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“Somos millones de colocolinos en esta lágrima de tierra que rueda por la mejilla de América del Sur”, dice Álvaro Campos. / Agencia Uno.
Álvaro Campos Q.
Columna del movimiento Colo Colo de Todos
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Busca en la mirada del carabinero un atisbo de humanidad, un brillo en los ojos que le confirme que esto es una broma, o que entiende la naturaleza de la situación, pero nada, es un robot. Exceso de juventud, carencia de sabiduría, cada vez más gente actúa así, dónde quedaron los hombres de antaño, que decidían como dueños de su metro cuadrado, aunque fueran en realidad quince centímetros cuadrados.
Le da lo mismo, se ríe. El episodio es absurdo, un sinsentido. Se lleva el aplauso que los jugadores le dieron en el camarín después de que contara su historia. No hay hombre que no la tenga, y la suya es la de un arquero que se casó con sus colores y lleva con orgullo la Vecorta negra en el frío del sur. Se fue del estadio con sus recuerdos y su pancarta de “Vamos Chaguito”, dejándonos de regalo una anécdota sobre otra estupidez del estúpido plan Estadio Seguro que nosotros contaremos entre risas cuando tengamos su edad.
Porque todos nos identificamos con él, con su noble pasión. Y qué espíritu bien puesto no quiere al Chaguito, al Wanderito, al Vialito, a los clubes chicos que pueblan esta tierra donde el diminutivo es el cariño de dueñas de casa que nos invitan a un tecito y de dueños de casa que ven partidos con una cervecita.
Estamos en la vieja avenida Ricardo Cumming, pero en realidad estamos en Uruguay, mientras Colocolito le gana un partido con sabor amateur al amateur El Tanque Sisley. El periodismo supo olfatear lo pintoresco de este club de barrio venido a representante internacional de la rica tradición charrúa, que es un país chico de fútbol grande.
Se nos cae la señal justo antes del primer tiempo, pero la gente no se puso violenta durante la breve interrupción. Están con nosotros, nos apoyan, nos creen. Sin mayores pifias, sin disturbios, salen todos al entretiempo de choripanes y souvenires que dispusimos en el pasillo del Ical. Le ofrezco a Ricardinho Gaúcho escribir sobre el fútbol porque yo no tengo qué decir, pero declina. Entonces me quedo pensando en nosotros, y en otra más de estas iniciativas armadas a retazos y buena voluntad, con organización hechiza y malabarismos de última hora.
¿Que Colo-Colo es el más grande? Por supuesto. ¿Qué Colo-Colo es lo más grande? Puta, con mayor razón. Nadie lo discute. Nuestro equipo es hermoso porque es grande, pero nuestro club es más hermoso aún. Porque es chico.
No tenemos quinchos para hacer asados, no tenemos piscina, no tenemos beneficios dentales. Seguros de cesantía. Días del niño, fiestas de Navidad. Viejos jugando dominó. No somos nada. Por eso en Colo-Colo de Todos queremos hacerlo todo.
Somos millones de colocolinos en esta lágrima de tierra que rueda por la mejilla de América del Sur. Pero socios somos pocos, poquitos, apenas unos miles, y el oficialismo se vanagloriará de esa cifra como si no fuéramos nosotros los que hemos hecho el amplio llamado a que el hincha se sume a la madre de todas las batallas, a la utopía del club que nuestros nietos se merecen.
Eso somos. Colo-Colo de Todos. El colocolito de todos. El club que es un sueño del que le hablo a Oga mientras vamos en taxi hacia la casa del Rata con Feña y Gonzo, un socio que no se pudo acoger a la amnistía porque no encontró su registro en los papeles desordenados con que un barómetro de la actualidad nacional desnuda su tierna pequeñez. Llegamos a discutir sobre el rock gringo y su inferioridad ante el rock inglés. Escuchamos a los Strokes, a los Arctic Monkeys, a The Verve, a Cream, a Supergrass, a los Rolling Stones, pero todos los caminos llevan a Dirty Mac, una superbanda armada de improviso con Eric Clapton, el rollinga Keith Richards, y Mitch Mitchell, el baterista de la Jimi Hendrix Experience, para interpretar “Yer Blues” junto a John Lennon, el beatle que en su disco Walls and Bridges puso de portada un dibujo de infancia protagonizado por George Robledo. Jorge Robledo. El gringo Robledo. Chileno. Iquiqueño. Colocolino.
Colocolino. Pocas palabras suenan tan lindas. Colocolino, miembro de esa idea frágil y espuria. Somos bellos porque somos grandes. Somos preciosos porque somos chicos. Hay que querer al colocolito, ese club chico que sin embargo no nos cabe adentro del pecho.