El Gráfico Chile

La codiciada sede

En Santiago 2014 Tomás González va a llenar gimnasios, Kristel Kobrich las piscinas y Bárbara Riveros las calles.

Ganar o no una sede de un gran evento deportivo -y por gran evento entiéndase más de un deporte simultáneo- representa la diferencia entre desarrollarse en esa área a la velocidad de Usain Bolt, o quedarse estancado esperando a que se construyan recintos de vez en cuando que jamás alcanzarán para cumplir con la demanda, tanto del deporte de masas como del alto rendimiento.

Ser sede de un evento deportivo de proporciones es un cambio cualitativo para el deporte que pocos dimensionan. Es una herencia en infraestructura que permanece por décadas y generaciones, más cuando los recintos de Santiago 2014 se están construyendo con los estándares internacionales propios de una cita panamericana, con mayor capacidad de público, con estructuras que no sólo ofrecen pistas y canchas, sino además, diseños arquitectónicos modernos, adornos urbanos muy lejanos de las moles de cemento que eran antes los estadios.

Obtener la sede de un evento deportivo es un salto único, que no ofrece ninguna otra movida en este negocio. Quienes se sienten totalmente ajenos a este ámbito, a quienes no les importa si nos ganamos o no la sede de los Panamericanos del 2019, quienes definitivamente están en contra de todos los trastornos que se producen durante las dos semanas de competencia en cuanto al tránsito y movilización, esas personas desconocen profundamente que las ciudades que han albergado esta citas han cambiado su cara para siempre y para mejor. Una ciudad sede pocas veces ha salido para atrás luego del evento, sino al contrario: han quedado con ingresos por turismo, hotelería, publicidad, infraestructura y conectividad. Se arreglan las calles, se construyen estadios, piscinas, canchas, velódromos y pistas. Los voluntarios de estos eventos reciben capacitación, diplomas que engordan sus currículos, uniformes y transporte gratis durante dos semanas. Los deportistas locales tienen por única vez la oportunidad de lucirse ante su gente, ante sus compatriotas, ganar en popularidad y conseguir mejores contratos publicitarios.

En Santiago 2014 Tomás González va a llenar gimnasios, Kristel Kobrich las piscinas y Bárbara Riveros las calles. Son innumerables las nuevas figuras que van a ganar portadas de diarios con sus medallas, porque la prensa estará mucho más encima de ellas al ser locales. La villa de los deportistas planeada en caso de ganar los Panamericanos será luego entregada para viviendas sociales.

¿Sabe cuánto cuesta presentar siquiera una candidatura de Juegos Olímpicos? Sobre los 150 millones de pesos, por entregar una intención en un papel. Primer filtro para quienes intenten aprovecharse de la publicidad internacional que otorga el sólo hecho de presentar una candidatura. Profitar de ello es de lo más tentador, tal como lo hizo Alan García en el 2008: el entonces presidente de Perú anunció la postulación de Lima con bombos y patillos… un año después que las inscripciones habían cerrado.

Muy probablemente la mayoría de los santiaguinos votarían que NO a la hora de hacer un plebiscito al respecto. Porque poco nos manejamos con los conceptos que se consideran, con los puntajes otorgados por impacto social y ambiental, por seguridad y protección, por calidad de la villa, por compromiso de la opinión pública, por legado.

Muchos dirán que las economías no están para estos gastos, desconociendo que salvo la poco honrosa excepción de Atenas 2004, nunca una ciudad olímpica desde los 50 en adelante ha perdido plata o dejado de generar puestos de trabajo. Tampoco una sede panamericana.

Por eso el entusiasmo  de los dirigentes chilenos tras la visita de Mario Vázquez Raña y su séquito. Luego de 48 intensas horas en Chile, el presidente de la Odepa se fue diciendo que si Lima -rival más fuerte de Santiago- pierde la sede “estarán en Perú” muy tristes. Pero que si Santiago pierde, “estaremos todos” muy tristes.

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