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Por Eduardo Bruna
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En 2005, José Luis Villanueva se vio enfrentado a toda una disyuntiva: había dejado Universidad Católica y lo quisieron simultáneamente Racing de Avellaneda y Colo Colo. “Borghi habló conmigo, quería llevarme a los albos –cuenta Villanueva- y no fue fácil decidirme. ¿Quién no ha querido jugar en el Cacique? Si finalmente opté por Argentina fue únicamente porque yo, que había crecido admirando al Matador Salas, soñaba con que también a mí me cantaran a estadio lleno aquello de ¡chileeeeno…!, ¡chileeeeno…! que le cantó a él tantas veces la hinchada riverplatense. ¿Y sabes qué? La primera vez que ocurrió no pude contener las lágrimas. Nunca había sentido en una cancha tanto orgullo y tanta felicidad junta”.
Se había transformado en ídolo de la hinchada y era uno de los jugadores favoritos de la Guardia Imperial, la barra brava racinguista. No era para menos: no más llegar a la Academia, en un torneo de verano, anotó el gol del triunfo en el minuto 92 frente a Independiente. Y se sabe: en el inmenso barrio ubicado al sur de Buenos Aires no existe un hito geográfico que marque divisiones, como una avenida o un arroyo, pero sí una pasión futbolera que no admite medias tintas y que hace a los chicos albicelestes o rojos a muerte y desde la misma cuna. Recuerda Villanueva:
“Jugábamos en Mar del Plata, empatábamos 1 a 1 y estábamos ya en los descuentos cuando aprovecho el claro para anotar el gol del triunfo. ¿Sabes lo que fue eso para la hinchada? La locura misma, porque en un clásico como ese no hay amistoso que valga. La rivalidad es tremenda y se juega como si se tratara de un título del mundo. Me acuerdo que la televisión me eligió la figura del encuentro, a pesar de que en Independiente venía despuntando con todo el Kun Agüero. Después de las entrevistas de rigor, camino a los vestuarios, ese canto de chileeeeno, chileeeeno, que venía de las tribunas, me puso la piel de gallina”.
Le anotó goles, también, a River y a San Lorenzo, entre otros. Pero a pesar de que él en Racing se sentía feliz, y la hinchada no perdía oportunidad de demostrarle su cariño, a fin de temporada una vez más hizo maletas. Cuenta José Luis:
“Me llegó una oferta del AEK, de Grecia. Yo quería irme para sumar otro sueño al que tenía de jugar en Argentina: ir a Europa y jugar la Champions League, porque el equipo estaba clasificado. Tenía la certeza de que si me había ido bien en Buenos Aires, no tenía por qué ser distinto en cualquier otro medio. Sin embargo, mi representante, Fernando Hidalgo, pasando por sobre mis deseos y mi opinión me transfirió al Morelia mexicano”.
Club en el que, para colmo, tuviste problemas con el Fantasma Figueroa.
Es verdad. Me citó a la Selección Nelson Acosta para un par de partidos frente a los peruanos y al Fantasma el que yo me viniera le molestó mucho. No pudo impedirlo, porque eran en fecha Fifa y aparte que yo, por jugar por la Roja, estaba dispuesto a pelearme con el Diablo si era necesario. Me cortó y a fin de temporada el club me comunicó que no quería seguir contando conmigo. Los dirigentes me dijeron que había sido decisión técnica, y el Fantasma que la decisión la habían tomado los dirigentes.
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Jugar por la Selección para ti era lo máximo…
Claro que sí. Fui seleccionado Sub 20, Sub 23 para un Preolímpico y luego citado a la mayor. Me acuerdo que el 2003 Juvenal (Olmos) me puso en la nómina para un partido contra la Selección China, en la ciudad de Piangin. Fue un viaje de locos para un solo partido, y en clase económica, para colmo. Pero a mí no me importaba. Entré en el segundo tiempo, no recuerdo si por Manuel Neira o Arturo Norambuena. Y tan pasado de revoluciones que, aprovechándome de la barrera idiomática, parecía un poseso, corriendo, metiendo e insultando a los chinos, que por supuesto no entendían nada. Al final un jugador chino me hizo señas de querer cambiar camiseta y yo me negué en forma terminante. Esa camiseta tenía que ser mía para siempre”.
Siendo Sub 20 te llevaste una grata sorpresa con los seleccionados de la mayor.
Así fue. Me acuerdo que una vez nos pidieron como sparring y fuimos a jugar un partido, sin público, en el Estadio Nacional. Yo no podía creer que iba a compartir cancha con tipos que hasta hacía poco eran ídolos inalcanzables. Contra todo lo pensado, fueron tremendamente asequibles con nosotros, los cabros. Conversé con varios, pero en especial con Zamorano y Pedro Reyes. Y pensando que mi hermana María José, tres años mayor que yo, se casaba ese fin de semana, les pedí a cada uno su autógrafo para llevárselo de regalo. Me lo dieron, no sin antes agarrarme para la broma un buen rato. Me decían, entre otras cosas, “dile a tu hermana que no se case, José Luis. Que vaya un día a vernos a Pinto Durán, para ver si cambia de idea”. Cosas así. Pero simpáticas, en buena…
Tanto jugando por la Sub 20, como por la Sub 23, sufriste sin embargo desilusiones.
También eso es cierto. Para el Mundial Sub 20, de Argentina, Héctor Pinto decidió llevar sólo tres delanteros: Mario Salgado, Mario Cáceres y Joel Soto, dejándome a mí en Santiago. Y eso que yo no había estado en el famoso grupo ese que vio las lucecitas rojas en Mac Iver, ¿te acuerdas? Nunca fui bueno para el carrete, menos en la víspera de un compromiso de esa envergadura. No haber sido considerado en la nómina final es una de mis mayores tristezas vividas en el fútbol. Y en el Preolímpico para los Juegos de 2004, en Atenas, tras clasificar en el grupo jugado en Concepción, nos vinimos abajo en el cuadrangular final, jugado en Viña, perdiendo contra los brasileños y los paraguayos. Fue un golpe muy duro, porque teníamos un muy buen equipo. Ahí jugaban el Chino Millar, Mark González, Jean Beausejour y el Mago Valdivia, entre otros.
¿Cómo es que llegas al fútbol, José Luis?
Me acuerdo que de cabro era fanático. Mi pieza en la casa de mis padres, en Buin, estaba tapizada de posters de los grandes jugadores de aquella época. Tenía, entre otros, a Ronaldo, Schevchenko, Rivaldo, Romario, el Conejo Saviola, Zamorano, el Matador Salas… en fin. Pero nunca había tenido la idea de ir a un club a tentar suerte, hasta que un señor que supo de mi fanatismo, y que dijo tener contactos en Palestino, me entusiasmó para ir a una prueba. Me acuerdo que llegué al estadio de La Cisterna con mi bolsito, sólo que el señor no apareció por ninguna parte. Y ahí, afuera, estuve cerca de una hora sin saber qué hacer. Hasta que pensé que no podía perder un viaje tan largo por nada y entré. Tenía 17 años.
¿Qué recuerdas específicamente de aquella ocasión?
Que, muy tímido, hablé con el encargado de la prueba, Jaime Escobar, jefe técnico de las cadetes de Palestino, uno de los mejores formadores que he conocido, al punto que todavía sigue en el club. Estuvo dispuesto a verme. Me senté a esperar a la orilla de la cancha, vistiendo todo orgulloso mi camiseta amarilla de la selección brasileña, hasta que me hizo una seña para que entrara. Ese día corrí como loco y gané varios cabezazos. Parece que le gustó mi juego, porque me siguió citando y no recuerdo si a la semana o a los quince días me dijo que pasaba a las inferiores. Yo no quería más. Estudiaba en la Escuela A 131 de Buin y el clásico era contra la Escuela Cardenal Caro, donde jugaban el Huaso Isla (Mauricio) y Claudio Bravo. A esos dos porros mi madre, Enriqueta, profesora, les había hecho clases de Educación Física (ja, ja).
¿Por qué te costó consolidarte en Palestino? Debutas en 1999, pero te vas a préstamo primero a Temuco y luego a Deportes Ovalle.
Lo que pasa es que, como la mayoría de los cabros, no manejaba los códigos del fútbol. Menos considerando que jamás había conocido nada de ese mundo. Cuando el club decide cederme a préstamo me entrevistan y yo, dolido y desilusionado, digo que merecía mayor consideración, porque, por lo que yo había visto, Pesarossi, Ossandón, Orellana, Díaz y Tagliani, los delanteros del plantel, estaban bien lejos de ser un Batistuta. ¡La que se armó…! Me acuerdo que el cuerpo técnico y el plantel, liderado por el arquero Cauteruchi, hicieron en el camarín un verdadero linchamiento conmigo. ¡Qué no me dijeron…! Me insultaron, me trataron de lo peor. El único que me defendió y solidarizó conmigo fue Miguel Ángel Castillo, el zurdito. Creo que esto es primera vez que lo cuento.
Tenías tu genio, José Luis. En Cobreloa, año 2004, te agarraste con el DT Fernando Díaz…
Es verdad. Es que era muy cabro, medio pendejo… Eso de Batistuta era rigurosamente cierto, pero no debí haberlo dicho. Y en Cobreloa no acepté que el Nano me dejara fuera de la final de 2004 frente a Universidad de Chile. Nos agarramos fuerte y lo mandé a buena parte. Pero después nos abuenamos. Incluso hace unos meses me quiso llevar a Guatemala. Cuando joven a uno le cuesta entender que quien manda es el técnico.
Cuando después de Cobreloa la Católica se interesa en ti, tengo entendido que Pellicer te rayó la cancha.
Es verdad. Lo primero que me dijo fue que, de llegar yo a Católica, debía tener claro que quien mandaba era él. Le di la razón, aparte que a esas alturas ya no me ponía tan fácil el balde. Los golpes enseñan.
De México vas a Corea, luego a Brasil y más tarde a Uzbekistán y China. Vuelves en 2011 a Universidad Católica para ser campeón de Copa Chile. ¿Cómo es que tu paso por Antofagasta fue tan deficiente?
Parto por decirte que esa segunda campaña en la UC estuvo lejos de ser lo que el club y yo mismo esperábamos. Muy inferior a la anterior, entre los años 2004 y 2005. Pero de China ya venía mal. Porque aunque igual hice unos pocos goles, no rendí lo que era capaz. Y en Antofagasta no hice sino prolongar ese período bajo. Como que dejé de luchar como lo hacía antes, olvidando que ese era precisamente mi plus. Por lo mismo, cuando terminé contrato no tuve ningún club que se interesara en mí. Duele reconocerlo, pero es la verdad. Igual yo me preguntaba cómo era posible que nadie quisiera contar con José Luis Villanueva. Pensando en superar eso, volví a hacer maletas.
Te vas a Argentina, a jugar por Boca Unidos. ¿Tiene alguna relación con Boca Juniors?
No, ninguna. Es sólo un club de Corrientes, al norte de Argentina, que como todo equipo de la B sueña con llegar un día al fútbol grande. El comienzo no fue bueno, pero en el torneo el equipo y yo ya fuimos otra cosa. Con decirte que, cuando volví a anotar, sentí una parecida felicidad a la de mis comienzos, cuando recién intentaba abrirme paso en el fútbol. Y, como me había ocurrido en Racing, los compañeros me apoyaban mucho y la hinchada también me quería harto.
¿Cómo es que hace un mes decides venirte a Magallanes?
Vi que mi hijo, Augusto, ya está en edad de entrar a la pre básica y decidí que toda su educación debía hacerla en Chile. Llamé al Piri Parraguez, le conté de mis deseos de regresar, pero también del chasco que me llevé cuando nadie se interesó en mis servicios. El se puso en contacto con el Arica Hurtado (Osvaldo) y él, sabedor de mis deseos de volver, le dijo que no dudara y que me viniera a Magallanes. Firmé hasta junio de 2015.
Cuando ya estás cerca de los 33 años y el retiro se irá viendo cada día más cercano, ¿te irás feliz con lo logrado?
Me siento bien y todavía no me pienso jubilar. Pero sí, es verdad que tarde o temprano tendré que afrontar el tener que decirle adiós al fútbol. Cuando eso ocurra y haga el balance, sí, creo que me iré feliz, aunque pienso que siempre fui mejor reconocido fuera de Chile que en mi propio país. De mi carrera no cambiaría nada, porque lo bueno y lo malo forman parte de la vida. Pero si pudiera empezar de nuevo no aceptaría que mi representante actuara como al final lo hizo conmigo Fernando Hidalgo. Nunca agarré un peso de una transferencia. Siempre me fui únicamente por el sueldo y los premios. Al final, choreado, decidí terminar con él, pero pienso que debí haber tomado esa decisión mucho antes. Y tampoco aceptaría irme al Morelia teniendo una oferta de un club europeo, como el AEK Atenas. ¿Sabes la bronca que sentí cuando pude ver por televisión los partidos de los griegos en la Champions, entre ellos contra el Milan, sabiendo que yo pude haber estado ahí?.
“En el Bunyodkor de Uzbekistán hice una de mis mejores campañas”
Todo un patiperro del fútbol, Villanueva jugó en seis países distintos, además de Chile. Cuenta que nunca pensó en barreras idiomáticas o geográficas cuando le llegó una oferta que logró interesarlo. “Jamás me hice problemas para ir a jugar donde se interesaran en mí, aunque fuera al otro lado del mundo”, dice. Y agrega: “Nunca pensé en cómo me las iba a arreglar para comunicarme, en qué costumbres tendría que adoptar o respetar o en qué iba a comer. Por donde fui, tuve la ventaja de adaptarme siempre bien”.
Aparte de Argentina, México y Brasil, estuviste en tres medios que, para nosotros son absolutamente desconocidos: Corea del Sur, China y Uzbekistán. ¿En cuál de ellos tres te sentiste mejor?
En los tres, pero me quedo con Uzbekistán, porque ahí la rompí de entrada. Jugué algo así como 30 partidos y anoté un número similar de goles. Tuve de compañero a Rivaldo, mi ídolo de niño, y en la banca primero a Scolari y luego a Zico. Mi club, el Bunyodkor, era además de la capital, Taskent, y tenía las mejores instalaciones. Como si todo eso fuera poco, fui dos veces campeón de Liga y uno de Copa, aparte de haber llegado hasta la semifinal de la Champions de Asia”.
Aparte de lo futbolístico, ¿hay algo más que atesores como recuerdo?
Siempre me llamó la atención el que en la propia capital de Uzbekistan viera escenas muy similares a las que vi en el Buin de mi niñez, en los años 80: carretelas y caballos pastando en las calles como si estuvieran en cualquier potrero. Y sólo las avenidas principales y unas pocas calles secundarias tenían pavimento. Parece increíble, pero en pleno siglo 21, la mayoría de las arterias siguen siendo de tierra y piedras. Pero considerando lo bien que estaba jugando, y en que era ídolo de la hinchada, yo me sentía igual de feliz en ese país tan especial, tan atrasado”.
“El brasileño Rivaldo fue uno de los mejores amigos que hice en el fútbol”
En su breve y poco exitoso paso por Vasco da Gama, el año 2008 Villanueva tuvo la suerte de compartir plantel con Romario, uno de aquellos jugadores a los cuales admiró desde niño, al punto de tenerlo siempre presente en su pieza en un inmenso poster vistiendo la camiseta del Barcelona. Cuenta:
“Siempre me lo imaginé un tipo suelto, alegre, bromista, pero era todo lo contrario. Era más bien callado, retraído, poco amigo de compartir con sus compañeros de equipo. Él llegaba, hacía su trabajo y se iba. Dentro de la cancha, sin embargo, era todo un genio. Y como todo genio de repente era bien especial. Muchas veces abandonó un entrenamiento porque llovía mucho. O porque consideró que el calor era demasiado. Pero igual no podría decir de él que es una mala persona”.
Con Rivaldo, otro de tus ídolos, en cambio te llevaste muy bien.
Es verdad. Estuvimos juntos una temporada y media en el Bunyodkor de Uzbekistán y con él me llevé una sorpresa muy agradable. Aparte de jugar, y todavía muy bien, tenía hasta injerencia en las decisiones directivas. Así de influyente era su presencia. Cuando llego al plantel me acogió muy bien y nos hicimos muy amigos. Claro, ayudado también porque él hablaba perfectamente el español tras su paso por el Barcelona”.
¿Y alguna vez le contaste que un póster suyo adornaba tu pieza?
¡Por supuesto que un día se lo conté…! Se río harto, pero ni esa vez ni en otras circunstancias lo vi adoptar nunca una actitud de divo. Al contrario. Me acuerdo que una vez nos tocó enfrentar a un rival que tenía un estadio que dejaba harto que desear, al punto que ni duchas buenas tenía.
¿Crees que Rivaldo, con todo lo crack que fue, puso una mala cara o se puso a protestar? Buscó una llave que funcionaba, largó el chorro de agua helada y se bañó en cuclillas, como cualquier jugador de barrio.