Fútbol contra el enemigo II

"La idea es apurar la explosión de jugadores y ponerlos en vitrina", dice Guarello sobre el mercado de pases.

 

Messi ni alcanzó a jugar en el fútbol argentino.

Por Juan Cristóbal Guarello

Habíamos dejado pendiente de la columna del martes pasado el impacto del “fútbol trasnacional” en Sudamérica. Este impacto se puede expandir, con matices y alcances, a todos los países en vías de desarrollo con alguna tradición en el balompié. El tema es amplio y complejo, una de las aristas, como señala Simon Kuper en la introducción de “Fútbol contra el enemigo”, es como la fidelidad por los equipos locales ha sido desvastada por la Premier League en países como Nigeria. Incluso la Copa Africana de Naciones genera un interés marginal entre los telespectadores africanos en comparación a las audiencias que genera la liga inglesa.

En nuestro continente la historia es distinta, obviamente. Primero, porque existe una tradición mucho más arraigada y menos volátil que en África o Asia. Es decir, los clubes profesionales, acaso la práctica misma del juego, tiene un desarrollo más profundo y sólido, que se ha manifestado en clubes de fama mundial y logros internacionales notables (nueve Copas del Mundo para empezar a conversar). Este factor inmuniza a los hinchas (consumidores), sobre la posibilidad de priorizar a las trasnacionales (Barcelona, Real Madrid, Chelsea) sobre sus afectos locales. Hay un significado de pertenencia todavía poderoso, una identidad bien fundamentada que mantiene la fidelidad del público local. En el peor de los casos puede haber una coexistencia de simpatías (Emelec y Manchester United por citar un ejemplo), pero es infrecuente, aunque no imposible, encontrar en América Latina a hinchas exclusivos de equipos europeos como si ocurre en África o Asia. Cabe apuntar que la “coexistencia de simpatías” no se da en los países de mayor tradición (Brasil, Argentina y Uruguay), donde sería una excentricidad o incluso una herejía señalar que se sigue a Peñarol y Arsenal a la vez.

Pero este sentido de identidad con sólidas raíces históricas no ha resultado indemne ante la globalización del fútbol. Sudamérica, al igual que ocurre con sus macroeconomías, se ha convertido en una suerte de proveedor de materias primas de las grandes ligas. Tal como ocurre con las manzanas o la soja, pasa con los futbolistas: la de mayor calidad se va a los grandes mercados, quedando para consumo local la segunda o tercera selección.

Se ha impuesto un “modelo exportador” de piernas. Esto es, no sólo los clubes, sino que la organización misma de las federaciones se enfoca en la colocación de valores en Europa en primer lugar y luego en mercados emergentes pero de menor calidad deportiva (Dubai, China, incluso México). El diseño de los campeonatos cortos, invento de Julio Grondona, va exactamente en esa dirección. La idea es apurar la explosión de jugadores y ponerlos en vitrina. Las fechas coinciden con el calendario europeo cosa que, una vez señalados los mejores y “exportables” de cada torneo, ellos puedan ser vendidos sin trabas reglamentarias. Lo mismo obliga a los entrenadores a obtener éxitos inmediatos, rimbombantes y desechables. Imposible hoy es hablar de “trabajo a largo plazo” o “procesos”. Por esa razón en Argentina técnico que pierde el domingo está en crisis el lunes. Clubes como Independiente y River Plate, después de vender todo lo “vendible”, terminan en la ruina deportiva y perdiendo la categoría. Argentina, en este momento, tiene cerca de 1.500 jugadores fuera de sus fronteras. Los captadores peinan barrios periféricos y pueblos remotos buscando talentos, aunque los prospectos recién hayan cumplido diez años. Todos sueñan con encontrarse un Messi o un Maradona perdido en La Pampa. Pero un clon de Diego Buonanotte o Mariano Pavone también sirve. Las consecuencias sobre la calidad del campeonato local ha sido catastrófica. Como dijo Santiago Solari en El País hace menos de un año : “llegan a doler los ojos al ver algunos partidos”. Hoy en la Primera A de Argentina se juega al nivel de la Primera B de hace 20 años. Son titulares reservas de reservas y eso, necesariamente, se refleja en la cancha.

No hay que ser muy perspicaz para inferir que este modelo demencial se ha ido replicando, paso a paso, en el fútbol chileno. Hoy todos los jugadores cadetes tienen representantes. Los niños, como en Argentina, antes de alcanzar la pubertad ya están siendo seducidos con promesas de sueldos millonarios.

Brasil, por su lado, es la mayor factoría de buenos jugadores de fútbol en el planeta y llegó a tener más de 5.000 futbolistas jugando en el exterior al mismo tiempo. Venden elementos de todas las edades, precios y calidades. No es extraño que, por ejemplo, un jugador sea exportado directamente de campeonatos de barrio o incluso de pichangas en la playa. El fenómeno brasileño tiene un matiz: mercado interno. Con casi 200 millones de habitantes, existen suficientes consumidores para retener o traer de regreso a grandes jugadores con inversiones cuantiosas. Los clubes, sin alcanzar los recursos de sus pares europeos, en los últimos años ha sido capaces de pagar sueldos millonarios auspiciados por las grandes empresas nacionales. Así como Brasil produce autos o zapatos para su mercado interno, puede armar equipos competitivos a nivel mundial que no son desguazados tan fácilmente por las trasnacionales del fútbol. Sólo así se explica que Neymar haya demorado tanto en partir al Barcelona o Sao Paulo pueda desembolsar 12 millones de dólares por la opaca habilidad de Paulo Henrique Ganso.

Uruguay es un caso especial. La posibilidad de llegar al éxito económico como futbolista no es sueño de pocos o algo reservado a una élite, se entiende como una alternativa cercana y posible. No es raro ver en el anochecer de Montevideo a decenas de jóvenes entrenando en calles y plazas con el objetivo de ser jugadores profesionales. Se especula que más de 500 (incluso de habla de mil) futbolistas uruguayos hay repartidos por el orbe. Esto redundó que una generación completa de futbolistas esté fuera del país. Hoy los planteles equipos están construidos por elementos de tres tipos: juveniles, jugadores de bajo nivel competitivo y veteranos que vuelven a su tierra para quemar sus últimos petardos.

Este mercado es pequeño y manipulable, el tema alcanzó tal extremo que un solo empresario, el polémico Paco Casal, llegó a ser el dueño de más del 80% de los pases. Jugadores que se salieron de la norma, Diego Forlán, fueron excluidos o relegados a la banca de la selección por técnicos corruptos como Víctor Púa. Hay que poner atención a este detalle porque nos toca: la figura de Fernando Felicevich como poseedor de la carta de la mayoría de seleccionados chilenos complicó bastante la gestión de Claudio Borghi. Incluso el publicista argentino llegó a prometer que mientras estuviera el Bichi al mando de la Roja, el no se vincularía a ningún futbolista que fuera nominado por primera vez para evitar toda sospecha. La promesa fue rota al poco tiempo con la incorporación de Eugenio Mena al corral de Felicevich.

En definitiva, como nunca Sudamérica exporta jugadores y eso trae dos consecuencias. La primera, positiva, es que estos jugadores adquieren el roce y la experiencia de enfrentarse a los mejores del mundo casa semana, redundando en selecciones más competitivas o al menos con más oficio cuando se enfrentan a sus similares europeas (algo parecido ocurrió cuando jugadores de todo el planeta llegaron a la NBA, el salto cualitativo de las selecciones nacionales fue enorme). La consecuencia negativa es la pérdida de jerarquía del fútbol local, con una caída en picada del nivel de juego. Así como en un momento River Plate tenía cinco seleccionado argentinos, Colo Colo siete chilenos y América de Cali seis colombianos, hoy con suerte en las convocatorias se ven dos o tres de toda la liga local. Incluso podrían no llamar a ninguno y pasaría inadvertido. Las dos preguntas para cerrar son las siguientes:

a)    ¿Hasta cuándo aguanta la venta indiscriminada de talento?

b)   ¿Será posible construir una liga sólo con veteranos, juveniles y jugadores del ascenso?

Mi respuestas son:

a)    Hay un momento en que no hay de dónde sacar más.

b)   Dios nos ampare.

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