación como método de conservación de alimentos.
Pero podemos reconocer la contribución particular de algunas personas al desarrollo de la industria de la congelación de alimentos: como el australiano Thomas Sutcliffe Mort, que a finales del siglo XIX desarrolló las primeras cámaras frigoríficas industriales para conservar carne.
Otra aportación importante la hizo el inventor norteamericano Clarence Birdseye, que en 1924, desarrolló el método de congelación rápida que se sigue usando para conservar muchos alimentos, como las frutas.
Frutas bajo cero
La congelación de los alimentos los conserva porque a temperaturas bajas no proliferan las bacterias que contribuyen a su descomposición.
Cuando sometemos a este proceso a las frutas o a cualquier otro alimento, lo que estamos haciendo es congelar el agua que contienen: que pase de estado líquido a sólido.
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Podría preocuparnos que este proceso hiciera que se perdieran algunos de los nutrientes de las frutas, pero en general una disminución de la temperatura no afecta a las otras sustancias que las componen.
Una de las principales razones por las que es importante consumir frutas es por su buen contenido de fibra, que ayuda a la digestión y podemos estar tranquilos porque no se afecta en la congelación.
No tan frescas como parece
En el caso de micronutrientes, como vitaminas y minerales, en algunos casos puede suceder que haya una pequeña disminución de su concentración, aunque no tiene que ver con el proceso de congelar, sino con un paso previo.
Antes de congelar las frutas o verduras, se escaldan o blanquean, sumergiéndolas unos instantes en agua hirviendo. Esto ayuda a que conserven su color y elimina microorganismos patógenos, pero también hace que algunos micronutrientes como la vitamina C, se disuelven en agua.
Aunque esa variación es mínima: por ejemplo 100 gramos de fresas congeladas contienen 54.7 mg de vitamina C, respecto a los 55.2 mg que contienen las fresas frescas.
Pero si esas frutillas no son del todo frescas, es decir que no son recién cortadas, entonces resulta que las congeladas ganan en nutrientes: 100 g de fresas sin congelar, pero que llevan almacenadas un cierto tiempo, contienen 48.3 mg de vitamina C, que se va perdiendo en la fruta, como parte de su proceso natural de degradación.
Esto es interesante sobre todo para quienes vivimos en las ciudades y no podemos saber exactamente el tiempo de almacenaje que llevan las frutas y verduras que consumimos.
De cualquier forma, cada vez nos quedan menos pretextos para comer frutas: congeladas o frescas siempre serán saludables.