El Gráfico Chile

Columna de Colo Colo: La violencia

"Me da pena ver a los pacos, a Carabineros de Chile, reducidos al papel de meros guardias de seguridad del patrón", dice Álvaro Campos.

 

Carabineros de Chile bajo la lupa de Álvaro Campos. / Agencia Uno.

Por Álvaro Campos

@_Alvaro_7

Columna del movimiento Colo Colo de Todos

FB Colo Colo de Todos

@ColoColodeTodos

Esta columna comienza con un primer plano al pene de Víctor Gómez.

Sigue con la sangre que brota desde él. Está en un baño del Estadio Nacional tras ser agredido por el CNI Christian Rayne. Dicen que fue una represalia por su pregunta sobre la participación Salah en la implementación de la ley de Sociedades Anónimas Deportivas. Tal vez fue algo personal, da lo mismo.

Abriendo aún más el foco, aparecen las multitudes aplastadas, apaleadas, humilladas en las afueras del Nacional. Son hinchas de Colo-Colo, una fuerza de la naturaleza, y representan a quienes no pudieron ir pero son violentados de todos modos. Las autoridades, ineptas y descaradas, los culpan a ellos mismos. El plan Estadio Seguro se raja en sus costuras y deja al descubierto su interior: discriminación, represión, ampulosidad estéril. Los torniquetes, con los que sin duda hay un nuevo negociado similar al de los guardias privados de la empresa de Rayne, desnudan el hecho de que el Gobierno no quiere estadios seguros para que vaya la familia, sino estadios vacíos para controlarlos mejor, aun reprimiendo a esas mismas familias a lumazos.

A lumazos me sacó un paco cuando recogí del tambor la cajetilla que me quitó. En el cine tampoco se fuma pero ahí nadie te roba tus pertenencias. Conseguí entrar, pero en la polémica me perdí el gol de Muñoz, en un clásico que fue en sí un acto violento atroz. Harina de otro costal. Un costal gigante que también se está desfondando.

Me da pena ver a los pacos, a Carabineros de Chile, reducidos al papel de meros guardias de seguridad del patrón. Son nocheros. El evento deportivo lo organizan privados y quienes están debajo de los escudos y los cascos son otro regalo del Estado a los empresarios, como los estadios. Qué pena ser conserjes, los pacos. Víctimas de la utilización inapropiada. Victimarios en su brutalidad, en su clasismo y en su ignorancia.

Francisco Muñoz (Pancho Malo), líder de la Garra Blanca (Coordinación) tiene un punto. Si los destrozos del domingo en el hall de Océano los hubieran causado ellos, todos lo condenaríamos radicalmente. No cabe, entonces, defender la violencia bajo ningún punto.

Nunca fui garrero. Fui a Arica y canté los noventa minutos. Conozco los palos policiales como cualquiera que vive la experiencia-galería. Lejos de avergonzarme, me enorgullece no tener credenciales de barra. Sin perderme partido, siempre evité acercarme a piños ni involucrarme en el espiral de agresiones. Porque no nací pobre y siempre tuve un miedo inconcebible a la violencia. Y uno puede ser tranqui, pero antes de darte cuenta estás siendo emboscado por los del frente, o te veís en una encrucijada de la que solo se sale a los puñetes, que después son puntas, que después son fierros. Es una bola de nieve y yo me quedé un paso atrás por temor a la avalancha. Cobardía, seguro. No hay lucidez valiente.

Las manifestaciones en Océano han marcado un quiebre. Antes la voz contrapuesta a los mandamases era la de la hinchada oficial. Ahora es gente con nombre y apellido, con carnet de socio y cédula de identidad. Claro, para los que ostentan el poder y la fuerza bruta hace poca diferencia. Las tortugas ninja nos filman mientras nosotros, ruidosos pero tranquilos, nos tratamos de hacer oír por aquellos cuya sordera es el principal acto de la prepotencia que encuba la violencia.

Siempre temí, todavía temo, que la Tienda Alba sea atacada y saqueada y nos carguen a nosotros el muerto. Que nos infiltren y nos apliquen derecho de admisión a nosotros, barricando nuestro camino, el institucional, donde tanto hemos avanzado.

Pero ahí están, indesmentibles, inexcusables, los acrílicos rotos. Me cuentan que las 2 camisetas “históricas” (bueno, para Blanco y Negro nacimos el 2006) fueron devueltas ahí mismo por los socios. También me comentan que tras desalojar el estadio, sacaron todas las camisetas e hicieron pasar a la prensa para fotografiar un escenario más desolador del que realmente fue. En la televisión, el mismo gremio que pidió explicaciones ante la agresión a Gómez ahora fotocopió la versión oficialista sin darle ni una vuelta de escepticismo. Yo estuve ahí. Un guardia fingió un desmayo y fue sacado en andas, minutos después de que sacaran por detrás a otro que comenzó la trifulca al agredir a una mujer. Qué importa lo verdadero, en todo caso. Está todo nublado por los disturbios que nos manchan a todos.

Sigue nublado y no va a despejar pronto. El pronóstico no es nada alentador. El clima es de ánimos caldeados, de represión torpe y sorda, de excusas y escondites, de matones de terno y corbata y de abusadores que huyen por escaleras de emergencia. Así no dan ganas de ir.

Pero el sol tiene que terminar por salir. El mismo domingo de los destrozos, Fernando Monsalve, el vocero de nuestro movimiento, un pelado que sale en la tele, dejó su corazón concesionado de por vida ante el nacimiento de su primera hija. Qué importa que su papá sea ateo, el hindú Rabindranath Tagore: dijo que ella trae el mensaje de que Dios no ha perdido la fe en los hombres. Una colocolina nos sobrevivirá a todos y hay que darle, si no el mundo, al menos el club que se merece.

La niña se llama Dominga, tal como la gata de mi polola, aunque a ella yo le digo Dominga por la Mañana y cuando me saluda le canto “Dominga por la mañana, temprano al estadio se va”. Sonrío al pensarlo.

Hay que ir al estadio con banderas blancas de paz. Y aunque nos hagan la guerra, igual hay que ir al estadio, y nuestras armas serán las mismas banderas blancas.

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