Las lecciones del Fantasma

Alguien tiene que avisarle al señor Yuraszeck, su gestión en la U ha sido un fracaso.

(Agencia Uno).

Juan Cristóbal Guarello

Estuve fuera de circulación, unas pequeñas vacaciones donde lo menos importante fue el fútbol y sus vaivenes tragicómicos habituales. Desde la distancia vi el comienzo del campeonato de Clausura 2014. Como suele suceder, ya hay dos entrenadores que fueron cesados: Omar Labruna en Everton y Marco Antonio Figueroa en Universidad de Chile.

Lo del Fantasma tiene varios niveles de lectura. Empezando por la forma en que él se calzó el buzo azul. Como su antecesor y colega, Darío Franco, se enteró por los diarios que había sido echado y ya tenía un reemplazante. Es decir, comenzó mal, pero fue coherente con la forma de “hacer” que tiene José Yuraszeck, poco dado a la delicadeza de las formas o los detalles de protocolo, y las apetencias desbocadas de Figueroa por entrenar a la U o Colo Colo. Haciendo un recuento de sus declaraciones previas, las dos bancas le servían. Cotejando esto las maniobras de su representante Mariano Gastó, era evidente que Figueroa estaba en vitrina y con luces de neón.

Entonces, la manera en que llegó fue conflictiva y al filo del offside con los mentados “códigos” de los cuales alardean y pocas veces cumplen los entrenadores. Al fin, de la manera en que sale tampoco podría extrañar demasiado. Incluso era esperable. Alguien tiene que avisarle al señor Yuraszeck, su gestión en la U ha sido un fracaso. Tanto así, que celebró con un comunicado de prensa que el Tribunal de Honor (demasiado nombre para tan poca cosa) apenas lo haya amonestado después de su affaire con Jaime Estévez. Que siga contratando él, así le va…
Pero volvamos a Figueroa y busquemos algo de perspectiva. Saquemos toda la cáscara, el Fantasma polémico, el personaje, las declaraciones tribuneras, los escándalos para la cámara del CDF… Olvidemos eso que no es lo importante y fijemos nuestra atención en lo que vale: la cancha.

En el fútbol de hoy todos los análisis se deben hacer sobre el partido del domingo. Como en un restaurante, donde se juzga la calidad de la cocina por el plato en la mesa o en el cine, donde decide lo que se proyecta en la pantalla, las únicas herramientas para juzgar a Figueroa es el

rendimiento azul. Y antes que eso, el funcionamiento.
Precisemos: a mí no me importa que el plato haya sido cocinado siete horas y se hayan utilizado los mejores ingredientes, si tiene mal sabor el chef es malo. Da lo mismo que se esforzara, su producto es deficiente. Lo mismo en el cine, el cuento de las horas de filmación, el presupuesto, la calidad de los actores se muere si la película es mala. Imposible salvar al director diciendo que “trabaja bien”.

En el fútbol pasa igual, más ahora que está vetado asistir a los entrenamientos. Yo no me como la cantinela de que “Figueroa trabaja bien en la semana” o “es un gran profesional”. Si fuera así, el equipo rendiría el domingo, todavía sería entrenador de Universidad de Chile.

Hasta hace un tiempo, se podía asistir a los entrenamientos. A casi todos. Y uno veía cómo trabajaban los técnicos. Benítez dándole instrucciones a Barticciotto para que entrara por la derecha y definiera de zurda tras un enganche; Salah manejando los rebotes tras los córners en la U una y otra vez; Carvallo insistiendo en jugar al toque en Católica, Manuel Pellegrini manejando los tiempos en la defensa de Palestino… Vi trabajar a Telé Santana, Vanderley Luxemburgo, Cesare Maldini, Daniel Passarella , Mario Zagallo, Bolillo Gómez, Mirko Jozic, Aimé Jacquet, Herbert Prohaska, Jorge Valdano… Y cientos de “profes” acá: Clavito, Malbernat, Hermosilla, Sulantay, Garcés, Acosta, Angelillo, Pelusso en Iquique, el Pollo Véliz, Bigorra, Roberto Hernández, Borghi en Audax…

Para bien o mal, todas esas horas de práctica van educando la vista. A la larga, se aprende y se aprecia quién trabaja y quién no. Quién mecaniza y quién improvisa, quien se preocupa de los balones parados y quién no los trabaja. Desde el entrenador más humilde hasta el campeón del mundo, al igual que la docencia que va desde la escuela rural hasta Oxford o La Sorbona, todos los profesores dejan algo si lo hacen con honradez y vocación.

Pues bien, eso se ha perdido. Los entrenamientos son ceremonias secretas, invulnerables, prohibidas. Se cree que espías y malandrines vulnerarán en sagrado espacio del camarín. Allá ellos, nos simplifican las cosas: sólo juzgamos lo que pasa en la cancha. Se terminó el verso del “trabajo de la semana”. No hay como verlo, no hay como juzgarlo. Sólo con el espectáculo del domingo.

Por lo anterior, y vuelvo a Figueroa, no me compro el prestigio en el medio que tiene el Fantasma. Viendo a la U, hace un par de semanas lo conversábamos con Igor Ochoa en el Haití, había una estructura que intentaba ser compacta y agresiva. Que construía desde las bandas y se desataba, hipotéticamente, un piloto de ataque que en este caso debía ser Isaac Díaz. Y ahí el equipo se descompensaba. Esa cantidad de juego en bloque no podía superar el fusible, “ruido” lo llamó Ochoa, de Díaz. Y Figueroa nunca lo pudo solucionar. Buscó por todos lados (dos delanteros, tres delanteros, un delantero), cambio las alas diez veces, a Lorenzetti lo puso en todos lados, a Rojas lo movió de un lado a otro, a Fernández lo sacó y lo mandó de vuelta, a Martínez lo cortó y lo perdonó. Jamás le encontró la solución. Y la sensación era que jamás la iba a encontrar.

Luego, los problemas defensivos. Cuántas veces le hicieron a la U el mismo gol, cuando un delantero era capaz de superar un precario escalonamiento en inferioridad numérica. Los mano a mano en el arco de Herrera eran normales, contra cualquier rival, contra cualquier atacante.

Al final los propios jugadores le fueron quitando el piso. No en las declaraciones insulsas tras cada partido, sino en la propia actitud en la cancha. No había convicción ni simetría con el discurso del técnico. Recuerdo una tarde en Santa Laura, contra la U de Concepción, Figueroa pidiéndole a Díaz que no se aislara entre los centrales, que pidiera la pelota. El centrodelantero no le dio bola. Cero. Más tarde Magalhaes tira al arco desde 35 metros en diagonal por la derecha. Imposible que fuera gol. El Fantasma le pide que elabore más, que se acerque al área donde hay varios compañeros. Jugada siguiente: Magalhaes vuelve a meter un zapatazo insensato desde el otro lado del mundo.

Hay ciertos escritores y filósofos que trascienden el mero papel. Sus ademanes a la hora de escribir tal vez sean más importantes que sus propios textos. Figueroa es un prisionero de esos ademanes. Una infinita cantidad de energía gastada en insinuar, en establecer una resonancia que se instala como verdad: trabaja bien. Pero una vez leídas sus palabras, vista la U en la cancha, poca sustancia para morder.

¿Trabaja bien? ¿Trabaja mal? Si hubiera entrenado a la U en 1997 o en 1992 tal vez podríamos juzgarlo con certeza. Con todos los elementos. Hoy, con las prácticas en búnkers y otros absurdos, sólo queda el partido del domingo.
Y ahí no hay mito, ni ademán, ni supuesto, ni rumor. El equipo no funcionó. No tenía como.

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