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Por Carlos Costas
El periodista Mauro Smith me sorprendió con un mail en el que me compartía la imagen que ilustra esta nota: “Ojo con este archivo. Usted lo va a valorar. Notable el bachicha audino comiéndose los tallarines como el Coca Mendoza en el reality”, agregaba en su mensaje el experimentado y siempre entusiasta compañero de ADN Deportes.
Esta debe ser la tercera o cuarta vez que escribo en estas páginas sobre la relación entre el fútbol y el mundo de las historietas y el humor gráfico como expresiones de nuestra cultura popular asociadas al deporte rey. Es una obsesión personal que Mauro supo detectar al enviarme estas ilustraciones de los equipos chilenos hechas por un anónimo dibujante. Según Smith, deberían ser de 1968, año en que Santiago Wanderers conquistaba su segunda estrella. Barrabases, las tablas de posiciones de Hervi, Raúl Soza y Orlando Lagos, el humor blanco de Cachupín en la revista Estadio, los chistes futboleros de Condorito (el del fútbol empresa, para mí es una obra maestra) y esos cuadernos escolares donde me entretenía dibujando goles, pintando camisetas y escudos explican esta debilidad por los monitos al servicio de la pasión pelotera.
Hoy destacan los trabajos de Eduardo Carrillo (Don Sata) y también las notables piezas inspiradas en la historia de Colo Colo desarrolladas por un colectivo artístico llamado Campeones de Estampa. Además, es cosa de internarse un poco en los barrios y poblaciones de la capital para descubrir enormes murales dedicados a la U y al Cacique. Algunos son bien impactantes y revelan la devoción que despiertan estos colores en sus hinchadas. Lamentablemente esa batalla por los muros y por delimitar sectores pintando postes y paredes, muchas veces desemboca en actitudes delictivas que contrastan con la inocencia de estos dibujitos que representan a los clubes protagonistas de nuestro fútbol, a fines de los años 60.
Fue una década gloriosa con la organización y el tercer lugar en el Mundial, asistencias en los campeonatos nacionales que son record hasta hoy, los clásicos universitarios y el apogeo del Ballet Azul. En esa época nació la revista Gol y Gol y también el programa de radio Residencial La Pichanga, nítida expresión de cómo el fútbol permeaba otros ámbitos de la vida cotidiana. Siempre saco sonrisas y algún recuerdo cuando evoco la tristeza que me causó, siendo un pequeño hincha hispano, ver cómo el escudo de Unión Española era reemplazado por el de Cobreloa en las versiones ochenteras del ludo. Quién no tuvo que echar mano a esos aburridos juegos de salón en aquellas tardes lluviosas en las que no se podía salir a pichanguear o cuando una gripe y la fiebre te mandaban a la cama. ¿Alguna vez alguien terminó un juego de Metrópoli?
Observar con atención estas candorosas mascotas de los equipos chilenos es retroceder en el tiempo y volver a conectarse con una época donde todo lo que fuera fútbol parecía mágico y maravilloso. No cabían en nuestros infantiles pensamientos, dirigentes corruptos, jugadores indisciplinados, hinchas violentos, partidos arreglados o casos de doping. Los futbolistas eran casi héroes y empapelábamos nuestros dormitorios con posters de equipos y algún banderín comprado a la salida del estadio. Hasta el día de hoy conservo una serie que publicó Las Últimas Noticias con la historia de Pelé en historietas. Son vulgares hojas de diario, amarillentas y viejas, ajadas por el tiempo y el montón de veces que las leí, pero para mí valen mucho más que cualquiera de esas monedas de $500 tan de moda y apetecidas por los coleccionistas.
No son los mejores dibujos. Los de Hervi y Raúl Soza siguen siendo insuperables, pero cómo no van a despertar simpatías el viejito de Magallanes, la pata de palo del pirata coquimbano y el pije de Green Cross. Como La Serena es la ciudad de las iglesias ese pelado de granate reza el rosario, mientras el quillotano mira con sonrisa amable a ese canario parado sobre su hombro. Cuánta inocencia perdida en el túnel del tiempo. Por qué diablos Colo Colo aparece dos veces. Vaya uno a saberlo.