El Gráfico Chile

La maldición húngara

"Ningún club portugués ganará dos títulos europeos seguidos en cien años y el Benfica no ganará otro sin mí", fueron, según cuenta la leyenda, las palabras de Guttmann (1899-1981), futbolista y entrenador húngaro de origen judío

Labdarúgás, así se escribe fútbol en húngaro. En su novela “Budapest” (2005) el cantante, compositor e ícono cultural brasileño, Chico Buarque, citaba un viejo proverbio magiar que dice que la única lengua del mundo que el diablo respeta es el húngaro. Esta semana, la final de la Europa League trajo nuevamente a la luz la historia de un entrenador húngaro y su maldición sobre el Benfica.

“Ningún club portugués ganará dos títulos europeos seguidos en cien años y el Benfica no ganará otro sin mí”, fueron, según cuenta la leyenda, las palabras de Béla Guttmann (1899-1981), futbolista y entrenador húngaro de origen judío. Con él en el banquillo y con Eusebio desplegando todo su talento en el campo, Benfica ganó dos veces la Copa de Europa, equivalente a la actual Champions League, en finales consecutivas. Fue en 1961 cuando vencieron al Barcelona de Kubala y un año después doblegaron al poderoso Real Madrid de Di Stéfano en la misma ciudad de Amsterdam donde hace un par de días se volvió a consumar la maldición de Guttmann.

Después de ganar ese segundo título, el entrenador se peleó con los directivos del club lisboeta que habían prometido a él y a sus jugadores una prima suculenta si lograban ser campeones de Europa.
Como no se respetó ese acuerdo y tampoco vio satisfechas sus pretensiones económicas, Guttmann optó por marcharse (otras versiones aseguran que fue despedido), no sin antes lanzar su nefasto augurio sobre el equipo de Las Águilas.

Para mala suerte, la primera persona directamente afectada fue un compatriota. Después del histórico tercer lugar en el Mundial de Chile, Fernando Riera asumió la conducción técnica de Benfica y cayó en la final de 1963 ante el Milan. Desde entonces, los portugueses perdieron otras cuatro finales de Copa de Europa: Inter (1965), Manchester United (1968), PSV Eindhoven (1988) y Milan (1990), además de otra en Copa de la Uefa frente a Anderlecht de Bélgica, en 1983.

Antes de caer en la agonía con Chelsea, en la definición de la Europa League, la última final continental de Benfica había sido frente al Milan de Arrigo Sacchi, en Viena. Los portugueses eran dirigidos por Sven-Göran Eriksson y fueron derrotados por la poderosa escuadra donde entonces brillaban jugadores como Franco Baresi, Paolo Maldini y los holandeses Gullit, Van Basten y Rijkaard, autor del único gol.

Previo a esa final, el legendario Eusebio visitó la tumba de Béla Guttmann, depositó flores y pidió perdón por su ignominiosa salida. Sin embargo, los buenos oficios de la Pantera Negra no lograron ahuyentar la maldición que pesa sobre Benfica.

El primer equipo que dirigió Guttmann tras abandonar Lisboa fue Peñarol y no fue esa su primera experiencia sudamericana, porque antes el húngaro errante había sido entrenador de Quilmes y Sao Paulo. Dicen que se interesó en el equipo uruguayo porque un año antes esos mismos jugadores habían vapuleado a su Benfica en la final Intercontinental. Pero aquel paso por Montevideo apenas duró cinco meses. “El hombre sabía, no hubo un entendimiento de parte nuestra; él quería que jugáramos de primera, que hiciéramos esos cambios de frente típicos de los europeos y acá estábamos acostumbrados a otra cosa, a trasladar la pelta, a defender el rancho, a jugar de contragolpe y después meter el centro”, recordaba en el diario El País el arquero de ese cuadro, Luis Maidana. No fue problema el idioma, porque dicen que mezclaba el portugués con el italiano y se daba a entender, pero Guttmann cometió un grave error cuando dijo que Peñarol no podía jugar a dos toques como él quería porque la cancha del estadio era un potrero apto para plantar papas.

Curiosamente, durante las temporadas 1965-66 Guttmann volvió a tomar las riendas del Benfica, pero no obtuvo ningún título. Al menos a nivel internacional, la maldición del húngaro ya dura 51 años.

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