Las batallas de las libertadores

En esos años los jugadores eran machos y soportaban las agresiones en silencio, dispuestos a tomar desquite a la primera de cambio.

En la sección El partido de mi vida (O jogo da minha vida) de la página web Estadao.com.br, el astro mundial Zico recordó la violencia que imperaba en la Copa Libertadores y denunció que Mario Soto, el zaguero de Cobreloa, utilizaba una piedra oculta en el puño derecho. “Lico y Adilio salieron del campo con el rostro sangrando. Lico no estuvo en condiciones de disputar el tercer partido”, dijo el crack de Flamengo, campeón de la edición 1981.

En las décadas de los años 60, 70 y 80, los equipos locales actuaban más allá del filo del reglamento e imponían la ley de la selva, ante la complacencia de la terna arbitral y sin televisión de por medio o con una sola cámara después. En esos años los jugadores eran machos y soportaban las agresiones en silencio, dispuestos a tomar desquite a la primera de cambio. Era impensable que gesticularan solicitando tarjetas amarillas para los rivales o que luego de rodar en la cancha pidieran  la camilla.

La corrupción de los jueces no era harina de otro costal, como tampoco el uso de estimulantes que más tarde cayeron en la lista de fármacos prohibidos por el control de dopaje.

La voz cantante la llevaban, cuándo no, los clubes del Atlántico. En la Copa Libertadores 1967, Racing de Avellaneda y Universitario de Lima definieron en un tercer partido y el escenario fue el Estadio Nacional. A los 15 minutos, el zaguero central argentino Roberto Perfumo le entró con todo al delantero peruano Enrique Casaretto y le provocó una doble fractura de tibia y peroné en Ñuñoa.

En 1968, Estudiantes de La Plata enfrentó a Universitario en Lima. En el entretiempo, el masajista de los pincharratas se cruzó con el centrodelantero Ángel Uribe, de Universitario, y a la pasada le aplicó un uppercut en el mentón, el peruano quedó nocaut y no pudo salir a la segunda etapa. El “masajista” de Estudiantes era el boxeador profesional mediopesado José Menno, quien hacía guantes con Carlos Monzón…

Cuando Estudiantes de La Plata fue a jugar con Peñarol en Montevideo recibió una dosis de su propia medicina. Los dirigentes transandinos pensaron que sería conveniente garantizar la seguridad de sus jugadores con la presencia de Menno en el micro y en el vestuario. El pugilista aceptó encantado, porque iba a vivir el partido de adentro, como lo soñaba de niño. Alguien les avisó a los uruguayos y había seis morenos esperándolo. Los seis eran boxeadores. Cuando Menno los reconoció, apenas pudo esquivar el primer golpe. “¡Nunca me pegaron tanto en toda mi vida!”, confesó.

En 1970, Universidad de Chile y Nacional de Montevideo definían en terreno neutral, Porto Alegre, Brasil, por cuartos de final de la Copa Libertadores. En los dos primeros partidos, los delanteros azules habían acusado la fiereza del defensor Emilio Cococho Álvarez. Rubén Marcos se encontraba desgarrado y habló con el entrenador Ulises Ramos: “¡Póngame en el equipo que yo saco al Negro!”. El zurdo osornino convenció al técnico, ingresó a la cancha y se dirigió de inmediato al lado del grandote, lo insultó de arriba a abajo y se apretó la nariz con gestos de que Cococho olía mal. El uruguayo reaccionó, hubo un pugilato y el árbitro colombiano los expulsó a ambos. La “U” ganó 2-1 en el alargue y se clasificó.

En semifinales, frente a Peñarol, los azules definieron en un tercer partido de nuevo, ahora en el estadio de Racing. Luego de los 90 minutos, los dos equipos se quedaron en la cancha de Avellaneda y Guillermo Yávar fue a escuchar las instrucciones del entrenador Oswaldo Brandao detrás de los jugadores de Peñarol. Lo descubrió el uruguayo Jorge Peralta, quien le metió a Yávar una plancha en la rodilla derecha que obligó a su reemplazo. Después, Peralta anotó el tanto que eliminó a la “U” por diferencia de goles. Elías Figueroa (Peñarol) y Alberto Quintano (Universidad de Chile) siempre bromean con que Yávar es el único jugador lesionado durante el entretiempo….

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