
Estando hace algunas semanas en Uruguay un amigo me decía “qué suerte tienen ustedes que les sacaron a Niembro de las transmisiones, acá la gente no lo soporta”. Cuando la dupla Yáñez-Solabarrieta asumió los partidos internacionales de los equipos chilenos me pareció una decisión razonable. Al margen de las simpatías que cada uno pueda tener por alguien (asunto del todo subjetivo), muchas veces los relatores, comentaristas y reporteros trasandinos demostraron su ignorancia sobre nuestros jugadores o simplemente se desviaban del partido para hablar de la actualidad de Boca o comentar la última papita del fútbol argentino.
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Desconfío de las redes sociales. Tengo 25 amigos en Facebook y no uso Twitter. Sé que son una gran herramienta, pero hay mucho cachureo en ese mundo. Lo comprobé el último fin de semana en un show a beneficio de Eduardo Walo Frías. El concierto se transmitió en vivo por Radio Futuro y no fueron pocos los que usaron estas redes para reclamar por qué Congreso tocaba tan temprano o por qué había otros grupos que no merecían estar y blablablá. El tono era el que se impone siempre en ese microclima. Prepotencia, grosería, descalificación y ese apestoso tonito de sabérselas todas. Como yo estaba a cargo de la transmisión, obviamente no gastamos un segundo en estos “anónimos indignados” que cómodos frente a sus pantallas tenían la desfachatez de reclamar por un evento solidario que no apoyaban, ignorando además que fueron los propios músicos del grupo quienes amablemente accedieron a participar con la única condición de no ser programados en un horario tarde.
Cuento esta anécdota, porque sé también que la sobrevalorada sensibilidad tuitera no estaba precisamente en sintonía con Fernando Solabarrieta antes de su encontronazo con Marco Antonio Figueroa. Algunos por cuestiones cabaleras, otros por joder, porque hablaba mal del equipo o por simple ocio. La barra virtual de los azules venía resistiendo hace rato las intervenciones y comentarios del periodista. Sume a eso la bronca histórica que los más fanáticos del Chuncho aún le tienen guardada al Pato Yáñez.
Lo cierto es que la escenita del otro día fue un nuevo desacierto de Figueroa. Duró 40 días la versión light del Fantasma. Nadie lo condena por tener ese genio. Pobres los que los padecen a diario. Estaba cantado que ese Fantasma contenido, analítico y descafeinado no iba a durar mucho tiempo más. El verdadero Figueroa asomó al primer tropezón. El empate de local con los ecuatorianos es un mal resultado. El equipo no jugó bien y tampoco funcionaron sus cambios. Es verdad que la llave está abierta, pero ver cómo el Fantasma desvía el tema echándole la guapeada en vivo a uno de los comentaristas de Fox es una maniobra torpe. O brillante si lo miramos desde otro ángulo porque consiguió que todos hablen de su round con Solabarrieta y nadie profundice en lo mal que jugaron los azules.
En el fútbol hay una cosa que está muy enquistada. Tiene que ver con los “códigos”, con decir cosas que se asume todos conocen o debieran conocer, pero que no son del todo aclaradas y no se dicen directamente. Son asuntos que se insinúan, se deslizan y nunca se investigan lo suficiente para ser comprobados. Me toca convivir con eso a diario. Tampoco es fácil demostrar arreglos de partidos, entrenadores que van en la parada con representantes o todas esas cosas que hacen del fútbol una cuestión irrespirable. Creo que en ese aspecto el periodismo deportivo aún guatea. Me hago parte de esa autocrítica y me parece que es el flanco débil de la intervención del colega de Fox después de la rabieta del Fantasma. Qué cosas desconocemos de su salida de Católica, por qué no llegó a Veracruz, qué tiene que ver en todo eso el jugador argentino Oscar Ahumada son preguntas que quedan flotando, igual que la maletera insinuación del técnico sobre los amigos de Solabarrieta. Finalmente cualquier observador desapasionado que solo prende el televisor para ver un partido de fútbol podría preguntarse quiénes serán esos amigos y qué demonios tuvieron que ver con este pobre empate de la U.