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Historia de Kenia

"Correr sin el objetivo de embocar una pelota en el arco contrario siempre me ha parecido un pasatiempo enigmático", dice Costas.

 

AFP

No entiendo a la gente que sale a correr. Por supuesto, celebro la práctica de cualquier disciplina deportiva, pero correr sin el objetivo de embocar una pelota en el arco contrario siempre me ha parecido un pasatiempo enigmático. Por eso, me causó tanta extrañeza cuando un buen amigo me regaló un libro llamado “Correr con los keniatas”. Siempre se agradece ese tipo de gestos, pero siendo honesto no le presté mucho asunto al obsequio hasta que, aprovechando los feriados de Fiestas Patrias, me embarqué en su lectura. La experiencia resultó tan fascinante como extraña porque el último tramo de mi viaje por esas páginas coincidió con el terrible atentado y las trágicas noticias que esta semana pusieron a Kenia en los noticiarios de todo el planeta.

El libro registra la experiencia del periodista inglés Adharanand Finn, redactor del diario The Guardian, colaborador de la revista Runner’s World  y corredor aficionado. Las buenas ideas generalmente nacen de preguntas adecuadas y simples. Al ver que los keniatas dominaban las carreras de distancia, en los Juegos Olímpicos, los grandes maratones urbanos y las principales competencias de atletismo, Finn se propuso investigar por qué los atletas de ese país son tan rápidos y tienen esa enorme resistencia. En la aventura  involucró a su familia y se fue a vivir un año a Iten, una pequeña ciudad  de 40 mil habitantes, donde han nacido algunos de los mejores atletas keniatas. Corrió por las mismas pistas de tierra, recorrió las llanuras africanas, se alimentó y entrenó con ellos. Pudo compartir con atletas profesionales, campeones olímpicos y con muchachos que sueñan escapar de la pobreza con cada una de sus zancadas.

Citando al gran fondista británico Bruce Tulloh (campeón europeo de los 5.000 metros, en 1962), la gran expansión del atletismo keniata coincidió con el aumento de premios por ganar. “Cuando correr todavía era un deporte aficionado, Kenia tuvo un par de grandes atletas que venían del entorno militar, o de algunas becas concedidas por universidades estadounidenses. En cambio, cuando a mediados de los 80 despegó la profesionalización y los mejores corredores empezaron a recibir dinero por ganar, o incluso por presentarse a algunas carreras, fue cuando los keniatas comenzaron a dominar”.  Es una vía de salida como el fútbol en Brasil, el cricket en India o el boxeo en Centroamérica.

El libro es generoso en datos, está bien documentado, pero no agobia y funciona como un entretenido diario de viaje de la apasionante experiencia de Adharanand Finn. Entretiene y enseña. Rescato una cita de Jomo Kenyatta, primer presidente de Kenia tras su independencia entre 1964 y 1978. “Cuando llegaron los misioneros, los africanos tenían la tierra y los misioneros la Biblia. Nos enseñaron a rezar con los ojos cerrados. Cuando los abrimos, ellos tenían la tierra y nosotros la Biblia”. Recomendable lectura de un libro que en palabras de su autor también nos enseña que “el gran secreto de los maratonistas keniatas es que no hay ningún secreto”.

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