Mentiroso, mentiroso

Al ver la escena recordé a Roberto Rojas en 1989 jurando por sus hijos que era inocente de la farsa

Las redes sociales han hecho escarnio de Omar Labruna, el entrenador argentino de Colo Colo, sorprendido en su incomprensible engaño. En rigor, una seguidilla de mentiras, una detrás de la otra, que agravaba su situación como si fuese el personaje de una película de los hermanos Coen. Al principio, Labruna declaró que su mujer era quien manejaba. Luego agregó que la puerta del acompañante quedó trabada, que su esposa permaneció en shock, que él pasó por sobre ella para descender por la puerta del conductor. Y con ojos desorbitados desafió a que concurrieran a ver la puerta del vehículo a la comisaría… Como si no bastara, el viernes pasado se taimó en la conferencia de prensa y abandonó la sala.

Al ver la escena recordé a Roberto Rojas en 1989 jurando por sus hijos que era inocente de la farsa que ya se sospechaba había cometido en el estadio Maracaná. Tiempo después leí que cuando las personas saben que faltan a la verdad, recurren a argumentos emotivos o exageran el énfasis para lograr que les crean.

Pese a que muchos de mis conocidos son fabuladores, nunca he entendido a quienes eligen mentir y me pregunto qué sucede en sus cabezas. Sobran los refranes que alertan de que se pilla más rápido a un embustero que a un ladrón, o que llega más lejos un cojo que un mentiroso.

En septiembre de 1993, el entrenador Nelson Acosta lamentó las alabanzas a la Sub 17 de Chile en el Mundial de Japón y dijo que “en Uruguay no se festejan los terceros lugares”. Esas palabras las pronunció durante el vuelo de la selección adulta a España, y las repitió en Madrid y en Alicante. Cuando las publiqué, en vista del escozor que provocaron sus dichos, Acosta se apresuró a negarlas sin importarle la veintena de testigos. Años más tarde, hizo lo mismo después de criticar a Sebastián Rozental y en noviembre de 2000 a Marcelo Salas. Esas dos veces sus palabras quedaron grabadas en videos.

Si el mentiroso ocupa un cargo público, su caída es doblemente celebrada. En enero de 2007 la atractiva directora de Chiledeportes se vio obligada a renunciar, porque no contaba con una profesión y había puesto un título universitario de filosofía en su currículo. En una entrevista incluso había inventado el nombre de su tesis. Otra autoridad, una profesora de gimnasia que alcanzó a ministra de Educación, faltó a la verdad respecto del puntaje que había logrado en su Prueba de Aptitud Académica.

Los mentirosos ignoran que el mejor negocio es decir la verdad. El presidente de la nación más poderosa de la tierra, Bill Clinton, también fue descubierto en su falsedad después de contestar de la relación con la becaria Monica Lewinsky.

A muchos embusteros se les perdona este hábito por su simpatía o porque resultan creativos. Hace meses asistí al lanzamiento del libro del escritor colombiano Antonio Salcedo sobre el boxeador Kid Pambelé. Uno de los presentes, de nacionalidad argentina, tomó la palabra y contó que en Buenos Aires existía un dicho: “Si no te tomás la sopa, ¡viene Pambelé!”. Me estremecí en mi asiento y la diseñadora de la portada del libro, que se hallaba a mi lado, me miró intrigada. Le expliqué que Pambelé había peleado una sola vez en Buenos Aires y que había perdido, entonces mal podían mencionarlo para meter miedo. “¡Qué farsante el tipo!”, señaló.

Casi una semana después, Omar Labruna reconoció su mentira, refiriéndose a ella como una “equivocación”. ¿Lo habría hecho de no ser por la evidencia, que incluía desde testigos hasta cámaras de Seguridad Ciudadana?

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