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Por Ricardo Cuevas Bascuñán
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Club Social y Deportivo Colo-Colo, Filial Valparaíso «Por Historia & Pasión»
En la víspera de cumplirse 90 años de la disputa de uno de los primeros encuentros entre el Club Colo-Colo y el Club Santiago Wanderers, lo que debía ser una fiesta, como lo fue en aquel entonces, terminó siendo todo lo contrario. Hablar de los hechos de violencia entre barristas como causa única y exclusiva del abandono de la familia de los estadios, de las y los socios de cada club, sería querer tapar el sol con un dedo.
Es cierto, en el fútbol hay violencia, y ésta es en gran parte la causa del alejamiento de los asistentes cotidianos que disfrutan y gozan con este deporte, sin embargo, la parte de responsabilidad que toca a los barristas es inmensamente menor a la que toca a los «organizadores» y «dueños» del espectáculo. Esto puede ser considerado como una barbaridad y una justificación de la violencia, pero no sería tal si pensamos al barrista o hincha actual, como un producto del proceso que vive o sufre el fútbol profesional, que comienza a partir de su mercantilización.
Los clubes de fútbol se constituyeron en sus inicios, como lo hicieron Colo-Colo, S. Wanderers y tantos otros, a partir de una fuerte base social y cultural. Que nacen desde los barrios, hasta abarcar comunas completas, e incluso provincias. De no haber tenido el soporte de sus socios y socias, probablemente su masividad e importancia no sería la misma.
Hoy en día, la calidad de socio se ha perdido, tanto por su paulatino alejamiento de la actividad corporativa de su club, como por el arrebatamiento de su derecho a voz y voto en la actividad interna. Las filiales, a duras penas han logrado resistir al bloqueo y al constante robo identitario que efectúan las S.A.D.P.
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Podríamos mencionar un sinfín de ejemplos de violencia física en los estadios, aquellos que han pasado a ser parte de la cotidianidad para sus asistentes, pero enumerarlos y repetirlos no parece traer consigo una solución satisfactoria. Esto se debe, en gran medida, a que la violencia «inesperada e irracional», como se ha hecho pensar que es, sirve a ciertos sectores. Esto va más allá de una percepción paranoica y conspiratoria, y lo podemos observar en: aumento en los tickets de ingreso a los partidos (el doble incluso en aquellos considerados de alta convocatoria); la creación de normas que fortalecen políticas de exclusión y exclusividad de los organizadores, como el derecho de admisión y controles selectivos; y, la prohibición de elementos con un fuerte contenido simbólico, como el bombo, las trompetas o las banderas gigantes (aunque su figura normativa es difusa y no lo sanciona como tal, sino por las consecuencias que les son asociadas), entre las principales.
Los procesos de quiebra en los clubes trajeron consigo una nube gris que se posicionó en el fútbol profesional, de ahí en más nada pudo volver a ser como antes. La forma en que las S.A. se apoderaron y destruyeron las corporaciones, tuvo un fuerte impacto en sus filiales y sus socios, la forma en que se «hacía escuela» fue cambiada por la lógica que dicta el consumo. La identidad paso a ser un producto comercial más, incluso patentando la «marca» de sus barras.
Colo-Colo, por estar asociado a los sectores populares del país, recurrentemente se ve inmediatamente señalado como fuente de producción de violencia, apuntando a diestra y siniestra a sus aficionados y seguidores (como paso en el encuentro disputado contra U. Católica en San Carlos de Apoquindo el año 2011). Con Wanderers ocurre una situación similar, de ahí en más, los hechos acontecidos en la finalización del Campeonato Nacional 2016, encuentran pronta justificación por parte de las autoridades y los medios de prensa, quienes solo señalan las responsabilidades de los «dueños» del fútbol, en cuanto a su gestión en el control de estos hechos.
Si bien, jugar sin público representa una merma económica para la S.A. que actúa como local, quien más pierde es la gente. Si vamos a hablar de violencia en el fútbol, hablemos de su fuente. Hoy, Ibañez amenaza a S. Wanderers con abandonarlo, debido a la mala imagen que estaría generando el club y cómo afectaría a su empresa. En la vereda del Cacique, vemos como Arturo Salah se posicionó como presidente de la ANFP y las señales de su mala relación con el principal empresario de B&N, Aníbal Mosa.
La salida de Jadue puso en evidencia un secreto a voces en el entorno del fútbol profesional, las «malas prácticas» se habían constituido en una cotidianidad. Pero Jadue no fue el primero, mucho menos el único, su error fue realizarlas en un mal momento. La estructura del fútbol, hoy en día, da para realizar este tipo de prácticas, las soporta, las respalda y las protege (ocultándolas y negándolas hasta el final), la institucionalidad se ha convertido en la fachada perfecta para que inescrupulosos llenen sus bolsillos a costa de la entretención de las masas.
Ante este negro panorama solo se puede vislumbrar una posible salida, recuperar el fútbol a través de los clubes, reactivando su rol social y cultural, volver a cargarlo del contenido simbólico que le dio vida. Ser abonado no es lo mismo que ser un socio, es simplemente ser partícipe de una transacción económica. Ser socio es ser y sentir al club, por esta razón, y para que nunca más hayan estadios vacíos, desde la Filial Valparaíso del Club Social y Deportivo Colo-Colo «Por historia & Pasión», decimos: ¡¡¡SOCIA/O, POR COLO-COLO PONTE AL DÍA!!!