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Estadio para la Universidad de Chile: ¿cuál es su verdadero costo?

La Asociación de Hinchas Azules debuta en el Blog del Hincha de El Gráfico Chile con esta columna sobre el ansiado proyecto del recinto azul. Lee y comenta aquí...

 

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Hinchas de la U durante un encuentro con Guaraní por la Copa Libertadores 2014 / Agencia UNO

Andy Zepeda Valdés, vocero Asociación Hinchas Azules
Facebook: https://www.facebook.com/asambleahinchasazules
Twitter: @asambleazules

Al momento de comenzar a escribir estas líneas, uno tiene muy claro el hecho de que hoy por hoy resulta sumamente impopular hablar “en contra” del estadio para la Universidad de Chile. Pero este ejercicio se hace también con la esperanza de que no vaya a malinterpretarse y de que se atienda a los argumentos. Y es que vaya que se hace necesario decir algo respecto al tema de moda en el fútbol local y, con mayor razón, entre los hinchas de la «U». ¿Por qué? Porque hay varias cosas al respecto que no terminan de calzar y generan ciertas dudas. Otras, derechamente, generan malestar.

Lo primero a señalar es que lo que sigue no es una crítica a la idea de tener un estadio. ¡Cómo podría serlo! ¿Quién podría oponerse a la idea de tener casa propia? Creo que nadie. Si bien la condición de “Románticos Viajeros” no es algo que nos avergüence y tiene su encanto y mística, por lejos lo más práctico y conveniente es contar con un recinto propio. En cada noticia que uno puede leer sobre este asunto aparecen frases como “el anhelado estadio”, “el sueño azul”, etc. Más allá del cliché, son frases ciertas en tanto dan cuenta de una vieja y legítima aspiración de los hinchas azules.

En definitiva, no estamos contra la idea de tener un hogar propio, para nada. Sin embargo, tampoco estamos del todo contentos con la idea de un estadio que pertenezca más bien a una concesionaria, en nuestro caso: Azul Azul. Porque hay que tenerlo muy claro: el estadio que asoma en el horizonte no sería de la «U» propiamente tal, no sería de su gente, sino que sería de aquella empresa que durante los últimos de años se ha dedicado a administrar los activos de lo que antes fue un Club. En esa línea, uno como hincha que aspira a la reconstrucción de un Club donde la Casa de Bello y los hinchas tengan un papel protagónico, garantizado por la democracia y la participación, no puede sentir como totalmente propio un estadio construido con capitales privados y sobre el cual no se nos ha preguntado absolutamente nada.

Hace no mucho leía los comentarios a una publicación en un medio digital y me llamaba la atención la facilidad con que los bullangueros enarbolaban frases de manera muy decidida del tipo “este estadio lo haremos entre todos, no nos los regaló el gobierno ni nadie”. Respetable punto de vista, aunque a uno le quedan dudas. En efecto: el hincha siente que pagando su entrada o su abono cumple un rol en la construcción del recinto. Algunos deben sentir que por el solo hecho de amar los colores, el estadio es también de ellos. No me atrevo a negar esto. No tengo el derecho. Seguramente con el aliento que baja de las tribunas y los aportes que cada fin de semana hacemos, alguna parte del estadio será costeada. Es posible que con ocho o nueve entradas que pagamos por los partidos de local durante un campeonato, alcance para costear la instalación de una butaca, la malla de los arcos, un metro cuadrado de césped, quién sabe. Pero el grueso de la obra no viene de los bolsillos de los hinchas.

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Y este es el aspecto que -junto con el ya mencionado carácter privado recinto y lo poco democrático del proyecto- más incomoda: el financiamiento. Recientemente nos hemos enterado de que los directores de Azul Azul, Cristian Aubert y Sergio Weinstein; y el arquitecto José Pablo Olate fueron a Europa para sacar ideas de otros reductos de cara a la iniciativa de la sociedad anónima. Algunos de los aspectos estructurales son llamativos y se agradecen, pero otros son francamente alarmantes, como la posibilidad de que distintas empresas tengan sus oficinas en el mismo recinto, como en el estadio del Kaa Gent de Bélgica. Sin embargo, son los aspectos menos prácticos, quizá ligados a lo institucional, los que más preocupan. Uno se entera de que, por ejemplo, hay alrededor de quince empresas que ya están dispuestas a pagar varios millones de dólares para que su nombre figure en el nombre del estadio, por al menos quince años. ¿Se imaginan la casa de nuestra Universidad de Chile con el nombre de algún banco, una multinacional de alimentos o una aseguradora? Esperemos que al menos la empresa afortunada no tenga ningún vínculo con alguno de los actuales directores de Azul Azul. Mínimo. Y claro, más de algún lector debe estar pensando que así es la forma en que se financian los estadios modernos del mundo hoy en día. Sí, es cierto. Es una práctica común sobre todo en Estados Unidos y Europa. Pero resulta que yo no soy hincha del Bayern München ni pretendo ir al Allianz Arena, yo soy hincha del Chuncho. Es cierto que los bávaros se embolsan ocho millones de euros al año por concepto de “naming rights”, pero lo hacen a costa de su propia tradición, en desmedro del recuerdo de su viejo Olympiastadion y en favor de la aseguradora Allianz, que poquísimo debe tener que ver con la historia del Club.

Otra idea que sacaron del periplo por Europa, particularmente de su vista al estadio del AZ Alkmaar, es que la cobertura exterior puede servir como vitrina publicitaria. Ya me lo imagino: llegar al estadio de la «U» y ser bombardeado visualmente con anuncios de empresas que no tienen ni un adarme de relación con el equipo ni su historia. Alguien me dirá: “son los tiempos actuales” o “negocioso son negocios”. Y sí, negocios son negocios, pero otra cosa muy distinta es venderse por completo y olvidarse de la identidad, los valores y el patrimonio cultural de una institución tan tradicional como es la «U». Todo hace pensar que no hay manera de que estas cosas, tan poco prácticas y menos rentables, vayan a ser cuidadas por Azul Azul cuando llegue el momento de extender cheques. ¿Y lo peor? A muy poca gente parece importarle. A muy pocos, depositarios todos de un legado surgido al alero de una institución pública como es la Universidad de Chile, parece importarles. Y sepan perdonar: pero no deja de ser doloroso advertir la contradicción ideológica y valórica en todo esto. ¿Cómo hinchas de un equipo que surge desde una institución pública y con carácter republicano terminan por aceptar sin cuestionamientos, primero que al club lo controle una empresa, y luego que esa empresa haga lo que se le antoje con él? Es razonable pensar que algún límite tiene que existir. Y es razonable creer que ya es tiempo de hacerlos respetar.

Quizás la gente empiece a interesarse por estos temas cuando caiga en cuenta de que Azul Azul pretende generar treinta mil abonados (quizás ahora sean cuarenta mil, con el anuncio de que el estadio sería para esta cifra de espectadores). A través de encuestas enviadas por correo a algunos (muy pocos) abonados, uno se entera de que dichos abonos serán a uno, cinco o diez años. Y los precios comenzarán en cien mil pesos y llegarán hasta los cuatro millones ochocientos mil. Esta medida es claramente segregadora. O como mínimo injusta. Se busca con ella sacar de los estadios a la gente humilde que no tiene cien mil para pagar un abono, gente que desde arriba se asocia a la barra y que -a ojos de la concesionaria- son los que “causan problemas”. También se espera que la gente pueda “comprar” su palco en, que pueda incluso “decorarlos”. Y uno se pregunta: ¿así es como se logra el sentido de identidad y pertenencia? ¿Mediante la apropiación de los espacios? Y a uno que le gusta creer que todos los hinchas somos iguales, que no hay unos mejores que otros… Qué equivocados estamos, al parecer.

En ese sentido, no será muy distinto a lo que ocurre hoy con el CDA. Si uno es un simple hincha, no puede entrar a ver los entrenamientos o saludar a los jugadores. Ni hablar de sacarse una foto con tus ídolos. Solo pueden hacerlo, mediante previa petición, quienes se hayan abonado a la empresa. Ahí ganan los que tienen la suerte de contar con los recursos económicos. El hincha que es estudiante o el que, a pesar de desvivirse trabajando para poner pan en la mesa de su familia, gana el sueldo mínimo, no tiene tal derecho. Así es la lógica clientelista. Se basa en el poder adquisitivo y los derechos se cambian por servicios y/o bienes de consumo. ¿Estadio para unos pocos? ¿De verdad el pueblo azul aprueba esto? Quiero creer que no.

Nosotros estamos convencidos de que la «U» debe ser un club para, por y de su gente. Un club democrático donde cada persona tenga opinión, voz y voto. No concebimos, no aceptamos un club donde solo algunos tengan derechos, ni que estos derechos sean, más encima, garantizados por el poder económico. Si solo algunos van a poder entrar al estadio, por favor, mejor no tengamos estadio. Si va a llevar el nombre de una empresa que comete fraudes (como la de ese ex-director que llegó a tener 14,04% de participación accionaria y hoy es investigado por financiar campañas políticas de manera ilegal), por favor, quédense con su estadio. Si va a promocionar actitudes nocivas como el machismo y el consumismo exacerbado, por favor, no hagan tal estadio. Queremos un estadio para el pueblo azul, no para Azul Azul. Queremos que sea un verdadero orgullo, un reflejo de lo que somos como hinchada. Queremos un estadio que desde todos sus rincones grite con fuerza nuestros valores y nuestra identidad, y no que sea un mero cartel publicitario gigante.

Y por último, nos parece que es de suma relevancia lo que este proyecto pueda significar en términos de desarrollo social, sobre todo para la gente que hoy vive en el sector donde se planea instalarlo. Es fundamental que sea un proyecto inclusivo, y no nocivo. Lo más importante es que el estadio para la «U» sirva como catalizador de mejoras sociales y sea un aporte a la calidad de vida de los vecinos de La Pintana. Como hinchas, debemos buscar que los niños, niñas, jóvenes y la comunidad toda, puedan hacer uso de él y beneficiarse. Una edificación de esta magnitud sin duda habrá de afectar las vidas de los vecinos. Es entonces obligación de los dirigentes de la concesionaria y de las autoridades comunales velar por que estas personas no se vean afectadas de modo negativo, sino positivo. Se debe escuchar sus propuestas y considerar sus puntos de vista. En este sentido, los dichos de la concejal Claudia Pizarro, acusando que solo la concesionaria y el alcalde saben del proyecto, nos parecen preocupantes y no podemos sino concordar con ella en cuanto a la necesidad de que sea un proyecto de cara a la comunidad e inclusivo. No podemos permitirnos -como hinchas de un Club que aspira a recuperar su rol social- pretender que está bien llegar con un estadio a cambiar la vida de cientos de familias. Debemos asegurarnos de Azul Azul haga lo necesario y lo suficiente para que las vidas de esas personas no se vean trastocadas, sino mejoradas.

No se trata de ser “chaqueteros”. La invitación no es a rechazar el estadio, sino a tener conciencia y a ser críticos con las formas en que este proyecto se está llevando a cabo. El llamado es a no aceptar cualquier cosa ni a cualquier precio, por más linda y atractiva que parezca, por más que sea un sueño tan antiguo como la «U» misma. De verdad todos nosotros queremos ir algún día a nuestra cancha, ¡soñamos con eso! Solo pedimos que no sea a costa de nuestra dignidad, historia y valores.

Y por último: antes que estadio y copas, dennos un Club.

* La opiniones expresadas aquí no son responsabilidad de El Gráfico Chile y Publimetro SA

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