El Gráfico Chile

Columna de la U: Partido suspendido, derechos suspendidos

La columna azul evidencia que, tras el reprogramado clásico universitario, nuevamente el fútbol chileno se olvidó de los hinchas quienes son los que dan vida a esta actividad.

Por Daniel Albornoz Vásquez
Vicepresidente Asociación Hinchas Azules

El desayuno dominguero en día de clásico en San Carlos se estaba transformando en una tradición: reunión de amigos y camaradas en camino al estadio de la UC para alentar al León. Nos ha ido bien, sumando y restando, en los lances precordilleranos. Los azules no se apunan y resisten el frío. De hecho, estábamos preparados para ir bajo la lluvia, costara lo que costara.

Sin embargo la historia no escribió de un clásico universitario este fin de semana. Llama la atención que mientras la ciudad entera estaba en jaque, mientras las autoridades estaban preocupadas de recomendar a las personas no salir de sus casas, no se pronunciaron sobre los miles que subiríamos al estadio esa mañana, desafiando los ríos y pozas. Esto desnuda, una vez más, la forma en que se considera al hincha: es siempre un potencial culpable, nunca una potencial víctima.

Cuando se trata de criminalizarnos, de prohibirnos la presencia en algún evento, desviarnos kilómetros, secuestrarnos durante horas en retenes, bajarnos de las micros sólo por la forma en que vamos vestidos, ahí sí captamos la atención de las autoridades. Pero cuando se trata de una mañana como la del domingo, entonces poco importamos. Bueno, Santiago era un caos, tal vez fue sólo un olvido.

Pero el clásico no fue el único partido suspendido, y hubo otros que también se indignaron: los viajeros que llegaron desde Coquimbo a intentar salvar al pirata del descenso en su lance con Magallanes, partido que se decidió supender por falta de agua potable. Ante eso, los coquimbanos fueron hasta la ANFP a demostrar su descontento. No comparto la forma de protestar, pero mucho peor es poner el foco en ello, en un síntoma, y con ello esconder el problema de fondo, la enfermedad.

En la previa del sábado conversábamos con un camarada sobre una verdad muy sencilla: la ANFP nos programa la agenda. Efectivamente, preparamos nuestros fines de semana según dónde juegue la U. Y nosotros, ¿qué influencia tenemos sobre el cómo se determina esa agenda? ¿No tenemos nada que decir, ninguna participación? No pretendo que me llamen por teléfono para consultarme si me acomoda el horario de juego, ni espero que los hinchas sean quienes programen la fecha, pero sí asegurar que sus intereses estén salvaguardados por los mecanismos de funcionamiento de la institución que nos define la agenda. Hoy no existe dicho mecanismo.

Y caemos al diagnóstico de siempre: la falta de participación. Y así, no tenemos nada que decir en nuestros «clubes», ni en la organización de los eventos deportivos, ni en la ANFP, ni en nada. No somos tomados en cuenta por las autoridades, y el diseño mismo de la actividad que nos congrega no tiene una institucionalidad que nos contenga, que nos permita desarrollarnos e incidir en algo que para nosotros no sólo es importante, sino vital.

Sin embargo, no podemos quedarnos en el diagnóstico: es necesario tener propuestas. La pregunta es qué propuesta. Abierta la pregunta, de entre mis cercanos aparecen multitud de caminos. No obstante, me parece que el punto clave tiene que ser una lectura histórica de lo ocurrido. No olvidemos que a los clubes les impusieron draconianamente convertirse en sociedades anónimas. Se transformó el fútbol en una actividad meramente de mercado, borrando su aspecto social.

Estoy de acuerdo con que los clubes sufrían de una falta de profesionalismo en su administración: se estaba a la merced de la pericia de dirigentes -muchas veces- amateur. Pero hoy estamos a merced de empresarios de todo tipo: desde uno futbolero de esencia como Abumohor, pasando por mercenarios ávidos de poder como Piñera, por rapiñas de los negocios que no dudan en pasar por ilícitos para enriquecerse como José Yuraszeck, o multimillonarios con complejos personales y familiares como Carlos Heller.

No podemos ser irresponsables y no pagar por los errores cometidos. Los clubes sociales debieron modernizarse desde su base social, y no lo hicieron. La carrera la ganó Arturo Salah, Waldo Mora, los ideólogos del nuevo modelo; la ganó Gianni Lambertini, José Manuel Edwards, Roberto Nahum, los ejecutores de una transición hacia las sociedades anónimas; y especialmente la ganaron quienes estaban esperando, cuales jotes, que la U bajara lo más posible de precio para rematarla a una cifra irrisoria: Azul Azul. Nosotros perdimos, no nos fortificamos en la gestión y permitimos esa avalancha de poderes que nos castigaron quitándonos nuestros derechos sociales.

El problema es, volviendo al diagnóstico, que la actividad del fútbol se cae a pedazos, pero esta vez no tenemos la forma de influir. Y por eso no podemos obviar que la sanción, la total erradicación de los derechos sociales, es parte del problema de hoy. Es necesario recuperar terreno perdido en ese sentido, lo que me hace concluir que no puede bastar con incisos a un modelo ilegítimo, sino que se requiere una reparación mucho más profunda: devolverle el sitial a los socios e hinchas.

La invitación está hecha: hágase parte de este proceso de propuesta. Si ayer fuimos prescindibles en el diseño del fútbol en Chile, hoy todos somos necesarios.

GRAF/DE

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