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Hace no mucho tiempo me comentaba la baterista de un grupo aficionado acerca del talento de su sobrino para algo que describió como “artes marciales”. Pero que los esfuerzos de su familia y comunidad escolar por conseguirle dinero para ir a un torneo “internacional” habían sido frustrantes, porque el Gobierno no quería ayudarlo. Cuando la conversación reveló que el sobrino tenía siete años, y que el torneo no era más que un encuentro entre colegios privados de la misma cadena en Mendoza, con padres incluidos en el viaje, nunca me pareció menos atinada la sobajeada frase “es que los deportistas chilenos son producto del esfuerzo de sus papás, el Estado nunca los ha ayudado”.
Me pregunto quiénes estarían de acuerdo en que se gaste plata de nuestros impuestos en un niño de siete años, cuya tía dice que tiene un talento desbordante para un deporte que a duras penas identifica, para ir de paseo a Mendoza. Peticiones de esta naturaleza se reciben a diario en municipalidades y organismos deportivos. Como dato, a Usain Bolt lo descubrieron recién a los 14 años y firmó su primer contrato a los 16, cuando apenas llevaba un año bajo el sustento económico del gobierno de Jamaica, que le pagaba sólo los viajes a competir. Nada de sueldo. ¿Es aceptable la queja de que no hay plata para los niños deportistas en Chile, que nadie apuesta por el talento y que si no es por los padres nadie surgiría? Por donde se mire, no lo es.
Michael Phelps: nadie lo fue a buscar a su casa, darle plata y prometerle fama. Nació en una familia deportista, sus hermanas lo llevaron a la piscina y cuando tenía 11 años un entrenador se fijó en él más seriamente. A los 15 entró al equipo olímpico y recién ahí sus padres dejaron de meterse la mano al bolsillo. Antes de eso, todo por cuenta de la familia. Misma historia se repite con los más grandes deportistas del mundo: son primeros los padres los encargados de llevarlos, motivarlos, acompañarlos y financiarlos. El Estado, aquí y en la quebrada del ají –excepto en países con duras políticas de reclutamiento infantil- paga a los talentos que se lo han ganado, que pueden ser tan jóvenes como Bolt a los 15, pero que ya forman parte de un grupo destacado.
Un estudio realizado por el CSD (Consejo Superior de Deportes) de España, reveló que el 78% de los escolares que realizan deporte y que luego pasan a la competencia formal reconocen en sus padres los principales motivadores. No al Estado, no a una figura o modelo a quien admiren, sino a los propios papás. Mamás que en vez de un juguete compraron una raqueta, o un par de zapatillas extra. Papás que en vez de dejar a sus hijos seis horas frente a una pantalla, los sacaron a la cancha, los llevaron a la competencia y les compraron la tenida, los clavos, la pelota, todo. Tal como la hace cualquier padre con un hijo que se destaque en matemáticas: ¿Acaso se le pide en ese caso plata al Estado, porque parece que el niño será astrónomo y debe ir al concurso de números en Mendoza? ¿Por qué en el deporte la vara es distinta? Si un niño tiene un talento, sea cual sea, los primeros responsables de desarrollarlo son sus padres, o las personas a su cargo, hasta que otro -Estado y empresa privada- y ya con ciertas capacidades a la vista, tome la responsabilidad de cuajar los ingredientes. Porque distinta es la libertad con la que cuentan las empresas privadas. Bolt firmó un sabroso contrato publicitario cuando pintaba para estrella, pero antes de ganar ninguna carrera importante. Porque la empresa se maneja con sus propios recursos. Una libertad en la apuesta de la que carecen los gobiernos, quienes deben atenerse a las leyes y repartir las platas por logros, medallas, marcas y clasificaciones, jamás a dedo porque alguien es descrito por una tía como un virtuoso “de algo como de combate”. Ni aquí ni en la quebrada del ají.