0 of 16
Por Álvaro Campos (autor del libro Colocolino de Editorial Gol Triste)
PUBLICIDAD
Hasta que debutó la camiseta nueva. Una que no es alba, sino albinegra, y cuya presentación ha despertado un rechazo digno de recordar. Más que fea, es poco representativa. Más encima, tan cara. De cualquier modo, me parece que la reacción de la gran familia colocolina se pasó un poco de revoluciones. Armonyl para todos.
Ya se ha ido calmado la polvareda de un descontento que comenzó desde que se filtró la foto de un Mosa siempre ávido de protagonismo posando con el nuevo diseño. Yo pensé que era un señuelo, porque me parecía torpe que una marca pagara tanta plata para estrenarse con letras blancas que van sobre un fondo mayoritariamente blanco.
PUBLICIDAD
De la incredulidad pasamos todos a la molestia, pero algunos pusieron el grito en el cielo como si hubieran profanado la tumba de Arellano. Nunca tanto. No dejan de tener razón, en todo caso, quienes reclaman lo poco democráticas que resultan estas decisiones, tomadas entre cuatro paredes sin consultar al hincha, menos al socio. Pensar en esto nos lleva a otro punto, y nos recuerda que nuestro Colo-Colo querido está en manos de gente que no lo quiere, y que no lo quiere porque no lo entiende. Y como no lo entiende se hace asesorar por otra gente, que menos
lo quiere y que tampoco lo entiende.
¿Alguien más sintió que le ofendían su inteligencia con todo ese blablá sobre que el diseño se basaba en el estadio y la barra y las banderas y quién sabe qué? Chamullo muy propio de ese rubro, el inventarle una justificación grandilocuente a todo lo que hacen. Así me imagino las reuniones con el equipo profesional a cargo de este paso en falso (y ni siquiera quienes encuentren la camiseta bonita discutirán que todo el proceso ha sido un balazo en el pie). Los veo maravillando a sus incultos clientes tirando conceptos de moda y usando tecnologías novedosas, diciendo poco pero aparentando mucho.
Luego vino el pueblo de Springfield que, antorchas en mano, quería linchar a los responsables del agravio. Igual mucho color. Además, yo noto algo difícil de reconocer: este es el primer modelo en más de dos décadas que no lleva ese horrible logo de cerveza. Y por más que nos disgustara, ya nos acostumbramos a ese amarillo invadiendo el color blanco (el 2008 incluso se comía las mangas: espantoso). Cualquier modelo sería impactante. Hace rato que nuestra camiseta no es blanca: pasó de ser blanco con amarillo a blanco con (mucho) negro.
Esos colores vistió en la ceremonia de lanzamiento Antonella Ríos, que desmintió ser chuncha pero sigue siendo no-colocolina. Condujo, pues, un evento profundamente desarraigado. Charcha. Remilgado, con cero colocolinidad.
Viejos emperifollados leyeron discursos pésimos, ignorantes y autocomplacientes, palmoteándose espaldas. Una cantante de pub (que resultó ser la vocalista de Saiko, puntos suspensivos) interpretó una deslavada versión del himno junto a un guitarrista de pub que tenía una irremediable cara de fracaso, probablemente el responsable del pésimo arreglo musical. Todo fue aburrido y vacío, con videos “emotivos” del tipo que domina los spots publicitarios de la Selección. Me acordé del programa Eterno Campeón, una basura corporativista, oficialista y ondera. Tanto marketing y tan poca alma. Tanto efecto especial y rock de comercial de multitienda.
No es mala intención. En Blanco y Negro genuinamente no cachan una sobre la identidad del Cacique, porque solo llegaron a ganar plata. El problema es que con ese fin, están hace rato esperando una excusa no solo para subir el precio de las entradas, sino para de una vez por todas ponerle un nombre comercial a nuestro estadio. Y cuando AzulAzul lo haga en el suyo, verán una luz verde para esa aberración. Nosotros no vamos a poder más que patalear por redes sociales, porque no existen canales reales de comunicación y retroalimentación con quienes toman las decisiones. Eso es lo que alarma: lo indefensos que estamos ante su estupidez depredadora.
En la cancha, la camiseta salta a la cancha, debuta y pierde. Me acuerdo del horripilante diseño de la Libertadores de 2003, que los jugadores terminaron catalogando de mufa, dejándolo de usar. Ojalá pasara de nuevo, pero como resulta improbable, no queda otra que aceptarla y aprender a quererla. Al menos volvió el amarillo del arquero. Dicen los rumores que el próximo año viene una camiseta completamente blanca, y el subsiguiente una con cuello negro hacia afuera, como en los ochenta. Esta va a quedar como el error que es, y muy probablemente termine convertida en un objeto de culto.
Si a mí me preguntaran la opinión, yo querría que la camiseta reserva volviese a ser roja, aunque sé que el uniforme negro le encanta a la mayoría. Cosa de gustos. No nos podemos perder en esa pelea chica porque, además, es importante tener en cuenta siempre que Colo-Colo es eterno porque está vivo.
El que quiere un Cacique sagrado pide un Cacique muerto y embalsamado. El luto de Arellano solía ir en la manga, pero luego lo pasaron al pecho. La insignia ha cambiado varias veces y hasta el mismo nombre del Colo-Colo Football Club se ha metamorfoseado. Porque está vivo. Va caminando y de repente se desvía y corrige la marcha. Así se vive. Este atroz patinazo generó el niñapordios de los ultraconservadores que no tienen ningún problema en cantar “por el recuerdo de David Arellano” en vez de “porque el recuerdo de David Arellano”, ni “pone siempre su mapuche corazón” en vez de “pone siempre su chileno corazón”.
La cagamos y enmendamos el rumbo. Así como en la cancha perdemos solo para volver a ganar, alguna vez tuvimos una rígida regla de no tener extranjeros, echamos al gran Socarraz y dimos jugo hasta que el Mandrake Jiménez nos llevó de vuelta a la gloria. De igual forma espero que alguna vez corrijamos el nombre del estadio, que no debería ser Monumental. O, por qué no, retrotraer la verdadera afrenta a nuestro uniforme: el avisaje publicitario que comenzó la ya desaparecida cerveza Cóndor.
Es poco representativo el diseño. Y es feo. Pero no tan feo como varios otros que hemos tenido. Pero quiero recalcar algo: el modelo es feo, el diseño es feo. La camiseta es hermosa, porque representa a un Club que va a cumplir noventa años de aciertos y errores, todos ellos superables cuando hay cariño por el Cacique. Es cosa de mirar a los socios y ver en su entusiasmo la fecha de caducidad de la mancha más horrible en nuestra historia: la concesionaria Blanco y Negro. Un interludio oscuro antes de un porvenir bien albo. A cualquier camiseta la vamos a terminar queriendo porque es de Colo-Colo y eso es lo importante. A esos buitres usurpadores no, porque no son Colo-Colo, y eso es lo importante.
GRAF/PS